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Los inmigrantes y el arzobispo

Unas recientes afirmaciones del arzobispo de Bolonia pidiendo que sólo haya inmigrantes católicos para preservar la identidad de Italia han desatado una polvareda de reacciones en el país vecino y han colocado la xenofobia de raíz religiosa en el centro de la polémica. El dardo iba fundamentalmente dirigido al poderoso colectivo musulmán que representa un tercio del millón largo de inmigrantes legales que viven en Italia.Al margen de que a su eminencia le pueda venir bien una relectura de la parábola evangélica del buen samaritano, episodio que salvando las distancias bien pudiera rememorar una estampa gráfica del inmigrante contemporáneo, el exabrupto merece alguna reflexión sobre otras actitudes más extendidas aunque menos estentóreas que la de monseñor Biffi.

Ante las palabras del arzobispo es fácil dejar escapar una reacción de rechazo. Son de este tipo de afirmaciones que generan anticuerpos y atrincheran en la orilla opuesta. Incluso tienen la virtualidad de reconfortarle a uno en su propia autoestima de persona tolerante y alejada del talante retrógrado que destilan las posiciones altisonantes, rancias y prepotentes.

Pero las afirmaciones de marras tienen también el riesgo de inducir a quien las rechaza al autoengaño de creerse ya por ello fiel representante de los valores de la tolerancia, la integración o el diálogo intercultural. La no identificación con algo le puede conducir a uno al espejismo de creer hallarse en la plena identificación con lo opuesto.

En el fondo de la polémica subyace el debatido asunto del reconocimiento de la diferencia. En las palabras de monseñor, el derecho a la diferencia se carga de negatividad pues se exhibe desde la superioridad de la cultura receptora. Es un planteamiento teñido de etnocentrismo que conduce a la intolerancia y la exclusión, en la que el otro no sólo es diferente sino inferior. Su resultado es el rechazo al contagio y la expulsión extramuros.

Pero junto a ésta hay otra reivindicación de la diferencia hecha más en positivo, respetuosa con el otro, y planteada no desde la superioridad sino desde la igualdad cultural. Pues bien, también ésta corre el riesgo de producir efectos excluyentes, a pesar de estar formulada desde el antirracismo.

Al poner el énfasis en que el otro, su fe, sus valores, su cultura son diferentes y como tal hay que respetarlos, se puede estar induciendo a la idea de que ese reconocimiento conlleva el rechazo a la convivencia con las personas diferentes. Cuando se elogia el derecho a la diferencia en parte se lanza un mensaje positivo pero debemos preguntarnos también si a veces dicho mensaje no esconde un punto de segregacionismo. Como dice Enmanuel Todd, "la valoración del otro como diferente esconde cierta forma de desconfianza y es, sobre todo, una manera de mantenerlo a distancia". El multiculturalismo entendido como la propuesta de sociedad en la que conviven culturas diferentes que se desarrollan por separado unas de otras no está protegido contra el segregacionismo.

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Y por eso, para combatir el racismo, nada mejor que poner el acento en la igualdad y los derechos de los inmigrantes, lo que significa diluir las identidades culturales en una uniformidad indeseada. La defensa de la igualdad y de los derechos del inmigrante se convierte así en la mejor garantía de las diferencias específicas de cada cultura.

Pedro Moya Milanés es director general de Coordinación de Políticas Migratorias de la Junta de Andalucía

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