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Reportaje:

"Debemos condenar y condenamos a la procesada..."

Despliegue policial

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Un tribunal con dos magistradas
"Si la indultan, que se vaya de Madrid"

La tarde en que lo iban a matar, Vicente Molina Maya llegó a su casa de la calle de la Presa, en Mejorada del Campo. Mandó salir a sus hijos y se quedó a solas con su mujer, Teresa de Jesús Moreno Maya, desconociéndose con qué fin lo hizo. Eran sobre las seis de la tarde del 16 de abril de 1995. "En un momento dado, Teresa efectuó un disparo con la pistola marca Beretta, calibre 7,65 milímetros, con número de identificación 22.508, que alcanzó la cabeza de Vicente, y le penetró por la región temporal derecha y le salió por la región parietal izquierda superior, falleciendo tres horas más tarde, como consecuencia de las graves lesiones traumáticas a nivel craneoncefálico". Así lo dijo y sentenció en mayo de 1999 la Sección Cuarta de la Audiencia de Madrid que consideró probados estos hechos. Y así, los tres magistrados del tribunal fallaron: "Que debemos condenar y condenamos a la procesada Teresa de Jesús Moreno Maya, como autora criminalmente responsable de un delito de homicidio, con la concurrencia de la agravante de parentesco, a la pena de 14 años, ocho meses y un día de reclusión menor".Ni por lo más remoto podía intuir Teresa de Jesús Moreno, Tany, que ahora, 17 meses después de escuchar tan dura sentencia, ingresaría en la prisión de Alcalá-Meco arropada por más de 2.000 personas y con voces muy autorizadas -entre ellas nada menos que la de la ministra de Sanidad, Celia Villalobos- pidiendo su indulto al Gobierno. Y es que entonces, en mayo de 1999, Tany no era más que una gitana nacida en la Nochebuena de 1950 en Ocaña (Toledo), hija de Nicolás y de Carmen, y madre a su vez de seis churumbeles (Irene, Aquilino, Pedro, María del Carmen, Eusebio y Tamara).

"Soy inocente"

La condena de Tany apenas ocupó un rincón en los periódicos, pese a que su previo enjuiciamiento, en marzo de 1999, había despertado cierto interés: no porque se tratase de un nuevo caso de violencia doméstica, sino porque la justicia paya se disponía a juzgar a una mujer gitana supuestamente sentenciada a muerte por una parte de su propia comunidad.

Un fuerte dispositivo policial vigiló la Audiencia durante el juicio, ante el temor a que familiares de Vicente Molina pretendieran ejecutar la supuesta sentencia dictada con arreglo a sus cánones de la ley gitana. Pero, salvo las miradas de rencor que los familiares del difunto dispensaron a Tany, la vista discurrió sin incidentes.Sentada en el estrado, Tany se afanó en aparentar tranquilidad. Sólo el testimonio de su suegra, Irene Maya Jiménez, quebró su silencio. "Tú tienes la culpa de todo", espetó Tany al oír las acusaciones que lanzaba contra ella. Pilar Oliván Lacasta, presidenta del tribunal y con más de 15 años en la judicatura, mandó callar a Tany y proseguir a la testigo. La abuela paterna de seis de los ocho hijos de Tany se movía, locuaz y desenvuelta, por la Audiencia como una matriarca gitana: rodeada de hijos y nietos, todos de riguroso luto.

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Habían transcurrido cuatro años desde aquel 16 de abril de 1995 en que un disparo "a cañón tocante" reventó la cabeza de Vicente Molina cuando sólo estaba acompañado de su mujer, Tany. Tras el disparo, ella salió de la vivienda con una pistola en su mano derecha. La llevaba envuelta en una toalla que dejaba asomar el cañón. Vicente, trasladado a un hospital, murió tres horas después.

Y Tany, que quedó inmediatamente detenida, no había vuelto a ver desde ese día ni a su suegra ni a los hermanos de Vicente. Sí a algunos de los seis hijos que tuvo con el difunto Vicente, pero no a todos.

El juicio era, pues, la primera vez que Tany aparecía en público. Tras pasar 18 meses en prisión provisional y temorosa de la firmeza de la sentencia gitana dictada contra ella, buscó refugio en un centro de las monjas Adoratrices del barrio del Pilar y, más tarde, en un piso de una asociación de mujeres de Rivas-Vaciamadrid. Oculta, esperó la llegada de la justicia paya.

