El compromiso de la mediación
Era el colegio de Burjassot, sigue siéndolo, un lugar extraño. Coexistían unos pocos -entonces no más de la veintena- colegiales de muy variada condición social, procedencia territorial, objetivos, gustos, intereses e intenciones de futuro. Una Babel cuya cohesión, sin embargo, era casi total, extrañamente perfecta. Quien conseguía de forma imperceptible ese milagro era Rafael Sanus, Don Rafael para los de mi generación de colegiales del San Juan de Ribera. No es baladí que empiece a hablar de él precisamente desde esa capacidad para integrar lo diverso, para valorar lo distinto. Difícil es hallar a otra persona que tenga tan fina sensibilidad para percibir los valores de la diversidad y asumir los compromisos de la pluralidad.Tenía, tiene, D. Rafael un modo distinto y propio de decir y hacer las cosas. No era de los que calculan cómo utilizarte y mucho menos de si eres susceptible de ser captado para su escuela o grupo. Nunca. Sus ojos y su voz eran los de quien simplemente se preguntaba cuál sería la calidad de tus sentimientos y de tus pensamientos. Y a partir de ahí sus consejos pensados para tí, nunca para él. A medias intuí yo entonces que aquellas conversaciones ligeras en el tono y profundas en el contenido, trufadas de recomendaciones de múltiples lecturas -eso sí, con especial atención a textos existencialistas y de reformadores sociales, pues no en vano acababan los sesenta- iban a ser para mí el escenario de la transmisión de una experiencia y parte de un prolongado rito de iniciación en el oficio de estudiar y más aún, en el de vivir en libertad. Porque Don Rafael era, es, básicamente un hombre libre. Eso es lo que le permitía no ya iniciarnos en la órbita de la cultura desde tan amplias perspectivas, sino transmitirnos el valor del diálogo, de la tolerancia y el pacto como elementos centrales de una sociedad democrática, con su actitud, y sin contradicción con sus creencias, dibujaba una comunidad imaginaria pero deseada, de personas cuidadosas, razonables, dialogantes y libres.
No hay nostalgia en lo que estoy diciendo. Sí cariño y gratitud, aunque a quienes apuestan por los clanes o las sectas, les cueste asumir que un socialista lo exprese hacia un obispo que además, es conservador en sus ideas. Tampoco a él le hará un favor entre otros sectores que yo lo elogie. Pero ambos, y yo gracias a él en gran medida, sabemos que esas son cuestiones menores. No, no hay nostalgia. Hay, sobre todo, perplejidad. Porque si la quintaesencia de la moderación que es Rafael Sanus ha contestado a la pregunta de si se sentía marginado, con un adverbio tan rotundo como el recogido por la prensa ("totalmente" dicen que ha dicho) es que algo muy profundo se ha roto en esta Comunidad. Despreciar la representación de la tolerancia, el diálogo y la moderación no puede ser sino expresión de retrocesos históricos.
No creo arriesgado decir que independientemente de quien pueda sucederle, su retirada de la vida social valenciana supone la quiebra del poder de la mediación. Quizás el mejor ejemplo de lo que significó Juan XXIII, verdadera raíz de su pensamiento y vida. Y asimismo heredero en muchos órdenes, del cardenal Tarancón y como él, hombre clave en nuestra transición democrática. Porque no todos conocen lo balsámica que llegó a ser su presencia en el asentamiento social de la institución autonómica merced a su calidad personal y sus virtudes de mediador, nunca alardeadas y siempre practicadas. Lo propio cabría decir en referencia a su trabajo entre el clero que en ocasiones (simple botón de muestra, su defensa del valenciano) ha trascendido al conjunto social.
Forzarle, pues no cabe otra interpretación, a la renuncia implica tanto como afirmar que no se necesitan puentes ni dentro de la comunidad eclesial ni fuera de ella, con la sociedad. O lo que es lo mismo, que alguien con dominio y poder en el seno de la organización (me resisto a hacer la comparación con actitudes de aparato en los partidos) ha decidido que lo mejor es vivir hacia adentro, a solas con quienes son "de los nuestros". Síntomas no faltan y la alusión del obispo de Segorbe a que el actual gobierno de la Generalitat debe gobernar para "los que le han votado" es ejemplar al respecto. Pero así se quiebra, ellos sabrán lo que se hacen, esa razón ecuménica que siempre se ha esgrimido como valor central de la Iglesia. Allá ellos si su máximo deseo es la defensa del territorio propio por la vía del fundamentalismo. Para otros quedará, sin lugar a dudas, Sanus como la de la mediación, la del saber que la pluralidad implica compromisos, la de que es bueno buscar espacios de encuentro y territorios comunes. Y a su través, seguiremos pensando con él que es posible el cuadro de trazos ligeros, nítidos y benignos con que perfilaba una comunidad de gentes conviviendo de forma amable, cuidadosa, razonable y dialogante.
Joaquín Azagra Ros es ex-colegial de San Juan de Ribera.
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