_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ni Calixto, ni Melibea

EDUARDO URIARTE ROMEROEs Hamlet: "¡Ser o no ser; he aquí la cuestión! ¿Cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta y oponer los brazos a este torrente y darle fin con atrevida resistencia?". Entra en escena Ibarretxe y prosigue el monólogo: "Porque, ¿qué es más disparate, qué es más record Guinness, qué es más hazmerreír, seguir en minoría en el Gobierno sin poder gobernar, o dar la voz al pueblo?".

Estamos tan inmersos en la trama trágica, somos tan conscientes de ello, juguetes del destino, que hasta los portavoces del PNV buscan referentes en el género, pero no es La Celestina. Tragicomedia de Calixto y Melibea, como aprecia Egibar. La obra a la que asistimos ahora es un drama personal, el del lehendakari, entre el deber, la dignidad y la conveniencia aparente. Es Hamlet.

Los personajes desde hace tiempo que no hablan, declaman, el momento es grave, aparecen valores, formas y decires de la vieja hidalguía, nos obligan a repasar a los clásicos. Hay desplantes y amenazas, retórica aúlica y formas metafóricas en un libreto en el que, como en toda tragedia, están presentes los muertos.

Un personaje mal construido para la obra dijo "arrieros somos y en el camino nos encontraremos", pero unió a la frase, en tono amenazante, un "tomamos nota" de cara al futuro. No es un arriero creíble porque los arrieros están acostumbrados a no amenazar, soportan demasiado en el camino las arbitrariedades de los poderosos o los asaltos de los facinerosos. El refrán del arriero sólo debe constatar el "nos volveremos a encontrar" como advertencia, pero sin maldad; para el arriero la amenaza es un lujo peligroso. Y además innecesario, porque su interlocutor, el PSE, contesta con toda razón que "están de amenazas hasta el gorro"; una más está de sobra, otros personajes con las armas humeantes son los que de verdad amenazan. No tiene sentido ese arriero.

"No hagáis seguidismo del PP", le espetaba el PNV al PSE. Y no lo hizo. Se adelantó al PP presentando la moción de censura en cuanto fué consciente, tras el debate de política general, que no existía reconducción del proyecto nacionalista ni una autocrítica, por mínima que fuere. El PSE también se encontraba ante una duda digna de Hamlet, pero reacciónó con decisión -el PNV seguía dejándose arrastrar por su sueño soberanista-, presentando la moción de censura, con esbozo de programa alternativo, tomando la iniciativa.

Quizás lo más importante del debate haya sido la decisión del PSE, que encabrona a los jeltzales que no se lo creen, aunque avisados estaban, y que tienen que escuchar por boca del portavoz socialista que el "bienio más negro de la democracia vasca" ha sido el del gobierno de Ibarretxe. Es una decisión que supone un giro estratégico de comportamientos políticos, porque los socialistas no huyen de apoyar, a su vez, la moción de censura del PP. Y porque sus argumentaciones llegan a declaraciones de la importancia de las de Rosa Díez, que, citando a un amigo, se atrevía a manifestar que no sólo hay que cambiar de Gobierno, sino también de régimen. Porque "algo huele a podrido en Dinamarca".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El PSE es consciente de que han sido veinte años tirados por la borda en dos, de que su política de colaboración necesaria con los nacionalistas, que voluntariosamente aplicaron durante doce años, ha sido penosamente malvaratada en los dos últimos; y es consciente de los muertos que la aventura "soberanista" ha puesto sobre la escena de nuevo.

Volvamos a Hamlet: "Mientras, para vergüenza mía, veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres, que por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que aún no es suficiente sepultura a tantos cadáveres...". Y todo eso, además, cuando con el Estatuto y la Constitución se podrían alcanzar aspiraciones sin necesidad de tanto sacrificio aberrante.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_