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NOCHE DE CANAL + DEDICADA AL AUTOR DE 'CIUDADANO KANE'

En busca de huellas perdidas de Orson Welles en España

El título del apasionado pero exacto, luminoso pero minucioso, reportaje que Canal + dedica hoy (22.00) a la obra española de aquel gran cineasta, Orson Welles en el país de Don Quijote, lo dice casi todo en una línea, porque casi todo el hermoso, complejo y turbulento itinerario íntimo de aquel gigantesco artista errante -muerto en Los Ángeles hace 15 años y enterrado año y medio después en la umbría del brocal del pozo de la casa de su amigo el torero Antonio Ordóñez, en Ronda- está, de una manera o de otra, acariciado o herido, enlazado con la vida española de su tiempo. Es la de Orson Welles una bellísima y tumultuosa obra cuya médula se alimenta de algunos goteos de antigua, y para él dolorosamente extinguida, sangre trágica española. La secular quiebra civil de esta tierra, que él designó como la suya y en la que pidió cobijo para la mole de sus huesos, fijó la identidad del ciudadano Welles. El luminoso desvelamiento de la hermandad que enlaza a los mitos de Falstaff y de Don Quijote fijó el territorio del poeta Welles. Y su íntima, asombrada mirada al toreo, en el que descubrió el único rito trágico donde es el intérprete quien crea y quien vive personalmente la tragedia que está representando, fijó el sueño soñado por el actor Welles.

Nada de Welles se entiende si no se trae al golpe del proscenio su condición de actor ingénito, de histrión absoluto, bastidor profesional, moral y mental en el que se tejen las honduras de su talento de hombre de teatro y de cine. Y esto, el vigor de la presencia, abarrotada de signos, de Welles, y su portentosa capacidad para dar a estos signos la forma de una representación, es algo que se ve, y sobre todo se entrevé, en el elegante y primoroso trabajo de ensamblaje de ideas y de documentos que Carlos Heredero y Esteve Riambau detrás de las palabras y Carlos Rodríguez y Beatriz Gómez detrás de las imágenes han desplegado con inteligencia y astucia a lo largo de la hora y media de un trabajo analítico de altos vuelos, ambicioso pero no enfático, ligero pero no arbitrario, didáctico pero no profesoral.

Orson Welles en el país de Don Quijote está plagado de imágenes vivísimas del cineasta en sus rodajes y en sus correrías, en sus plenitudes y en sus desastres, por España o con España a cuestas, en la mochila, a lo largo de más de medio siglo de fiebre creadora y de glorioso vagabundeo en busca de los territorios de la libertad. La materia documental, admirablemente ordenada y graduada, que contiene el filme es de incalculable riqueza y en ella estalla de rato en rato el súbito esplendor de algunas joyas inéditas y el prodigio de algunos instantes robados a la vida por la sed de inmortalidad de una cámara en manos de aquel enorme español de Wisconsin, viejo paisano al que comenzamos ahora a conocer aquí.

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