Razón y sinrazón de las protestas antiglobalización
Las protestas crecientes contra la globalización en las reuniones de los organismos internacionales por parte de organizaciones de la llamada "sociedad civil" deberían ser objeto de un análisis riguroso, cosa que no se ha hecho hasta ahora, ya que, en unos casos tienen una base real y están bien intencionadas, y en otros, la mayoría, no lo están. Las primeras deberían de ser escuchadas y tomadas en cuenta y las segundas deberían de ser rechazadas por no tener un ánimo constructivo sino destructivo.Protestar contra situaciones concretas de pobreza, desigualdad, corrupción y explotación puede ayudar a que aumente la conciencia ciudadana sobre ellas y a que se incremente la presión sobre los gobiernos, las empresas y los organismos internacionales para que intenten resolverlas y evitarlas en el futuro.
Protestar contra procesos generales inherentes al desarrollo de la economía mundial como el capitalismo o la globalización actuales, como si se tratase de ideologías a las que hay que adherirse o rechazar, no tiene ningún sentido práctico ya que dependen de millones de decisiones individuales. Desgraciadamente, las segundas son mucho más numerosas que las primeras y además son las que atraen mayor atención de los medios de comunicación. Paso revista de forma esquemática a unas y a otras.
En primer lugar, los sindicatos de los países desarrollados protestan defendiendo los intereses de sus afiliados ya que, en algunos casos, el progreso tecnológico está introduciendo situaciones de desigualdad salarial por la mayor productividad y salario que generan aquellos trabajadores más cualificados al saber adaptarse y utilizar las nuevas tecnologías y por las dificultades que encuentran los trabajadores menos cualificados para adaptarse a ellas, con lo que se ven obligados a aceptar empleos menos productivos y de menor salario o que están en competencia a través del comercio o de la inmigración, con trabajadores menos cualificados de otros países menos desarrollados. Los estudios que se han hecho en Estados Unidos indican que, en media, la globalización comercial no justifica nada más de un 20% de la desigualdad salarial y que el progreso tecnológico de la nueva revolución de las tecnologías de la información responde de un 60%, tres veces más.
¿Por qué los sindicatos americanos protestan más que los europeos? La razón reside en que los mercados laborales en Estados Unidos son mucho más eficientes y flexibles y su ajuste a la revolución tecnológica y a la globalización está siendo más rápido y más duro, provocando una caída relativa de los salarios de los trabajadores menos cualificados que son los que, al sentirse más inseguros, suelen tener una mayor afiliación y actividad sindical.
Por contra, en Europa, al ser los mercados menos flexibles, la movilidad de la mano de obra casi nula, los costes de despido altos y existir salarios mínimos, el ajuste se ha realizado no a través de menores salarios de dichos trabajadores, sino a través de mayor desempleo. Los trabajadores sindicados, o insiders, no han sido los más afectados por el mayor desempleo sino los jóvenes y las mujeres con escasa sindicación. Los trabajadores que han optado por la jubilación anticipada han obtenido condiciones de retiro bastante razonables.
Lo contrario ocurre con la respuesta frente a la inmigración. Los sindicatos europeos tienden a ser mucho más beligerantes con la inmigración que los de Estados Unidos a pesar de que la tasa de inmigración en Europa es más reducida. La razón de este comportamiento reside en que la tasa de desempleo en Estados Unidos es mínima y la de Europa es aún muy elevada, y en que América ha sido un continente creado y desarrollado por emigrantes.
¿Por qué no protestan los representantes de los trabajadores de los países en desarrollo? Porque en su gran mayoría salen ganando con la globalización. Saben que van a poder exportar más productos agrícolas y más manufacturas intensivas en mano de obra a los países en desarrollo y que van a poder recibir mayores flujos de capital. De ahí que incluso algunos de sus líderes, como el presidente Zedillo en México, hayan repetido una y otra vez que no se consideran representados por los que protestan en su favor y que no necesitan que nadie les defienda. La única excepción, pero importante, es la de los trabajadores de algunos países muy pobres, en los que el clima adverso, las enfermedades infecciosas, la malnutrición, la corrupción y la ausencia de infraestructuras les impide aprovecharse de la globalízación y del progreso técnico y quedan marginados. Intentar ayudar a estos países a que salgan de su círculo vicioso debe de ser una tarea prioritaria de los países desarrollados y de los organismos internacionales.
En segundo lugar, hay otros grupos, sobre todo en Estados Unidos, que protestan defendiendo sus intereses contra la concentración empresarial, el llamado big business, y, especialmente, contra aquellas grandes coporaciones que sólo se rigen por el objetivo de crear valor para el accionista, a veces a expensas de los trabajadores que son despedidos, de los clientes que ven reducida la calidad del servicio y de los suministradores que ven reducidos sus márgenes al tener que negociar con un gigante. Se trata de una creciente reacción social de los llamados stakeholders, que se sienten perdedores en esta carrera por conseguir una mayor eficiencia, frente a los shareholders.
