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El cóctel infernal

Fernando Savater

Antes de hacer un comentario sobre la pertinencia o no de asistir a la manifestación convocada por el lehendakari Ibarretxe, quisiera contextualizar brevemente esta convocatoria. A tal fin, y sin que sirva de precedente, me propongo también darle la razón en un punto importante a Arzalluz y a los redactores del curioso manifiesto del PNV aparecido con motivo de la cumbre de Biarritz. Presto atención a esta proclama porque soy uno de esos espíritus anticuados que creen firmemente en la incidencia de la ideología (política, religiosa, mitológica, etcétera...) en lo que efectivamente pasa y lo que deja de pasar: puede que comience como mera superestructura de intereses económicos subyacentes -así lo pretendía la extinta raza de los marxistas-, pero después la ideología suele independizarse de ellos y hasta contrariarlos decisivamente. Me remito al ejemplo de Oriente Próximo, de la ex Yugoeslavia y sobre todo del País Vasco.En los dos primeros puntos de ese manifiesto, el PNV establece que los asistentes a la cumbre se hallan en "la tierra de los vascos", el pueblo más antiguo de Europa que vive "a ambos lados del Bidasoa y de los Pirineos occidentales desde que se tiene memoria de habitantes y que hablan aún una lengua que constituye el único testimonio vivo de la prehistoria europea". De ahí deducen que tal pueblo, con personalidad y voluntad política, constituye una nación que tiene el mismo derecho de autodeterminación que otros pueblos "divididos o integrados en estados ajenos, como Alemania, Estonia, Eslovenia, Croacia, etcétera...", por lo que piden el mismo reconocimiento independizador. En este planteamiento se asciende alegremente la antropología a filosofía política, se confunde la recortada similitud cultural con el fundamento de la institución estatal, se convierte a la tierra en legitimadora mítica capaz de revocar sistemas democráticos modernos, se mezclan los desajustes nacionales provocados por la quiebra reciente de las dictaduras comunistas con la pretensión de establecer estados étnicos en cualquier lugar de Europa y, en una palabra, se pretende refutar la historia en nombre de la prehistoria. No puede haber nada más contrario ni más reaccionario frente a la construcción europea en el siglo XXI. Me aseguran los escépticos risueños que todo esto son inocuas baladronadas cara a la galería, que nadie se toma en serio. Yo me temo que sea también el sustrato nefasto de los males padecidos por mi país y de la mismísima violencia de ETA, por lo que no creo que pueda ser despachado con una mera carcajada displicente.

Por tanto, hay un punto con el que estoy plenamente de acuerdo: aquel que dice que Europa no puede limitarse a mirar hacia otro lado ante "nuestra situación y nuestras angustias", como si fuera un problema interno de España y nada más. No, aquí se está jugando algo mucho más serio para todos los europeos y por ello sería importante que el Parlamento Europeo lo tomara a modo de problema propio. No desde luego para ofrecer una mediación internacional entre vascos, españoles y franceses como si aceptase la paridad entre los estados de derecho realmente existentes y el estado étnico que algunos proyectan, sino para constatar in situ la degeneración de la convivencia democrática a la que tal planteamiento está llevando. Sería bueno que una comisión parlamentaria viajase al País Vasco no para ir de despacho en despacho, no sólo para cotejar las opiniones de los líderes políticos, sino para comprobar a pie de calle cómo viven hoy los electos no nacionalistas, los profesores de bachillerato y los universitarios, los periodistas disidentes del régimen, los empresarios, los comerciantes, los artistas y los ciudadanos comunes y corrientes que se atreven a expresar opiniones opuestas al llamado MVLN. Me ofrezco a acompañarles por las aulas, los bares, las plazas y las calles de las localidades vascas... si se atreven a tan arriesgado ejercicio. Que comprueben sobre todo cómo se educa en nuestro país, cómo se informa, cómo se defienden los derechos de los ciudadanos, cómo se juzga y cómo actúa la fuerza de seguridad autonómica. A quienes están obsesionados con la supersticiosa deriva que supuestamente lleva a los jóvenes desde la marihuana a la droga dura, hay que mostrarles un camino más perverso y más cierto: el que conduce a los adolescentes desde la quema del autobús y la paliza al ertzaina en impunidad al tiro en la nuca y el coche bomba, es decir, a la atrocidad irreparable.

