_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Certidumbre

Rosa Montero

El otro día estuve en Oviedo asistiendo a la entrega de los premios Príncipe de Asturias. En su discurso, Felipe de Borbón recordó que, hace seis años, Rabin y Arafat recogieron juntos y felices el premio a la Concordia. Hoy, en cambio, palestinos y judíos intentan sacarse los hígados unos a otros, instalados en la parte más miserable del ser humano: en el fanatismo y el rencor.No cabe duda de que el Estado palestino tiene que existir y existirá: el problema está en saber cuántas lágrimas de sangre hay que llorar aún para lograrlo. También es evidente que la paz estuvo muy cerca y que ha sido dinamitada por los radicales, por esas sabandijas que se enroscan tanto dentro de la sociedad israelí como de la árabe. Se me ocurre que esta repetitiva carnicería tiene un origen, que es el de la legitimación fundacional de la violencia. Judíos y palestinos han coqueteado con el terrorismo. El Estado de Israel nació, en 1948, como un producto de la guerrilla más radical, y el pueblo palestino está dirigido por halcones. Ben-Gurion, Begin, Arafat: los grandes líderes de uno y otro lado fueron en algún momento, o siguen siendo, tipos vidriosos de pistolón al cinto. Cabría deducir que esto es lo que sucede cuando se construye una nación sobre la violencia: que el producto resultante es un monstruo indecente e inhabitable que sigue vomitando sangre durante décadas. Que reflexionen los del PNV en este ejemplo, y en el país que legarán a sus hijos si se siguen codeando con los etarras.

Pensaba yo en el teatro Campoamor de Oviedo en todo esto, y en Hebe de Bonafini, esa Madre de Mayo que acaba de hacer un papelón indigno al apoyar a los pistoleros de ETA. Pensaba con tristeza, en fin, en el Mal que hiere y que triunfa, cuando de pronto le entregaron el premio de las Artes a Barbara Hendricks y la cantante, de modo inesperado, dirigió unas palabras al público. Dijo que el arte era aquello que es más grande que nosotros y que nos une, por encima de nuestras miserias, a la familia humana; y, para demostrarlo, interpretó a capella una vieja canción de esclavos que nos dejó a todos tiritando. Y en ese instante supe, con total certidumbre, que un día existirá Palestina, y se redimirá Israel, y los etarras desaparecerán como un mal sueño.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_