Hasta ahora la reacción social contra el big business ha sido pequeña porque la propiedad accionarial de las empresas está muy extendida y hay muchos ciudadanos que se benefician de dichos procesos de concentración empresarial y de creación de valor. Pero cuando las bolsas empiecen a caer de forma sostenida, siguiendo el ciclo de los negocios, la reacción puede llegar a ser muy amplia. Otro aspecto del big business que está soliviantando a muchos ciudadanos es el abuso de algunos presidentes y de ejecutivos de grandes empresas que se están adjudicando enormes sumas de stock options, lo que se ha convertido ya en el primer factor de la creciente desigualdad en la distribución de la renta entre el primer y último decilo en Estados Unidos.
En tercer lugar están las protestas de muchas ONG, que forman parte del desarrollo de esa otra gran tendencia en los países desarrollados a que la democracia representativa pierda lentamente legitimidad frente a la democracia participativa. Mientras la credibilidad de los políticos decae, aumenta la de las asociaciones y organizaciones de la sociedad civil que se alían en torno a causas, no a intereses propios, que consideran justas o conve
nientes para el futuro. La revolución de las tecnologías de la información ha permitido un enorme desarrollo de estas formas de democracia participativa, ya que Internet no tiene dueño y permite que puedan comunicarse, expresarse y organizarse libremente, sin necesidad de tener que ser, como antes, aceptados por los propietarios (públicos o privados) de las cadenas de televisión, radio o prensa escrita, necesarias para hacerse oír.
Dentro de las ONG existen aquellas que tienen una gran reputación y credibilidad porque llevan a cabo acciones de solidaridad y de ayuda contra la pobreza y la desigualdad en el mundo de una manera más eficiente que los gobiernos y otras, la mayoría, que se encuentran todavía en sus inicios más radicales y que se limitan sólo a protestar. En Praga quedó muy clara la diferencia entre unas y otras ya que hubo cerca de 500 ONG que participaron en las reuniones como observadores o ponentes en los seminarios organizados por el Banco Mundial, y otras, muchas más, que intentaron boicotear, pacíficamente o con violencia, las reuniones.
La mayoría de estas ONG respetables intentan ayudar a las personas y los países más pobres, luchando contra la pobreza y la malnutrición y, además, intentan que los países desarrollados y las organizaciones internacionales tengan mayor solidaridad con los países más pobres, aumenten su ayuda humanitaria, su ayuda al desarrollo o reduzcan su deuda. En otros casos denuncian flagrantes delitos ecológicos, alimentos nocivos para la salud o situaciones de abuso y de corrupción.
Sin embargo, hay otros aspectos en los que no puede existir consenso alguno entre gobiernos y ONG, como son el deseo de éstas de intentar aplicar los mismos estándars medioambientales y laborales de los países desarrollados a los menos desarrollados, lo que sería fatal para estos últimos, o de atacar indiscriminadamente todos los avances en la producción de los alimentos modificados genéticamente, lo que reduce las probabilidades de erradicar el hambre en el mundo.
El resto de los que protestan, que son los más numerosos, son grupúsculos radicales y violentos de estudiantes y activistas de países desarrollados, que pueden pagarse el viaje a lugares tan distantes como Seattle, Washington o Praga, que están en contra del orden establecido, del sistema capitalista, de la globalización y, en definitiva, del actual progreso económico. Toda persona en democracia es libre de expresar sus ideas, pero no de defenderlas con excesiva contundencia y violencia, que es lo que hacen sino con argumentos coherentes y ejemplos concretos para atraer a otras personas y formar un movimiento organizado y potente que logre tener un peso suficiente para ser escuchado y poder cambiar la situación.
De ahí que convendría no considerar a todos los que protestan como un totum revolutum, sino discriminar entre unos y otros. Escuchar y atender únicamente las voces de aquellos que quieren evitar o eliminar las situaciones de pobreza y desigualdad que existen actualmente en el mundo y conseguir que el proceso de globalizacíón y progreso económico, que en estos últimos 50 años ha conseguido un elevado crecimiento de la economía mundial, históricamente desconocido hasta ahora, no sea abortado, como lo fue durante el periodo siniestro entre 1913 y 1945, con dos guerras mundiales y una gran depresión. Y, asimismo, que las ganancias extraordinarias de la globalización sirvan para ser aplicadas a compensar y ayudar a todos aquellos países y personas que van a resultar perdedores netos en el proceso de integración creciente de la economía mundial.
Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR), de Londres.
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