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Las bombas, la 'mili'

Andalucía tiene una mala suerte con los percances nucleares que empieza a ser histórica. Creo que nunca les he contado que a mí mismo estuvo a punto de caerme encima una bomba atómica. Tal vez dos, y hasta cuatro, según he sabido ahora. Claro que con una hubiera sido más que suficiente, sobre todo teniendo en cuenta lo bajo de moral que uno estaba en aquel momento. Me refiero exactamente al 16 de enero de 1966, fecha en que cayeron en la costa de Almería cuatro bombas termonucleares, sin estallar, que se sepa.El que suscribe se hallaba a la sazón a escasos kilómetros del lugar del suceso. Más concretamente, en el cuartel de marinería de Cartagena, haciendo el periodo de instrucción militar. Créanme, un lugar paradisíaco donde los haya. Pocos días antes había sido recibido por la gloriosa armada española con todo lujo de atenciones. Primero me desembarazaron de mis complicadas ropas civiles, que fueron sustituidas por una especie de mono gris, como de presidiario; me pelaron prácticamente al cero -0,5 todo lo más-, y verificaron que sabía leer, permitiendo que lo demostrara sobre un periódico del día. Para qué más complicaciones. Igualmente se sirvieron comprobar que no estaba afectado de enfermedades innombrables, sin tapujos y sobre la marcha. Quiero decir, que nos pusieron en una larga fila a todos los mozos que habíamos llegado desde los más apartados rincones de la patria, y todas esas cosas que he mencionado nos las fueron administrando sucesivamente, sin solución de continuidad. A ver, desnúdate y ponte esta ropa. A ver, lee. A ver, bájate los pantalones... ¿Comprenden? Ya sé que es difícil, pero les aseguro que no exagero ni me dejo llevar por la nostalgia.

Les hago gracia de otras delicadezas con las que siguieron colmándonos en aquellos tres meses de purificación, pues algo tengo que dejar para mis memorias, y más ahora, que con la desaparición de la mili estos recuerdos acabarán cotizándose a precio de oro. Tan sólo un detalle no me resisto a guardármelo. Y es que, además del mono gris, para poder identificarnos en aquel maremágnum de andaluces, vascos, gallegos, madrileños, etcétera, nos colgaron al cuello una tablilla con un número, cual si fuéramos reses listas para el matadero. Y así, por el número -a mí me tocó el 1967, no se me olvidará- nos estuvieron llamando todo un mes, hasta que consideraron que ya cada cual se había memorizado el suyo y podíamos salir a la calle.

Bueno, pues en estas circunstancias nos llegó el lejano rumor de que al parecer, por allí cerca, un bombardero norteamericano había chocado con un avión nodriza y la gente andaba buscando algo por la playa. Incluso se dijo que en cuanto nos aprendiéramos el número de la tablilla, nos pondrían a todos los reclutas a buscar lo que fuera. Un libro que acaba de aparecer -Días de infamia, de Michael Coffey- nos ha revelado lo que realmente sucedió en aquellos días, y lo cerca que estuvimos los del cenobio aquél de saltar por los aires, en el centro de una gran nube blanca con forma de champiñón. Y con nosotros, una buena parte de Andalucía. Por lo que a mí respecta, no sé si en aquellos momentos me hubiera importado gran cosa.

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