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El juicio al espía Pope envenena las relaciones entre Rusia y EE UU

Es más que probable que, además de Oriente Próximo, el presidente norteamericano, Bill Clinton, tratase con su homólogo ruso, Vladímir Putin, durante la conversación telefónica que mantuvieron ayer, de un tema que desde hace meses envenena las relaciones entre las dos superpotencias nucleares: la detención, procesamiento y juicio del antiguo oficial de la Marina estadounidense Edmond Pope, de 54 años, detenido el 3 de abril, acusado de espionaje y que corre un serio peligro de ser condenado hasta a 20 años de prisión.La vista se inició el miércoles y se interrumpió hasta ayer para dar tiempo a estudiar la demanda de nuevos exámenes médicos que determinen si Pope, que sufre un extraño tipo de cáncer de huesos, está en condiciones de seguir en prisión. La presidenta del tribunal, Nina Barkina, denegó la petición, al igual que otras como que se cambie al intérprete (en la nómina del FSB, heredero del KGB soviético), que se admitan documentos que, según la defensa, prueban que las actividades de Pope eran legales y que se llame a declarar al supuesto testigo de cargo: el profesor Anatoli Babkin, que presuntamente facilitó al detenido información clave.

Lo que parece claro es que el fiscal, y el propio Putin, están convencidos de que Pope es culpable, y de que, bajo cobertura de hombre de negocios que se movía en el campo de la reconversión de la industria militar a usos civiles, se dedicó durante años, en 27 viajes a Rusia, a comprar ilegalmente secretos militares. Y no de poca monta, sino incluso relativos a los últimos modelos de torpedos, como los que presuntamente estaba probando el submarino Kursk durante la misión que terminó en catástrofe el pasado agosto en aguas del mar de Bárents.

La Cámara de Representantes norteamericana adoptó recientemente una resolución en la que se pide a Clinton que ligue la futura ayuda económica a Rusia con la solución del caso Pope, y se ha advertido a los hombres de negocios del riesgo de que tengan problemas por ejercer actividades comerciales que en Occidente se consideran completamente normales.

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