El último debate televisivo entre Gore y Bush no resuelve el empate técnico entre los candidatos
Habrá que esperar hasta el recuento de la última papeleta del último Estado de la costa del Pacífico para conocer el nombre del futuro inquilino de la Casa Blanca para los próximos cuatro años. Se suponía que el tercer debate televisado entre el candidato demócrata, Al Gore, y el aspirante republicano, George W. Bush, iba a ser crucial, definitivo, pero tampoco despejó la incertidumbre. Gore, en el papel de gladiador, estuvo mejor que en los dos primeros, pero no logró asestar ningún golpe mortal a Bush, quien interpretó a un predicador en un intento de acercarse al ciudadano medio.
El demócrata acusó al republicano de proteger a los más ricos y éste replicó identificando a su rival como el campeón de la detestada burocracia gubernamental del distrito federal de Washington, una coletilla que siempre suele encontrar eco entre los votantes medios.Recién terminado el debate, en la misma Washington University, de Saint Louis (Misuri), los portavoces y partidarios de Gore compitieron ferozmente con los de Bush en proclamar vencedor a su líder. Pero de la perplejidad de la crítica y el público dieron cuenta rápido los primeros sondeos hechos públicos en la madrugada peninsular española; estas encuestas, realizadas por teléfono (y un margen de error de más menos cuatro puntos), indicaron un empate entre los contendientes o una pírrica victoria de Gore. Según el de ABC News, Gore y Bush obtuvieron un idéntico 41% de aprobación; según el de CNN-USA Today-Gallup, Gore consiguió el 46%, y Bush, el 44%.
Nada, pues, definitivo. Gore estuvo más agresivo verbal y físicamente, y al principio incluso se acercó a pocos centímetros de Bush y se le encaró. El gesto dio la impresión de que quería pegarle, pero Bush le miró con sorpresa y luego sonrió. Frente a la combatividad desplegada por Gore, Bush adoptó un aire relajado y calmoso que conectó con sus compatriotas. Las encuestas señalaban ayer que Gore ganó por poco el examen sobre el temario, pero Bush arrasó en materia de personalidad. A la gente le resultó mucho más agradable que el vicepresidente, y eso pesará mucho el 7 de noviembre.
La última comparecencia de los dos candidatos ante decenas de millones de telespectadores estuvo impulsada por preguntas de una audiencia de electores indecisos que habían sido previamente aprobadas por el moderador, el periodista Jim Lehrer.
Momento dramático
Un momento dramático fue cuando un afroamericano le preguntó a Bush si se sentía orgulloso de que Tejas, con 145 ejecuciones desde que él es gobernador, posea el récord estadounidense en materia de aplicación de la pena de muerte. "No estoy orgulloso de eso", respondió con suavidad Bush. "Los momentos más duros de mi trabajo como gobernador son cuando tengo que tratar esos casos, pero mi misión es aplicar las leyes de Tejas, y éstas dicen que los acusados deben tener un juicio justo y que deben aplicarse las decisiones de los jurados".Gore casi se atropelló al precisar: "Yo también apoyo la pena de muerte". El moderador les preguntó a ambos si creían en la utilidad de este castigo y los dos respondieron afirmativamente. "No defiendo la pena de muerte por revancha, sino porque creo que salva vidas", dijo el republicano Bush. "Creo en los efectos disuasorios de la pena de muerte", declaró Gore.
El eje central de los ataques de Gore fue la idea de que el programa de Bush, y en particular su oferta de rebaja general de los impuestos, beneficia al "1% de los más ricos". El demócrata volvió a presentarse como el populista que luchará por los intereses de las clases medias en asuntos como la enseñanza pública y las pensiones de jubilación. Y se declaró partidario de caminar "paso a paso" hacia un sistema mixto, gubernamental y privado, que garantice la universalidad de la cobertura médica.
"No quiero que el Gobierno federal establezca un sistema nacional de salud, como lo intentaron Clinton y Gore en 1994", respondió Bush. Ésa fue la muletilla que reiteró a lo largo del debate: una firme oposición a que el Gobierno federal amplíe su tamaño y sus competencias. Bush se presentó como el político "que viene de fuera de Washington y confía en las personas", y presentó a Gore como el exponente de "la burocracia y el partidismo" que dominan la capital y alguien que propone "el mayor incremento del gasto federal".
Gore defendió sus ideas moviéndose más y mejor por el escenario, cortando con frecuencia a su rival y gesticulando. Bush estuvo más amarrado, pero también más tranquilo y con mayor sentido del humor. El demócrata habló a los cerebros de sus compatriotas; el republicano, a sus corazones.
Oriente Próximo fue el único asunto internacional abordado, y ahí Bush actuó con inteligencia al aplaudir "el trabajo del presidente [Bill Clinton] para intentar rebajar las tensiones" entre israelíes y palestinos.
Ninguno de los dos cometió un error decisivo y hubo pocos momentos que den pasto a los múltiples programas de humoristas en los próximos días. El que provocó más risas fue una respuesta de Bush a una declaración de Gore según la cual los periodistas habían analizado y desmentido un anuncio republicano que dice que él piensa gastarse tres veces más que Clinton. "Olvídese de los periodistas", dijo jovialmente Bush.
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