Agujeros negros
Hay científicos, como Stephen Hawking, que llevan toda su vida investigando los agujeros negros que existen en el cosmos, esos misteriosos objetos que absorben la luz y la materia que a ellos se aproxima. Hay personas y movimientos sociales que llevan toda su existencia investigando, desvelando y combatiendo los agujeros negros que existen en nuestra sociedad, esos espacios opacos, cerrados a la información, esos patios interiores de las democracias a los que la ciudadanía no tiene acceso. Uno de estos agujeros negros es el gasto militar, que el movimiento antimilitarista lleva años cuestionando. La prestigiosa revista Nature ha criticado recientemente el hecho de que España enmascare como gastos en investigación y desarrollo (I+D) miles de millones destinados a financiar la construcción de aviones de combate o de tanques. La citada revista denuncia que el año 2000 más de la mitad de la partida presupuestaria de I+D se dedicará en realidad a gasto armamentista: 266.000 millones de pesetas serán chupados por el agujero negro militar. El Gobierno español se ha apresurado a rechazar las críticas: no es verdad que más de la mitad del presupuesto en I+D sea gasto militar, sólo el 35%: sólo 177.000 millones. Y mientras tanto sabemos que prestigiosos investigadores españoles ven peligrar la continuidad de sus proyectos, algunos punteros a nivel mundial, por falta de medios. Por no hablar de necesidades sociales.Si el índice de democratización de una sociedad -Bobbio dixit- no depende sólo de cuántos votan, sino de en cuantos sitios se vota, es decir, de cuántos y cuáles son los espacios de participación existentes, nuestras democracias aparecen gravemente demediadas. Si algún ámbito aparece alejado de la discusión pública es el de la defensa. Y ello, nos dicen, por tratarse de un ámbito por definición no civil (incluso se insistirá hasta la saciedad en su carácter no político) y extremadamente técnico. El problema que subyace a toda reflexión sobre la paz y la guerra es que se parte de presuponer el carácter indiscutible de la defensa. De esta forma, la única cuestión relevante es la de cómo defenderse, una cuestión técnica, y su respuesta sólo podrá venir de los expertos. El verdadero problema queda así escamoteado, secuestrado al debate público. Porque, ¿cuál es la primera pregunta a la que debe darse respuesta en toda reflexión sobre la defensa, sobre la paz y la guerra? Esa pregunta es por qué y de qué debemos defendernos, por qué y de qué nos defiende la política de defensa. Decidir sobre el por qué de la defensa como cuestión necesariamente anterior a la decisión del cómo defendernos exige su discusión pública y todo secretismo resulta inaceptable.
La desobediencia civil, la objeción y la insumisión, han contribuido a desacralizar la cuestión de la defensa, a cuestionar la naturalización de la violencia, a revisar la presencia y funciones de lo militar en nuestras sociedades. Su aportación crítica ha hecho posible, acaso por primera vez en nuestra historia, que la guerra, su preparación y su realización, deje de ser vista como una fatalidad para empezar a ser concebida como una opción. Y en cuanto opción, discutible, falible, no natural, frente a la que cabe la alternativa, la crítica y la oposición.
Dentro de pocos días dos jóvenes vascos, Alberto Estefanía y José Ignacio Royo van a ser detenidos y conducidos a la prisión militar de Alcalá de Henares. Juzgados en consejo de guerra en A Coruña, han sido condenados a 2 años y 4 meses de prisión. Ambos desertaron del cuartel de Mungia en febrero de 1998 en el marco de la campaña de insumisión en los cuarteles impulsada por el Movimiento de Objeción de Conciencia. Tanto Alberto como José Ignacio están vinculados a la Universidad del País Vasco, el primero como alumno de tercer ciclo y el segundo como profesor. Con tanta racionalidad como convicción se han negado a aceptar una democracia-gruyere que pierda fuerza por cada vez más agujeros negros. Y yo estoy con ellos.
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