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Tribuna:LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Tribuna
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Comadronas

Enrique Gil Calvo

Con el título Los virus de la violencia se han celebrado en Sevilla las II Jornadas por la Paz, que organiza la Fundación Alberto Jiménez-Becerril. Allí hemos abordado diversas cualificaciones de la violencia: racista, virtual, escénica, simbólica, de género, etcétera. Pero el nexo subyacente era el terror de ETA, una de cuyas víctimas fue el concejal de Sevilla asesinado con su esposa que da nombre a la fundación convocante. Por eso parecía tan sugestiva la metáfora del virus propuesta, pues permite comparar a ETA con un sida letal que está necrosando las fibras morales del tejido social vasco. Pero, como hace años alertó Susan Sontag, la metáfora de la enfermedad resulta peligrosa, pues adorna al agente infeccioso con la apariencia de la naturalidad y lo que aún es peor, de la inevitabiliad. Y según señala Mary Douglas, lo que se define como natural y evidente por sí mismo pasa a cobrar la legitimidad que se atribuye a las leyes de la naturaleza.Este mismo parece ser el punto de vista dominante dentro del nacionalismo vasco: el de considerar a ETA como una especie de fuerza de la naturaleza, por terrible y destructiva que sea. Y a esta fuerza se la puede intentar encauzar o embalsar -como se hace con los ríos que amenazan desbordarse-, pero nunca ignorar o despreciar, tratando inútilmente de oponerse a ella, por lo que convendría aprender a respetarla valorándola como un mal fatídico al que debe pagarse tributo: es el precio de la paz. Lo cual todavía es relativamente admisible, pues, si sólo se limitase a esto, el discurso de los nacionalistas vascos -y el de los partidarios del diálogo político con ETA- se situaría dentro de la metáfora de la patología virulenta, denunciada por Sontag.

Pero cabe temer que esta naturalización de ETA imaginada por los nacionalistas implique algo grave, que es concebirla como un mal necesario para el desarrollo de la construcción nacional. No sería, pues, una enfermedad mortal, como advertimos los demás españoles, sino una crisis de pubertad: un mal inevitable, pero pasajero, por el que ha de atravesarse para crecer y madurar. La letra con sangre entra, cree el patriota profeta de la guerra santa. Y la metáfora del mal necesario -o del árbol y las nueces- aún va más allá, pues permite identificarlo con los dolores del parto: es la vieja tesis avalada por Marx que define a la violencia como la partera de la historia. Por eso Arzalluz suele aludir a Israel y Palestina, pueblos bíblicos alumbrados con violencia donde los terroristas se convirtieron en estadistas.

Lo cual resulta monstruoso. Si bien la cuestión vasca puede compararse a la cuestión judía -como intenté desarrollar hace años, aplicando el texto de Marx así titulado-, lo cierto es que la tesis de la violencia como partera de la historia es falsa. Cuando la violencia se mete a comadrona lo único que pare son abortos históricos. Es el mito de la revolución, sea de clase o nacional, que cuando se produce con violencia siempre termina mal, pues acaba invirtiendo los resultados buscados, cosechando víctimas injustas y haciendo retroceder la historia hacia el pasado. Así sucedió con el terror jacobino y con todos los demás levantamientos populares que siguieron la senda de la Revolución francesa. Y la última muestra la tenemos en Israel, precisamente, cuyo parto violento sólo ha engendrado una incivil teocracia genocida.

No; la historia natural de un pueblo no nace con ayuda de la violencia, sino de la mano de otra comadrona muy distinta: es la Ley, partera de la historia moderna. Como demostró Weber -y era un realista político, además de nacionalista alemán-, el progreso histórico sólo se desarrolló tras instaurarse el imperio de la ley, a cuyo servicio se somete la violencia legítima una vez erradicada de la sociedad civil. Por eso la tolerancia cero con la violencia es requisito previo de toda construcción nacional, pues la transacción o la transigencia con el crimen no engendra pueblos emancipados, sino pueblos inciviles, envilecidos, culpables e indignos. ¿Cuándo aprenderá a comprenderlo el nacionalismo vasco, hoy cegado por su indulgencia con ETA?

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