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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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La bicicleta SERGIO MAKAROFF

Compongo canciones y las canto. La que ha tenido más repercusión es una llamada Tranqui, tronqui, en la que cuento que me robaron la mountain-bike en la plaza Reial, cosa que sucedió en realidad. Algunas personas me reconocen y -como no recuerdan mi nombre centroeuropeo- comentan: "Mira, el de la mountain bike". Hace poco, una chica se cruzó conmigo y, dándole un codazo en las costillas a su novio, le dijo: "¡Mira... la bicicleta!".O sea que soy La Bicicleta, y a mucha honra. No estaría más orgulloso si me hubieran motejado El Ferrari Testarossa o La Estación del Espacio.

Circulo en bici por Barcelona desde hace seis años. No es una moda ni un capricho. Es mi medio de transporte, es una diversión y es un deporte. Me veo pedaleando hasta que el cuerpo aguante. Creo que la bicicleta es uno de los más grandes inventos de la historia de la humanidad. Pero mucho antes que cualquier intento de teoría está la sensación física, el nítido placer de deslizarse sobre ruedas a buena velocidad, a cambio de un gasto energético apenas mayor que el de caminar. De hecho, en cuanto se fortalecen los músculos correspondientes -salvo que hablemos del recorrido del Tramvia Blau-, impulsar la bici cuesta el mismo esfuerzo que el de la marcha simple, también conocida como Paso Paseo.

Echemos una ojeada a nuestro pequeño mundo. ¿Quienes van en bicicleta? La gente de los países más pobres porque no pueden permitirse otra cosa, y los habitantes de los más desarrollados -Holanda, Francia, Dinamarca, Nueva Zelanda- porque han progresado tanto que deciden dejar en el garaje sus Volvos, Saabs y Mercedes. ¿Por qué los ministros suecos van a trabajar en bicicleta? Por el mismo motivo por el que la gente va dejando de fumar en Vancouver y se sigue alquitranando los pulmones en Manila y Tirana. La abundancia material facilita el acceso a la información, al conocimiento, a la cultura.

La cantidad de gente que se sube al coche para ir a un sitio al que podría llegar en bicicleta nos da la medida de nuestra propia mediocridad. Algún día seremos tan evolucionados como los holandeses.

De momento, en Barcelona los políticos van por delante de los ciudadanos. Hay más infraestructura para ciclistas que barceloneses pedaleando. A menudo transito por los carriles-bici que discurren desde la plaza de Francesc Macià por Josep Tarradellas hacia Sants, de ahí a la plaza de Espanya y luego a lo largo de todo el Paral.lel hasta las Drassanes y la estatua de Colón: raramente me cruzo con otros ciclistas, a menos que se trate de un domingo de sol radiante. Sintomático.

No abundemos en lo obvio: nada hay más saludable, racional, ecológico y sexy que moverse en bici. Sin embargo, para mi estupor y escalofrío, hay personas a las que les molestan las bicicletas. Si un tío tan inteligente y gracioso como Ramón de España no se corta un pelo a la hora de despotricar públicamente contra tan inofensivos y encantadores vehículos, ¿qué podemos esperar de cerebros menos agraciados? Me refiero a las hordas de tochos y cazurros que -bienaventurados sean, los pobrecillos- circulan aprovechando que ser tonto no es delito.

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Los enemigos de la bici son una minoría pintoresca, pero ahí están, metiendo sus bastones nudosos en las ruedas del progreso.

No podrán con nosotros. El sentido común y los valores que se caen de la tabla de tan maduros están de nuestro lado. Decir no al ruido, al humo, al despilfarro energético, al anquilosamiento de mentes y cuerpos, es decir sí a la bicicleta.

Hace un tiempo escuché a Salvador Pániker explicar que el vector del progreso avanza de modo pendular. Cuando al péndulo le toca retroceder, ese movimiento forma parte de la dinámica general del proceso, con lo cual cuenta también como un avance. Exactamente eso es lo que sucede cuando -pudiendo coger el coche- optamos por la mucho más civilizada bicicleta.

Carles Ribas

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