Sanidad pública, sanidad privada
Son las nueve de la noche del viernes 25 de agosto de 2000 y el doloroso rayo de un infarto me está matando en el salón de mi casa. Mi compañera, que no puede hacer nada más por mí de lo que ya ha hecho al llamar al 061, me anima angustiada con un "vendrán enseguida, aguanta". Un, dos, tres, cuatro, cinco eternos minutos y ya oigo la sirena en la calle, ya llaman al portal, ya sube el ascensor, ya están aquí y ya me están salvando la vida apenas cinco minutos después de empezar a morirme.Luego, pocos minutos después, será el servicio de urgencias del hospital Macarena, de Sevilla, el que tomará el relevo, para dejarme horas después en las manos de la unidad de cuidados intensivos, quienes me cuidarán durante unos días hasta que asuman mi cuidado las unidades de coronaria y de cirugía cardiovascular, hasta que se decide la conveniencia de revascularizar íntegramente mi corazón, operación que es llevada a cabo por uno de los mejores equipos quirúrgicos cardiovasculares del mundo y que consigue ponerme de nuevo (nunca mejor dicho) en circulación escasamente un mes después de aquel infausto día.
Hablo con el genial cirujano que ha restaurado mi antes inservible corazón e intento transmitirle mi agradecimiento por la "impagable" e "impecable" actuación del conjunto del sistema sanitario público, conmigo y con todo el mundo (lo puedo atestiguar y así lo atestiguo), y él me guiña un ojo y me sonríe.
Aún convaleciente y dolorido, pero vivo, reflexiono y pregunto al aire:
1º ¿Habría reaccionado la sanidad privada tan rápido como ha reaccionado la pública?
2º Si en lugar de existir un Sistema Sanitario Público, integral y competente, costeado por la solidaridad común de todos y todas, sólo existiera una sanidad privada y hubiera tenido que enfrentarme yo solo, que no tengo un duro, con los costes económicos que ha representado salvar mi vida, ¿qué hubiera sido de mí?, ¿dónde estaría yo ahora?- . .
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