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Construcción nacional e ingeniería civil

Enrique Gil Calvo

La presión de todos los partidos ha obligado al PNV a rectificar su trágico error de Lizarra. Así lo demuestra su histórico compromiso, asumido en el Parlamento español, de que "es en el respeto al marco" constitucional de derechos y libertades "en el que cabe defender las propuestas que queremos trasladar a nuestros conciudadanos", según reza el texto introducido por el propio PNV en la solemne declaración institucional aprobada por unanimidad el 17 de octubre en el Congreso de los Diputados. Es verdad que semejante rectificación resulta incompleta, pues todavía no han osado asumir sus responsabilidades por relegitimar a ETA con Lizarra. Y no se deciden a ello por temor al castigo que puedan sufrir en las urnas. En esto se equivocan, pues siempre resulta más digno asumir la responsabilidad, y a la larga es más rentable que dejar de hacerlo. Pero también se resisten a reconocer su error por otra razón de fondo, al creer que si lo hicieran se resentiría su proyecto de construcción nacional.Como se sabe, el principal instrumento de la política no es el poder (capacidad de vencer y de obligar), sino la retórica (capacidad de definir la realidad y convencer). Esto lo saben incluso las organizaciones armadas, como ETA, que si esgrimen la violencia es por su contradictoria eficacia retórica. Pues bien, en la lucha semántica que mantiene el nacionalismo vasco esperando torcer las voluntades a favor de la secesión, el último argumento inventado hasta la fecha es el de construcción nacional, como nueva idea-fuerza o mito ideológico que ahora sucede a otros constructos cognitivos análogos (independencia, autodeterminación, soberanismo, etcétera), que han probado no tener suficiente fuerza de convicción. Toda la leyenda de Lizarra se montó sobre el mito de la construcción nacional. Y es en virtud de esta metáfora que Arzalluz o Ibarretxe justifican ahora su ruptura con Lizarra pero a la vez su rechazo a una nueva mesa de Ajuria Enea. Por eso afirman compartir con ETA sus mismos fines u objetivos, coincidentes con la ya famosa construcción nacional, pero alegan diferir, en cambio, de los medios o procedimientos de construcción a utilizar: mientras la metodología de ETA es el terror asesino, la que propone el PNV es dialogar con ETA.

Pues bien, discutamos la metodología de construcción nacional. Pero antes de entrar en faena he de aclarar una cuestión previa.

Aunque personalmente soy agnóstico, no me considero antinacionalista, pues sostengo que el mejor capital político de la cultura pública española es precisamente la diversidad multinacional, traducida a pluralismo político a escala territorial. La historia de España es tan peculiar que Madrid no pudo consumar la centralización estatal, como sucedió en París, Londres o Berlín. Esto les parece un pecado original tanto a los autoritarios y a los jacobinos como a los orteguianos, huérfanos de la paternalista revolución desde arriba. Pero de cara al glocal siglo XXI, podría ser una bendición, pues el Estado unitario parece haber agotado su ciclo. Por eso Blair y Jospin se plantean la devolución de poderes a los territorios subestatales. Además, el sistema español, caracterizado por la tensión entre su centro federal y sus miembros autónomos, podría ser un modelo posible para la futura Unión Europea. Y, en fin, dado el agotamiento de la lucha de clases entre derecha e izquierda como línea divisoria (cleavage) del antagonismo político, nada mejor que la diversidad multinacional para devolverle a la política el necesario pluralismo que hoy desfallece víctima del centrismo consociativo.

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Por eso, bienvenidos sean los nacionalismos, con sus luces y sus sombras: y el mejor ejemplo es el catalán, a la vez catalizador y estabilizador de estos 25 años de democracia. De modo que no discuto el objetivo nacionalista, pues considero legítima su voluntad de ampliar su autogobierno. Pero sí deseo discutir los procedimientos con que se buscan esos objetivos nacionalistas. Es la cuestión antes citada del método de construcción nacional. Desde que Arzalluz proclamó compartir con ETA sus fines, pero no sus medios, muchos autores han desmontado en estas páginas la falacia de inadecuación entre medios y fines (por ejemplo, Miguel Ángel Aguilar, Fernando Savater o Fernández Enguita), demostrando que se trata de una cuestión de tiempos: no se puede proponer el objetivo de autodeterminación sin haber acabado antes con el uso de la violencia. Pues bien, yo también sitúo mi razonamiento en perspectiva consecuencialista, planteando la secuencia medios-fines como un orden de prioridades en el tiempo. Pero no apelo a razones lógicas, sino históricas, al sostener que la construcción nacional ha de edificarse obedeciendo un orden temporal consecutivo.

