Materiales y cosas
La presentadora de televisión Ana Rosa Quintana había entrado en el mundo de la literatura con paso firme y seguro, con esa solvencia mediática que proporciona la fama a los famosos, sean cuales sean las décadas, o los minutos, que hayan dedicado a la creación literaria a lo largo de su vida. Lástima que, tras haber vendido 100.000 ejemplares de su novela (una fruslería), alguien la haya denunciado por plagio de un libro de Danielle Steel. Qué más quiere la prensa: la noticia salta a los papeles con la irresistibilidad de un incendio de verano.Ante las acusaciones aireadas por una revista, con profusión de textos demostrativos, salen en defensa de la abnegada escritora sus amigos, amigos con firma, amigos con prestigio, vamos, eso que entre los famosos se denominaría "medio Madrid", por no hablar también del otro medio. Esa gente importante defiende con vigor el perfil literario de la autora, su insobornable vocación, que acaso cultiva admirablemente desde la infancia, aunque sólo ahora haya llegado al conocimiento de las hambrientas masas de lectores. Ana Rosa se ha disculpado (en una implícita aceptación de la perfidia) interponiendo a su favor extraños argumentos; argumentos impropios de una inteligencia bien armada, pero, sobre todo, impropios de una inteligencia inocente: "Ante todo quiero decir que es un error mío, debido a mi inexperiencia y a mi falta de dominio de la informática".
Uno no entiende qué relación tiene el dominio de la informática con la copia literal de párrafos y párrafos de la novela de otra persona. Claro que la aclaración de la escritora se completa poco después: ha utilizado "materiales y cosas" que le han ayudado a enlazar las historias de su libro.
¿Qué son "materiales y cosas"? ¿Qué materiales y cosas utilizan los autores a la hora de escribir? Utilizan la memoria, el resentimiento, el irresoluble conflicto de la experiencia humana; utilizan su propia biografía y la biografía de los demás; utilizan la imaginación; se utilizan a sí mismos, dejándose jirones de vergüenza en cada párrafo. Por último, se presume, utilizan el lenguaje. Lo único que no utilizan son los libros de los demás, por mucho que un ordenador dotado de vida propia se empeñe en colárselos así como por descuido. Me temo que los escritores que admiro siempre han recurrido a materiales y cosas muy distintas a los materiales y las cosas que guarda Ana Rosa Quintana en su rebelde ordenador.
Pero lo que resulta aún más inquietante es la soltura a la hora de realizar su particular pliego de descargo. Ni siquiera importa demasiado el trasfondo de miseria intelectual que oculta la palabra plagio. De hecho, vigorosas defensas realizadas en prensa, como la de Raúl del Pozo, resultan impresentables: admiten, como si tal cosa, con naturalidad escalofriante, la existencia de los negros literarios, oscuros personajes que escriben de forma anónima para alimentar el brillo de los demás. A partir de ese planteamiento, nada más fácil que remitir las culpas a los esforzados subordinados de la Quintana, esos que deberían haberse ocupado de cincelar con mayor aplicación las palabras que ella iba a firmar. Todo demasiado asombroso, si no fuera porque resulta, al mismo tiempo, demasiado triste. Uno no entiende con qué arrestos puede emprender su primera aventura literaria un joven de veinte años a la vista de estos patéticos estímulos que le ofrece la industria editorial.
"Esto les ha pasado antes a otros escritores mucho más famosos que yo", dice también la Quintana. Mentira. En este país no hay nadie que sea más famoso que ella. Desde luego ningún escritor. ¿Ana Rosa Quintana ha plagiado un libro? Nosotros no somos tan mal pensados y debemos comportarnos, ante todo, de forma prudente y ponderada. No se puede afirmar que Ana Rosa Quintana ha plagiado personalmente porque quizás no lo haya hecho ella sino aquel o aquellos que le han escrito el libro por encargo. Y también hay que cuestionar la sublime afirmación de su amigo Raúl del Pozo, presto a colocar, a todos los que se atrevan a abrir la boca, en el incómodo territorio de la envidia: "Lo que no te perdonarán nunca es que hayas vendido cien mil libros". Por supuesto que sí, yo creo que sí hay que perdonarla. A veces hay que hacerse perdonar incluso eso.
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