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Tribuna:LA LEY DE PAREJAS DE HECHO
Tribuna
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Primavera eterna

Pensaba colocarme otra vez los arneses en la cabeza para dar vueltas en torno de la noria vasca, pero un incidente ridículo me ha hecho rebotar hacia el pasado. Según se ha sabido por la prensa, la clase política madrileña, alcalde incluido, acaba de mostrar su sorpresa ante las declaraciones del interventor municipal sobre un punto que interesa a las parejas de hecho. El interventor ha dicho que la ley reconoce una reducción del impuesto de plusvalía por herencia sólo en el caso de que el viudo sea cónyuge, esto es, pueda demostrar que ha pasado por la vicaría. El incidente es ridículo, porque no se comprende que los concejales, y menos aún el alcalde, que es inspector del timbre, desconozcan o finjan desconocer la ley. Sin embargo, y en paralelo, el incidente es profundamente aleccionador. Estos sustos tácticos, y las reacciones políticas a estos sustos, podrían conducir, por un proceso de agregaciones parciales, a cambiar la ley que regula los derechos de quienes viven emparejados bajo un mismo techo. Las cuestiones menudas son tragedias para quienes se mantienen en el margen estrecho de la modestia económica o la subvención social, y aquí el Estado tiene mucho que decir. Es más: lo que diga el Estado en estos casos será por lo común poco polémico. Los retoques al Código Civil que fueran produciéndose sucesivamente reflejarían con justeza considerable los cambios que la opinión y la moral dominante han experimentado en España de un tiempo a esta parte. No se me ocurre un modo más democrático, más equilibrado, de abordar un contencioso difícil e intrínsecamente complejo.Retrocedemos, sin embargo, dos semanas, hasta los debates sobre las proposiciones de ley presentadas por la oposición a raíz de este mismo asunto, y nos encontramos con una situación absurda: la de un Gobierno que recurre a su mayoría absoluta para frenar la equiparación completa de las parejas de hecho con el matrimonio. ¿Por qué ha exigido la izquierda una equiparación que en último extremo conducía a la adopción de niños por parejas homosexuales? ¿Por qué ha sido tan aparatosa, o mejor, por qué ha ido mucho más allá de lo que su propio electorado desea?

Existen muchas respuestas posibles. Por ejemplo, la necesidad de desplazar los signos de identidad ideológica hacia un terreno no económico. Dado que lo de las nacionalizaciones y todo lo demás empieza a ser inviable, se eligen causas laterales con el objetivo de mantener vivas las distancias con la derecha. Sea como fuere, las cosas se han salido de madre. Después de exprimir los argumentos, y contraerlos a su bagazo o residuo último, yo me he quedado con el mensaje siguiente: el amor es un hecho libérrimo y discrecional, que los amantes necesitan expresar libérrima y discrecionalmente constituyéndose en una pareja indistinguible a todos los efectos de un matrimonio clásico.

Dos elementos destacan en esta extraña composición de lugar. Primero, se apela a la sociedad toda, y al Estado como representante de la sociedad, para que sea testigo de un episodio sentimental de carácter privado. Segundo, y coherentemente con el movimiento anterior, se identifica el matrimonio con la pasión: dos personas quedan automáticamente matrimoniadas apenas manifiestan el anhelo de vivir con la intimidad que naturalmente persiguen los enamorados. El bucle es notable de verdad: luego de siglo y pico de materialismo histórico, la izquierda ha dado en reivindicar la institucionalización del amor romántico. Werther desentierra su amor prohibido por Carlota y lo hace triunfar ajustando las cuentas con la Seguridad Social.

La idea habría desconcertado enormemente a nuestros abuelos. Pero no porque éstos descreyeran de la pasión, sino, más bien, porque no pensaban que la pasión tuviera mucho que ver con el matrimonio. El matrimonio, hasta hace poco, ha sido algo en que se incurría para tener hijos, o mejor, para tenerlos en un marco estable. De ahí las garantías legales, los compromisos y el castigo si éstos se incumplían. Nuestros abuelos eran sólidamente materialistas, y ponían gran empeño en trazar la raya que separa el tumulto de la sangre y la poesía de los rigores de la reproducción. En las sociedades desarrolladas de Occidente, sin embargo, todo promete convertirse en una eterna, cándida y plácida primavera.

Alvaro Delgado-Gal es escritor.

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