¿Entonces, la manifestación...? El lema elegido tras larga demora difícilmente podría ser menos bueno sin convertirse directamente en malo. Después de los últimos acontecimientos y demostraciones públicas, la simple palabra "paz" suena más a retroceso hacia la bandera blanca que a compromiso concreto con las libertades cívicas. Por lo visto, se trataba de quitarle "hierro político" al asunto (no sé por qué los políticos tienen tanto interés en que no se "politicen" las cosas: ¿para qué les queremos entonces a ellos?). Según Ibarretxe, mezclar la aspiración a la paz con razonamientos políticos es nada menos que un "cóctel infernal". Pero es que si no se politiza democráticamente la paz, podemos estar refiriéndonos a una "paz" como aquella de los "veinticinco años de paz" franquista o, aún peor, la paz de los cementerios aludida irónicamente por Kant al comienzo de su célebre ensayo. Es realmente fastidioso que en el País Vasco sólo se pueda ser terrorista o "pacifista". No tengo nada contra el pacifismo, al contrario, pero no me siento capaz de tanto desprendimiento: entre la inhumana ley de la jungla y la sobrehumana ley del amor creo que está sencillamente la ley, que es sólo humana y a veces demasiado humana. Esa ley es actualmente el Estatuto y la Constitución, es decir, el mínimo común denominador racional de la democracia. Dejémonos de zarandajas: para ser demócrata en el País Vasco no basta estar contra ETA (¡faltaría más!), es imprescindible el inequívoco apoyo al Estado de derecho. Y la unidad de los demócratas que debe ser alcanzada ha de tener lugar en torno al Estado de derecho y su ley, no en ningún otro gaseoso y sublime limbo prepolítico.

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Sin embargo, hay en ese lema insulso una señal positiva de cambio de rumbo en el actual ejecutivo nacionalista. Por supuesto, se trata de un intento de enmendar su no asistencia a la gran manifestación de San Sebastián del 23 de septiembre y de responder a las mociones de censura pero sin convocar (¡aún!) elecciones. Si no hubiera habido gente capaz de mantener sus principios a pesar de las acusaciones de "crispación", "frentismo", "pensamiento único", hoy no habría manifestación o su lema sería algo así como aquel "gobierno, muévete; ETA, para" de triste memoria. Esta convocatoria es un paso, muy pequeño pero en la dirección debida. Comprendo a quienes lo secunden, a pesar de los pesares. Ni las víctimas del terrorismo, ni el PP, ni el PSOE, ni UA, ni el Foro de Ermua, ni Basta Ya, ni los nacionalistas que a título individual estuvieron con ellos el 23 de septiembre tienen a estas alturas ya nada que demostrar de su posición frente a ETA y por tanto es igualmente respetable que asistan a la manifestación como que la omitan. Los que tienen que aclararse son los que se negaron con motivos ridículos a estar en las calles de San Sebastián aquel día o los que han firmado pactos vergonzosos con los mamporreros del terrorismo: para ellos esta asignatura es obligatoria, para los demás optativa.

El único "cóctel infernal" que prolifera en Euskadi hoy es el cóctel mólotov. Pero no satanicemos a Ibarretxe ni a Arzalluz. Un respeto para Satanás, de quien es tan proverbial la mala intención como la penetrante inteligencia. Si se entera de que utilizamos su nombre para descalificar a los jelkides puede tomárselo a mal y -como nos suelen aconsejar los equidistantes- no conviene indisponerse con nadie influyente ni aumentar la crispación...

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

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