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Sombras de Gil-Albert en la Mariola

"Esta casa de mis padres se sobrevive. Medio siglo ¿es poco? ¿es mucho? Un día se elige un lugar con agua y arboleda, amparado por un peñón en lo alto de un valle. Se edifica una casa para el verano; se es joven...". Y en efecto, la casa de Juan Gil-Albert, una y mil veces evocada en sus libros, se sobrevive aún desafiando al tiempo desde un abrupto rincón de la sierra de Mariola, ni demasiado lejos ni demasiado cerca de la laberíntica, empinada y medio oscura ciudad de Alcoy. Y es que las casas de los creadores suelen exhibir una sobrecogedora impavidez, tal vez porque se confían al tener buena parte de sus cimientos asentados sobre la obra dejada del que las poseyó. Como Villa Vicenta, el viejo caserón de Juan Gil-Albert, que también se puede visitar, como muy bien ha señalado el estudioso y escritor Adrián Miró, desde las páginas gilalbertianas de Migajas del pan nuestro, Siesta, Herklés, Concierto en mi menor, Son nombres ignorados o La trama inextricable.Como sea, Villa Vicenta, con sus casi 200 metros cuadrados, languidece lentamente, se muere en mitad de una finca en la que crecen desordenadamente los arbustos y los árboles. Dentro de sus amplias estancias, amontonados al pie de destartalados escalones o en los rincones más tenebrosos de cualquier habitación, uno puede encontrar objetos tan diversos como una vieja jaula oxidada, una manta raída, una montaña de colillas, un destripado transistor o un par de magullados tetabrics de leche. Así las cosas, lo bello del desvencijado caserón sólo queda flotando en la nostalgia literaria de Gil-Albert.

Villa Vicenta parece ser que fue en sus tiempos un viejo molino papelero conocido como El dels tres sous, cuya antigüedad podría remontarse al siglo XVIII y que el padre del escritor, Ricardo Gil, transformó allá a principios de siglo en una esplendorosa residencia veraniega. En ella pasó buena parte de sus mejores años Juan Gil-Albert hasta que la ruina económica de la familia hizo inevitable el 24 de octubre de 1958 la venta de la casa por la cantidad de 85.000 pesetas a la parroquia alcoyana de Santa María. Juan Gil-Albert, pues, se quedó con la memoria de los veranos pasados en la partida del Salt, junto a la cuenca del río Barxell, y Villa Vicenta se quedó con un importantísimo yacimiento arqueológico en su jardín en el que se pueden seguir las huellas del homo neandertal y del sapiens. Yacimiento descubierto un año después de la venta del caserón por el alcoyano Juan Faus y cuyas primeras excavaciones se realizaron en los años 1960 y 1961. Sin duda, éste es uno de los lugares claves para entender el paleolítico medio peninsular y en el que trabaja desde 1986 la prestigiosa arqueóloga de la Universidad de la Laguna, Bertila Galván.

Gracias a las excavaciones arqueológicas, ironías de la vida, Villa Vicenta sobrevirá a su destino de ruina y olvido. No en vano la casa fue adquirida en febrero de 1990 por el departamento de patrimonio de la Consejería de Hacienda de la Generalitat valenciana por la cifra de 28 millones de pesetas y posteriormente traspasada a la de Consejería de Cultura con el fin de salvarla de una más que probable y pronta desaparición. No obstante, todavía hoy es un misterio cuál va ser el destino final de esta mansión decimonónica. Difícilmente la Generalitat podrá ubicar en ella un museo dedicado a la memoria del escritor alcoyano, que en los últimos años de su vida se desprendió liberalmente de casi la totalidad de sus recuerdos hasta el punto que puede resultar toda una proeza recuperar siquiera algun manuscrito por mínimo que éste sea de puño y letra del autor. Sin duda, serán los remotos neandertales y los sapiens del Salt, hoy acomodados en el Museo de Alcoy, los que finalmente acaben ocupando la gilabertiana Villa Vicenta. Un romántico, literario e inesperado retorno al paraíso que no hubieran podido imaginar hace 60.000 años. Como quiera que sea, en las descarnadas paredes de Villa Vicenta aún puede espiarse la sombra alargada y enjuta de Juan Gil-Albert.

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