En los pasillos de la Audiencia, atestados de policías, los familiares de Vicente Molina se afanaban en negar que en su mente estuviera tomar posibles represalias, mientras las directivas de la casa de acogida de Rivas reiteraban que la encausada era una víctima más de la violencia doméstica. Y que su compañero sentimental la tuvo sometida a maltrato físico y psicológico.

Sin embargo, nada dijo Tany de esas palizas ante los tres magistrados encargados de dictaminar si era inocente o culpable de la muerte de aquel hombre de 40 años con el que había engendrado seis hijos.

Tany no dijo nada de la mala vida que le daba su compañero sentimental. La estrategia de su abogado, Gabriel Navarro Tomás, adoptó otros derroteros y decidió no hablar del maltrato que había padecido su clienta durante años, a fin de desterrar así ante el tribunal la impresión de que el homicidio podía ser la rebelión extrema de la acusada frente a tales martirios. Además, esto, que podría haber atenuado una eventual pena, no estaba sufientemente documentado a través de denuncias, que Tany nunca interpuso por temor a represalias. Y ya se sabe que, para los jueces, lo que no existe en autos, no existe.

Sobre el maltrato que padecía Tany sólo existía entonces un informe de los Servicios Sociales de Mejorada del Campo, enviado en mayo de 1995 al juzgado de Coslada encargado de investigar el crimen. Estos servicios dicen "tener conocimiento de los problemas de relación entre la pareja, siempre según la información facilitada por Teresa de Jesús, que desembocan en discusiones y agresiones sobre ésta, y por diversos motivos (familiares, económicos, por las diferencias de carácter), dándose de forma habitual, tal como verbaliza Teresa de Jesús, no pudiéndose corroborar ni a través de la observación directa ni a través de denuncias de los hechos por parte de ésta".

El informe prosigue que Teresa "expone el miedo a decir delante de su compañero su situación, por posibles represalias por parte de él, pidiendo que esta información no se utilice por nuestra parte debido a ese temor, paralizando así el posible apoyo que se le podría ofrecer" desde los Servicios Sociales.

Tany, que durante todo el proceso mantuvo a machamartillo su inocencia, explicó así lo ocurrido: que "tras quedarse a solas con Vicente" en el domicilio de ambos, éste "la cogió del cuello y le dijo que iba a matarla y le puso una pistola en la sien". Agregó que "se abrazó a él y que le pidió que no lo hiciera, que se balancearon los dos y que en ese balanceo se oyó un disparo, cayendo ella boca arriba y él de lado sobre la cama del dormitorio". Según su versión, luego le quitó la pistola y salió de la casa.En su sentencia, el tribunal refuta punto por punto la versión de Tany. "Efectuó el disparo a cañón tocante y hubo un animus necandi en la acusada [propósito de matar]", sostiene. Y lo explica: "El disparo se efectuó con el arma aplicada sobre el plano corporal", como revela el informe pericial realizado, entre otros, por los guardias civiles Juan Moreno y Pedro Solís. ¿Fue ella la autora del disparo? Para los jueces no hay duda.

La prueba de la parafina fue determinante. En la mano diestra de Tany "había residuos del fulminante" de un cartucho de la marca Santa Bárbara. Se halló "bario, plomo y antimonio", elementos procedentes de la nube de gas que expulsa la recámara de una pistola al percutir un proyectil, y ello pese a que la procesada se lavó antes de someterse a la prueba.

En las manos del fallecido se hallaron restos de plomo, silicio, aluminio, estaño, bario, hierro, cobre y sangre, "pero no así la combinacion de plomo, bario y antimonio, propia de la detonación del fulminante" de un cartucho, según consta en la sentencia.

El abogado de Tany sostuvo en el juicio que los restos llegaron a la mano de su clienta de forma fortuita. Pero los jueces consideraron que si, como ella declaró, el disparo se produjo cuando agarraba a Vicente de la cintura, "la mínima nube contaminante no pudo llegar a sus manos". Eso sin contar con que el disparo fue "a cañón tocante" y en la cabeza de la víctima.

¿Pudo contaminarse la mano de Tany al coger el arma tras el crimen o al tocar la toalla en la que envolvió la pistola? Tampoco. "Es hipotéticamente imposible", zanjaron los peritos. "En el supuesto de que se hubiese contaminado al secarse las manos con la toalla, esos compuestos habrían aparecido en ambas manos, y no fue así", dicen los jueces. "Luego la única persona", apostillan, "que pudo disparar el arma fue la procesada".

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