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España rebaja sus pretensiones en la negociación con EE UU

Madrid aspira a institucionalizar contactos bilaterales al más alto nivel

Es posible que las relaciones España-EE UU estén llamadas a mejorar sea quien sea el ganador de las elecciones presidenciales norteamericanas, como comentó el pasado miércoles el ministro de Exteriores, Josep Piqué. Pero lo que está fuera de dudas es que desde la entrevista de septiembre entre Piqué y su homóloga estadounidense, Madeleine Albright, cuando la revisión de las relaciones bilaterales se puso en marcha, la parte española ha rebajado considerablemente los objetivos concretos asociados a la mentada "mejora".

Revisión

Donde en un principio se habló de un eventual ingreso en el G-8, el club de los grandes del Planeta, y de una relación "privilegiada" con Washington como la que puede tener Gran Bretaña, hoy se espera un simple apoyo en foros más modestos y una aspiración poco definida a institucionalizar unos contactos bilaterales "al nivel más alto posible". Pese a todo, la revisión de estas relaciones sigue siendo, junto con la proyección hacia Asia, la prioridad inmediata de la política exterior del Gobierno. Piqué planteó las pretensiones españolas en una de sus primeras entrevistas con Albright celebrada en mayo en Florencia. El ministro español nunca habló en aquellos contactos concretamente del G-8, pero sí del deseo de lograr un "reconocimiento del papel internacional de España". En realidad, el único interés de los norteamericanos era ampliar algunas instalaciones de la base de Rota.Washington pensaba además que para ampliar una pista de despegue, algunos hangares y quizás un muelle del puerto no se requerían grandes negociaciones, ya que otras reformas realizadas en el pasado se hicieron sin más trámite que la preceptiva autorización del Gobierno español y sin necesidad de modificar el Convenio de Defensa por el que se rigen las bases de utilización conjunta. Pero Piqué planteó a Albright la necesidad de renegociar el convenio.

El interés norteamericano en la ampliación de Rota fue tomado como palanca para lograr una mayor "visibilidad" de las relaciones hispano-norteamericanas. Algunos sectores militares se precipitaron a pedir más ayudas y transferencias de armamento, pero el Gobierno prefirió objetivos más a largo plazo. Es ahí donde surgieron las menciones al G-8 y algunas otras expresiones apresuradas de un equipo bisoño, entonces recién llegado a Exteriores, que a veces pareció confundir la globalización de la política exterior (o imprescindible coordinación entre los distintos departamentos y agentes privados implicados en estas tareas) con la reivindicación de una acción de "potencia global" poco adecuada para la realidad internacional española.

Los responsables de la diplomacia española admiten hoy que el ingreso en el G-8 puede ser un objetivo a largo plazo, "para después de 2006, cuando España deje de beneficiarse de los fondos estructurales de la UE", precisan desde que los dirigentes alemanes señalaran que es contradictorio querer sentarse entre los grandes cuando se reciben ayudas. Y añaden que una meta realista de las conversaciones con EE UU podría ser, en cambio, lograr el apoyo de Washington para tener más peso en, por ejemplo, el Banco Internacional de Pagos de Basilea, la autoridad que vigila a los bancos centrales de todos los países, incluidos los de América Latina, en los que tienen intereses entidades españolas. Tampoco parece imposible que los norteamericanos respalden la pretensión española de ocupar uno de los puestos rotatorios del Consejo de Seguridad de la ONU en el bienio 2003-2004, aunque el Ejecutivo de Bill Clinton no se ha pronunciado aún.

Miquel Nadal, secretario de Estado de Política Exterior, ha explicado que el objetivo general de estas negociaciones sería "fortalecer" las relaciones bilaterales a partir de una actualización de la imagen de España, que "probablemente" adolece en Washington de "un desfase" de 20 años con respecto a la actual realidad económica y política. También ha dicho que el Convenio de Defensa de 1989 fue negociado "desde la necesidad y bajo la amenaza expresa de cerrar las bases, porque así era la época", y ha considerado que hoy se está "en disposición de hacer una política más constructiva".

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Los estadounidenses han aceptado el juego, aunque no ocultan que preferirían que el tema de defensa, si es inevitable que se aborde, quedara al margen de las conversaciones, como un punto puramente técnico y no condicionante de la mejora de la relación bilateral. Los españoles precisan hoy que las modificaciones que requiere el convenio son relativamente irrelevantes: las exigidas por hechos como la desmilitarización de la base de Torrejón, que en el acuerdo sigue figurando como de utilización conjunta. Se observa, por otra parte, que cada vez se habla menos de "negociación" y más de "revisión" de las relaciones, según la terminología favorita de los norteamericanos.En la práctica, lo único que ha ocurrido desde el encuentro de septiembre de Piqué con Albright es que a mediados de octubre comenzaron a reunirse "técnicos" de las dos partes para recopilar los acuerdos firmados y ver cuáles podrían ser mejorados y qué nuevas iniciativas conjuntas podrían adoptarse en otras áreas. No se conoce el nivel de las delegaciones ni está claro en qué debería desembocar el proceso, pero lo lógico es que condujera a la firma de acuerdos y quizás de una declaración conjunta que, si se cumplen las aspiraciones españolas, debería resaltarse por alguna visita de alto nivel.

No parece hoy probable que todo esto haya madurado antes del 20 de enero, cuando se producirá el relevo en EE UU.

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