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Los republicanos conservan el control del Congreso tras una dura batalla electoral

Gane quien gane la Casa Blanca, el nuevo titular se verá obligado a defender con uñas y dientes todos y cada uno de los puntos de su programa legislativo ante la ausencia de claras mayorías en las cámaras. Éste era el consenso generalizado ayer en Washington tras conocer el resultado de la batalla por el Congreso, en la que, a falta de algunos resultados parciales, el Partido Republicano se perfilaba como ganador. En todo caso, las esperanzas demócratas de recuperar el control del Legislativo, en manos republicanas desde hace ocho años, se han desvanecido. Los 100 escaños del Senado, mientras, se debatían anoche entre un empate técnico y una ligera ventaja republicana.

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La victoria de Bush depende de un nuevo recuento en Florida.

Como en la lucha por la presidencia, las elecciones por el Congreso han puesto en evidencia una nación dividida prácticamente en dos mitades. El titular del Washington Post de ayer expresaba esa división con el expresivo titular de "A pesar de la paz y la prosperidad, los votantes acuerdan que están en desacuerdo". Y ese desacuerdo se reflejará cuando el 107º Congreso tome posesión el 20 de enero.En juego estaban los 435 escaños de la Cámara de Representantes y la mitad más uno de los 100 del Senado. A media tarde de ayer (hora peninsular), los republicanos contaban con 218 diputados declarados oficialmente ganadores, con una pérdida de cinco sobre los 223 que contaban en la Cámara saliente, mientras que los demócratas habían conseguido 210. Cinco distritos no habían declarado todavía ganador. Los dos restantes son independientes, que en la pasada legislatura han dividido su voto por igual entre republicanos y demócratas.

A la misma hora y en la Cámara alta, los republicanos mantenían un escaño de diferencia, 50, mientras que los demócratas, con 49, se quedaban sólo a un senador para conseguir el empate. El escaño en discordia estaba en Michigan, donde, como en Florida con las presidenciales, se hizo preciso ordenar un recuento ante lo ajustado del resultado (menos de 2.000 votos de diferencia).

Un posible empate en el Senado abre todo un abanico de posibilidades, todas kafkianas. Primera, una victoria de Gore en la presidencia desharía automáticamente el empate, ya que su vicepresidente, Joseph Lieberman, que, astutamente, mantuvo su candidatura para defender su escaño de Connecticut, se vería obligado a presentar su dimisión. Automáticamente, el gobernador del Estado, un republicano, nombraría, como ha anunciado, un sustituto de su partido para cubrir la plaza hasta las próximas elecciones legislativas dentro de dos años. Segunda, una victoria de Bush mantendría el empate a 50, pero daría la ventaja en las votaciones a los republicanos, ya que, de acuerdo con la Constitución, corresponde al vicepresidente deshacer los posibles empates. Naturalmente, toda especulación es pura teoría basada más en el parlamentarismo europeo que en la realidad del Congreso estadounidense, donde ni diputados ni senadores respetan la disciplina partidista y votan siempre de acuerdo con los que interpretan son los intereses de sus electores.

Las dos victorias demócratas más sonadas en la carrera por el control del Senado han sido la de Hillary Rodham Clinton en Nueva York, que hace historia al convertirse en la primera dama que se presenta y gana un cargo electivo, y la de un muerto, el candidato a senador por Misuri, Mel Carnahan, que falleció el 17 de octubre al estrellarse la avioneta pilotada por su hijo camino de San Luis.

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El gobernador del Estado, Roger Wilson, decidió mantener la candidatura de Carnahan y nombrar a su viuda, Jean, en su lugar. La decisión de Wilson pilló totalmente por sorpresa al senador republicano saliente, el veterano John Ashcroft, que había suspendido la campaña como homenaje a su adversario fallecido. Su respetuosa decisión le ha costado la reelección. Como en el caso de Lieberman si ganara la vicepresidencia, Jean Carnahan tendrá que revalidar su escaño en las próximas legislativas previstas para el 2002.

La derrota demócrata más estrepitosa se produjo en Virginia donde el senador saliente, y yerno del presidente Lyndon Johnson, Charles Robb, perdió la elección a manos del republicano y hasta ahora gobernador del Estado, George Allen.

De los 3.000 millones de dólares gastados en la campaña electoral, la batalla por el Congreso ha costado más de 800 millones. El candidato al Senado que más ha invertido ha sido el demócrata Jon Corzine, cuyo escaño de Nueva Jersey le costado la friolera de 60 millones de dólares, una parte de su fortuna personal. El escaño más caro de la Cámara baja ha sido un distrito de Los Angeles, donde el titular, James Rogan, uno de los acusadores de Clinton durante el impeachement, ha perdido 10 millones de dólares y el escaño.

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