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Críticas a Clos FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Desde varios ángulos, las críticas se ciernen sobre el alcalde Joan Clos y su gestión al frente del Ayuntamiento de Barcelona. ¿Existen razones para ello?Los problemas de una ciudad como Barcelona suelen ser muchos, de muy diversa índole y, sobre todo, cambiantes. Cuando uno cree que comienzan a solucionarse surgen otros de características muy distintas. Ello sucede, como sabemos, en todas las grandes ciudades. Critiquemos la política municipal distinguiendo, por tanto, tres tipos de problemas: primero, los que suscitan materias sobre las que el Ayuntamiento tiene competencia exclusiva; segundo, aquellos derivados de materias cuya competencia está compartida por la autoridad municipal y otras administraciones; y, tercero, de más amplio alcance, los que versan sobre la idoneidad del modelo de ciudad que se quiere alcanzar.

Ciertamente, en política municipal, los problemas aparentemente menores, concretos y acotados, tienen una gran importancia. Incluso, en cierta manera, la política municipal en sentido estricto es una política de obras menores, aunque percibidas muy directamente por los ciudadanos: tráfico, bomberos, pavimentación, limpieza viaria, cementerios, alumbrado, residuos y alcantarillado, como las más relevantes de su competencia exclusiva. Después, también los municipios tienen otras competencias aparentemente de mayor entidad que comparten con otras administraciones: seguridad pública, urbanismo, vivienda, sanidad, servicios sociales, transporte público, cultura, enseñanza y desarrollo económico, entre otras.

Las críticas a Clos se centran sobre todo en tres aspectos: Barcelona está sucia, es insegura y su tráfico está desbordado. Intentemos analizar objetivamente estas críticas. Que ciertas zonas de Barcelona están excesivamente sucias me parece indudable: sólo hay que pasear por los barrios más transitados, especialmente por Ciutat Vella. Eso es de exclusiva competencia municipal y ahí Clos debe aceptar las críticas y poner remedio a ello en vez de apelar al civismo ciudadano, en el estilo de Tony Blair, aunque no llegue al ridículo de recomendar -en otro orden de cosas- la abstinencia sexual de las parejas, como ha hecho el líder laborista, en su peculiar empeño en reducir el Estado social.

También es cierto que la ciudad es insegura y las cifras sobre la pequeña delincuencia de este último verano lo evidencian. Sin embargo, la seguridad no es competencia exclusiva del Ayuntamiento y la responsabilidad sobre la misma debe compartirse con otras administraciones; en parte, se debe a la situación transitoria que implica estar a la espera del cambio de modelo policial que supondrá el despliegue definitivo de los Mossos d'Esquadra. Ciertamente, la sensación del ciudadano es que la Policía Municipal -comenzando por la encargada del tráfico- está cada vez más ausente de las zonas conflictivas y ello es, en último término, responsabilidad del alcalde. Ahora bien, ésta no es la única razón de la creciente inseguridad ciudadana ni mucho menos: demos, por tanto, a cada uno -a cada Administración- lo suyo.

En tercer lugar, el tráfico en Barcelona es, sin duda, denso pero no peor, sino bastante mejor, que el de la mayoría de las ciudades del sur de Europa de su misma entidad demográfica y económica. Por tanto, las críticas a esta situación creo que son manifiestamente injustas. Donde el tráfico funciona absolutamente mal es, sobre todo, en las entradas y salidas de la ciudad en las horas punta, y la principal responsabilidad de tan engorrosa situación no es del Ayuntamiento de Barcelona, sino de la estructura viaria de su zona metropolitana. Es más, en esas horas se circula con mucha mayor fluidez por las calles de Barcelona que en la mayoría de pequeñas carreteras que unen las ciudades de su entorno industrial -por ejemplo, la que une Rubí con Sant Cugat y Cerdanyola- e, incluso, en autovías construidas al final del franquismo que no tienen ni siquiera proyectos de ampliación, como es el caso de la A-18 que comunica Barcelona con Sabadell.

Por tanto, no exageremos los problemas ni los atribuyamos únicamente a una sola Administración. En definitiva, en aquello que es más sustancial, se trata de que se cuide más la limpieza de la ciudad, que las distintas policías se coordinen para ser más efectivas y que, por último, se aumente el transporte público y se reforme la red de carreteras del área metropolitana. El alcalde Clos, además, debe aceptar con mejor estilo todas las críticas: un político debe estar siempre atento a la voz -razonable o no- de la opinión pública. Ahora bien, las críticas deben ser acotadas y concretas: no vale decir que Barcelona va mal, hay que detallarlo con exactitud y examinarlo en su contexto global. Dudo, sinceramente, que la percepción general sea que nuestra ciudad empeora. Más bien demuestra lo contrario la gran cantidad de turistas que, cada vez más, nos visitan.

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En cambio, en cuanto al modelo de ciudad, creo que se ha agotado el proyecto que trazaron entre 1979 y 1982 Narcís Serra y Oriol Bohigas y llevó a la práctica Maragall hasta mediados de los años noventa. De este modelo quedan algunos importantes flecos pendientes: las grandes infraestructuras -aeropuerto, ampliación del puerto previo desvío del Llobregat y recorrido del AVE- y la urbanización de la zona de la desembocadura del Besòs, que se pretende solucionar mediante el Fòrum de las Cultures organizado para el año 2004. En lo demás, el término municipal de Barcelona ya está completo y, por tanto, el proyecto se ha realizado.

El nuevo modelo que Joan Clos se ha propuesto encabezar es el encaje de esta pequeña Barcelona de la que es hoy alcalde con la Barcelona real, la gran Barcelona metropolitana de cuatro millones de habitantes. Los problemas del actual municipio sólo se resolverán efectivamente en ese marco; pero, sobre todo, es también en ese marco global en el que podrá encontrarse solución a los problemas de quienes viven y trabajan en esta densa zona de Cataluña, marginada desde que el Gobierno de la Generalitat cometió el grave error de suprimir la Corporación Metropolitana.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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