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El salario de los políticos

Fernando Vallespín

Muchos de los fenómenos a los que hoy asistimos se escapan a las coordenadas con las que estábamos acostumbrados a manejarnos. Uno de ellos es el salario o, más bien, los criterios a partir de los cuales se rige la distribución de beneficios monetarios. Nadie -salvo los propios beneficiarios, claro está- supo entender en su día el disparatado montante de las stock options de Telefónica. Ni nadie se acaba de explicar por qué Raúl o Rivaldo han alcanzado el mareante sueldo de los mil millones anuales. O por qué, según nos ilustra The Economist, el presidente del Banco Mundial debe ganar casi el doble que el mismo presidente de los Estados Unidos y un tercio más que Kofi Annan. Los economistas seguro que tienen una respuesta para explicar cada uno de estos casos, que será tremendamente racional dentro de la lógica de la economía de mercado, pero que se me antoja poco razonable. Una de las explicaciones más convincentes es que determinados individuos, ya sea en el deporte o en las empresas, introducen una "diferencia marginal" que es esencial para los beneficios o el éxito buscados. Y esa diferencia tiene su traducción salarial inmediata. Por no hablar de los constreñimientos impuestos por la competencia, que tiende a favorecer esa continua subasta al alza del precio de los ejecutivos o deportistas estrellas.Tengo para mí, sin embargo, que esto de la diferencia marginal es cierto hasta que se llega a un determinado nivel. Pero que a partir de ahí es el salario lo que determina el valor y no el valor al salario. Me explico. Casualmente tuve la ocasión de contemplar un partido de la selección española en la última Eurocopa a través de un canal extranjero. Ante la excepcionalmente pobre actuación de Raúl, el comentarista foráneo se veía obligado a decir que, a pesar de las apariencias, era "muy bueno" porque era "el futbolista mejor pagado del continente". Y lo mismo podría decirse de cantidad de ejecutivos estrellas. A esto Marx lo denominó la "excepción paradójica", la curiosa situación en la que el precio determina el valor en vez de expresarlo.

Nuestros políticos se encuentran sujetos también a una curiosa paradoja, que ya es de otra índole. Ejercen la actividad que, sin duda, introduce una mayor "diferencia" en la realidad social, pero sus sueldos muy probablemente muevan a risa a cualquier representante de la nueva "burguesía asalariada" (J. C. Milner). Si hemos de valorar su trabajo por lo que ganan en el ejercicio de su actividad, no creo que la política salga particularmente bien parada. Y no vale decir que de ésta se obtengan otro tipo de retribuciones "intangibles" en la forma de prestigio, influencia, "despojos" o una magnífica rampa de lanzamiento para después aterrizar en una envidiable posición en el mercado. Esto es sin duda cierto, véase si no el caso de Arias Salgado, pero afecta a un número muy reducido de la clase política. Este problema hay que plantearlo como una cuestión de principios: tiene que ver con la dignidad de la labor política. Mal empezamos si presuponemos que quienes se dedican a ella lo hacen exclusivamente para beneficiarse por todas esas otras vías. Además, una cosa es que, "subjetivamente", los políticos sean cuasipatológicos buscadores de cargos o se parapeten en ellos cuando los han alcanzado; y otra es que esto sea lo que la política "objetivamente" representa.

Los incentivos que hoy ofrece la política no son particularmente atractivos. La mayoría de los profesionales con un mínimo de cualificación se enfrentan ante el problema de que su potencial acceso a un cargo, incluso el de diputado de las Cortes Generales, les supone un perjuicio económico. La pérdida que eso supone para la colectividad es difícil de medir y lo razonable es que se trate de minimizar ese perjuicio. Desde luego, el ámbito de lo público no podrá competir nunca con los salarios del sector privado, pero debe reivindicar su propia dignidad. No hay razones que justifiquen el triste espectáculo de la clase política pactando una pacata subida de sueldo casi a escondidas y con nocturnidad.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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