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Mr. Bushgore

Las encuestas aseguran que la partida entre el republicano George Bush y el demócrata Al Gore para la presidencia de la Tierra va a ser una de las más disputadas en varias generaciones; también se sabe que el electorado norteamericano está dividido, aunque sin ninguna agonía, entre dos propuestas relativamente similares de candidatos marcadamente diferentes; pero, en cualquier caso, lo que se decida mañana marcará una dirección moral, psicológica, estética al final mucho más que política, porque, gane quien gane, ya sabemos que es EE UU el que ha vencido en la última batalla planetaria.En el terreno de la antropología recreativa parecen casi dos gotas de agua. Ambos han cumplido ya los 50; pertenecen a familias acomodadas; son vástagos de una dinastía política, Gore de padre senador y Bush hijo de presidente; su mundo es el de los protestantes, blancos, anglosajones; los dos han ido, inevitablemente, a las mejores universidades; y, como es obligado en el posclintonismo, son la viva imagen de candidatos bien casados, que llevan con profesionalidad el título de cabeza de familia. Las similitudes acaban, sin embargo, ahí. Bush tiene una ignorancia casi universal acerca del mundo exterior, no es capaz de recordar cuál es el último libro que ha leído y, quizá, ni siquiera si ha leído alguno; Gore, en cambio, es una enciclopedia ambulante, cuyo deporte preferido es el de apabullar en la discusión al oponente con su conocimiento de anuarios, diccionarios y abecedarios, aunque todavía le supere Bill Clinton, que hasta puede disertar sobre García Márquez. Pero el republicano es relajado, posee el desenfado de los patricios para hablar con la gente, y sabe parecer el provinciano farruco al que no es fácil que el hombre de la gran ciudad, hecho a la trapacería y a la retórica parda, se la dé con queso. El demócrata, al fin, se mueve con la torpeza de un cocodrilo en la Pampa, cae supremamente presuntuoso, y resulta demasiado obviamente asesino en sus tratos con la competencia.

Los norteamericanos han valorado históricamente al votar más la personalidad que el cuadro de honor del colegio -Kennedy no era una excepción, porque en él se unían atractivo personal y formación-. Pero, especialmente desde Clinton, más fuerte en competencia que en carácter según la opinión generalizada, se acentúa aún más, como ha señalado el campañólogo Dick Morris, el divorcio entre conocimiento y carácter, con la posibilidad de optar por uno u otro, sin exigir que ambos vayan unidos. Si fuera viable un tercer mandato, Clinton tendría probabilidades de repetir presidencia con sufragios aun de quiénes no le dieran el aprobado como ser humano.

Y ello puede deberse a que precisamente el éxito de la presidencia de Clinton, no sólo económico, sino también social e internacional -bajan el paro y la delincuencia en el país, y suben la hegemonía y la sanción al Estado irresponsable en el exterior-, concede al elector de fin de siglo una especie de plus de libertad, de yo-voto-lo-que-me-apetece, porque esa victoria parece hoy ser invulnerable a casi cualquier tipo de sucesión. El triunfo del presidente que se va no obliga, en absoluto, a votar al que debería ser su continuador.

Un presidente norteamericano es el hombre más poderoso del planeta, pero eso sólo se nota de verdad en los momentos de emergencia, en los que una decisión tomada por un solo hombre puede significar el todo o nada, el conmigo o contra mí y aténgase uno a las consecuencias; en la velocidad de crucero, sin embargo, pesa mucho más la presidencia, ese compacto de poderes, controles y equilibrios que naturalmente se inclina a opciones de consenso en las que figura, pero no de manera siempre determinante, el primer mandatario.

Por eso es muy difícil que Gore, el continuista que no quiere parecerlo, o Bush, el renovador que no tiene nada que renovar, alteren los valores esenciales de una ecuación de poder y prosperidad jamás alcanzados en el pasado. Los seguidores del demócrata no desdeñarían que éste tuviera la desenvoltura de Bush; y los del republicano, quizá, que hubiera ido más a clase. Unos y otros saben que van a elegir a Mr. Bushgore.

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