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Pangloss

Enrique Gil Calvo

Esta semana pasada se ha celebrado en Valencia, de martes a viernes, el congreso conmemorativo Las claves de la España del siglo XX, en el que especialistas de distintos gremios, con predominio de los historiadores que lo organizaban, han expuesto casi en la clandestinidad sus juicios sintéticos a posteriori sobre los cien últimos años de nuestro país. Y hablo de semiclandestinidad porque la gota fría anegaba el viejo cauce del Turia, cortando el acceso a muchos oradores. Además, el caótico estado de obras que aún embarga al flamante Museo de las Ciencias diseñado por Calatrava, donde el congreso se celebraba, no facilitó las cosas. Tanto más cuanto los guardias de seguridad impedían salir del estrecho espacio reservado a los congresistas, por lo que apenas se pudo disfrutar contemplando semejante esqueleto de ballena varada en el cieno, mientras eleva hacia lo alto su costillar.Respecto al contenido del congreso, no pienso entretener al lector con la relación de autores y de temas, ni mucho menos aburrirles con el resumen de mi intervención (La lidia de Leviatán), pero sí me gustaría comentar el tono dominante que me pareció advertir. Ese tono era de satisfacción contenida. Quizá por vez primera, los académicos españoles están relativamente contentos con el estado de su país. Y eso les hace juzgar con indulgente benevolencia este siglo pasado que, al parecer, ha terminado tan bien, con un alentador final feliz. Modernización, democracia e integración europea: ¿se puede pedir más? El doctor Pangloss se hubiera encontrado en su ambiente, y cabría coincidir con él conviniendo que, en efecto, hay fundadas razones para sentirse optimistas. Pero mientras escuchaba tan discretas apologías se me ocurrió la inquietante idea de preguntarme qué hubiera dicho al respecto don José Ortega y Gasset (quizá el autor más citado del congreso), si hubiera podido tomar la palabra allí.

De modo que los estrategas de La Moncloa pueden dormirse en los laureles, pues parece que, también para la academia, España va bien. ¿Hay para tanto? El aznarismo se atribuye todo el mérito, como era lógico esperar, pero aunque su gestión le haya tocado en suerte a Aznar, el buen momento actual es resultado de un proceso histórico desarrollado durante el suarismo y el felipismo, hoy favorecido por el contexto internacional. Como constata la OCDE, ha comenzado la 5ª onda larga de Kondratieff, por lo que se augura crecimiento sostenido, pleno empleo y alza en los salarios reales en los tres próximos lustros. Esto impulsará un repunte de la natalidad, que además se verá reforzada si se cumple la hipótesis de Easterlin, pues la llegada de cohortes de jóvenes cada vez más reducidas favorecerá sus oportunidades de temprana emancipación, adelantando su calendario reproductor a la vez que se completa la tardía fecundidd aplazada de la generación del baby boom. Todo lo cual se traducirá ideológicamente en un auge del familismo privado, afín a individualismo liberal-conservador.

Como no hay mal (ni bien) que cien años dure, a partir del 2015 este ciclo dará un nuevo giro: cuando los baby boomers comiencen a jubilarse estallará el sistema de pensiones, se estancará el capitalismo digital y comenzará una nueva época de crisis, protesta colectiva y radicalismo social. Pero hasta entonces, cabe temer que el aznarato se perpetúe con dedazo o sin él. Lo cual es de lamentar, pues ni siquiera Pangloss podría aprobar el ejercicio del poder que estila Aznar. Es posible que logre desarticular al nacionalismo periférico, ahora que está a su alcance. Y quizá se beneficie del eclipse de la oposición, entretenida como está en renovarse. Pero entre tanto resulta inadmisible su absoluta patrimonialización del poder. El último ejemplo es el escándalo Iberdrola, fagocitada por el holding que obedece a La Moncloa. A estos liberales se les llena la boca hablando de los mercados, pero a fin de cuentas quien reparte el pastel de la desamortización aznarista es, como en el siglo anterior, el poder político proteccionista e interventor, de quien dependen los beneficios de la sumisa oligarquía española.

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