Como todo proceso de crecimiento y desarrollo, la construcción se desglosa en etapas acumulativas que se fundamentan unas a otras. Cada cosa a su tiempo: primero, los cimientos; luego, las paredes; por fin, el tejado. Y también el proceso de construcción nacional ha de seguirse paso a paso, pues si se invierte su orden natural sólo se producen resultados monstruosos o catastróficos. El modelo británico proporciona la mejor demostración, según argumentó T. H. Marshall. La primera etapa se inició en el siglo XVIII, cuando el Estado se comprometió a proteger y respetar los derechos civiles de todos los ciudadanos por igual: vida, propiedades, conciencia, etcétera. La segunda etapa ocupó todo el siglo XIX, conforme se fueron universalizando los derechos políticos: voto, asociación, expresión, etcétera. Y la tercera etapa se centró en el siglo XX, al universalizarse los derechos sociales: enseñanza, salud, vejez, etcétera. Esta vía civil se vio después confirmada a contrario por el fracaso del opuesto modelo autoritario que trató de construir la nación empezando la casa por el tejado. Es lo que hizo la revolución desde arriba de Bismark, y enseguida todos los epígonos que siguieron sus pasos: Meiji, Lenin, Mussolini, Hitler y Franco. Todos estos constructores de naciones utilizaron ingeniería militar, en vez de civil, y para legitimarse empezaron por reconocer los derechos sociales desde el comienzo, pero sólo como recompensa otorgada al precio de renunciar a ejercer los derechos civiles y políticos, que fueron arbitrariamente reprimidos bajo el lema de "come y calla". Y el resultado de esta construcción invertida no pudo ser más destructor y perverso.

Esta secuencia canónica de los tres niveles de derechos humanos (civiles, políticos y sociales) debe ser hoy ampliada de cara al siglo XXI, pues hay que reconocer un cuarto nivel de derechos individuales: son los derechos colectivos de las minorías (Kymlicka) que reclama el multiculturalismo: género, raza, etnia, territorio, nacionalidad, etcétera. Desde un punto de vista lógico-jurídico, existen contradicciones que impiden delimitar con claridad la conciliación de los derechos individuales y colectivos. Pero desde un punto de vista democrático, estos derechos de nueva clase son inequívocamente legítimos, por lo que hay que reconocerlos, protegerlos y garantizarlos. Su instrumentación institucional no puede ser discutida aquí. Pero una cosa está clara: los nuevos derechos colectivos sólo pueden reclamarse después de que los otros tres niveles anteriores (civiles, políticos y sociales) estén previamente garantizados por su orden correcto de prioridades.

Si el PNV aspira a construir la nación vasca hasta el final, deberá dejar para lo último su reivindicación de los derechos nacionales, comenzando por asegurar la protección de los derechos civiles y políticos de todos los ciudadanos vascos. Por eso no debe dialogar con ETA ni aceptar ningún falaz intercambio que implique comparar, igualar o anteponer los derechos nacionales al derecho a la vida, pues invertir el orden de protección de los derechos sería una monstruosidad contra natura. Y en lugar de intentar ganarse a ETA, debe enfrentarse a ella, entendiéndola como el peor obstáculo que impide la construcción nacional vasca. El constructor de naciones ha de utilizar ingeniería civil, empezando por los cimientos al pacificar su nación, civilizar a su base social y adiestrarla en la experiencia de la ciudadanía, a fin de que adquiera civismo y se convierta por derecho propio en una auténtica sociedad civil. Y sólo después, una vez satisfecho por entero ese requisito previo que es su condición necesaria, será un día posible reivindicar la autodeterminación, si así lo consiente la voluntad ciudadana.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense.

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