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Tribuna
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La globalización de las personas

Emilio Lamo de Espinosa

Mientras el Congreso debate las reformas de la Ley de Extranjería que en su momento elaboró el defenestrado ministro Pimentel, y se discute si incorporar a los aproximadamente 50.000 inmigrantes que han quedado fuera de la última regularización, las playas de Tarifa y Algeciras se transforman en pista de aterrizaje de cientos de irregulares ateridos, hambrientos, atemorizados y engañados. Nada menos que casi 500 desembarcaron el miércoles llenando los calabozos de la Guardia Civil y la Policía para acabar amontonados en el polideportivo de Tarifa, ciertamente un espectáculo con connotaciones horrorosas.Pues mientras discutimos qué tipos de derechos les corresponden a unos u otros y si trazamos o no un nuevo telón de acero, no ya entre España y el Sur, sino entre los legales y los ilegales que ya residen entre nosotros, el flujo continúa a un ritmo acrecentado. Sólo en lo que llevamos de año se han detenido a tantos como durante todo el año pasado en una progresión que es casi geométrica. Que, por supuesto, parará, pero nadie sabe cuándo, y para entonces la fisonomía de nuestras ciudades habrá cambiado definitivamente.

Este fin de semana, y con la participación de más de 700 personas, ha tenido lugar en Madrid el II Congreso Español de Emigración -el primero tuvo lugar hace ya tres años- acertadamente titulado España y las migraciones internacionales en el cambio de siglo. Pues en contra de una narcisista creencia muy extendida, que nos haría sujetos privilegiados de oleadas inmigratorias, este fenómeno tiene caracteres mundiales. Cuando se nos llena la boca con la palabra globalización y hacemos aspavientos de alegría por el fin de las fronteras olvidamos que, tras la liberalización de los movimientos de capitales primero, de mercancías después, y de comunicaciones por fin, asoman la cabeza los movimientos de personas. Al parecer, las mercancías tienen libertad de circulación, pero no las personas (¿alquien dijo que Marx había muerto?), cuando sabemos que la emigración es una fuente de extraordinarios beneficios para muchas sociedades. ¿Por qué no copiamos en esto también, por ejemplo, a los Estados Unidos, cuyo flujo inmigratorio actual sólo puede compararse con el que tuvo a finales de siglo?

Por lo demás, dudo mucho que el problema sea un tema de leyes y no de políticas. Es curiosa la situación en este tema; mientras la comunidad de investigadores de todas las ciencias sociales está cartografiando con precisión la realidad de la inmigración en España, hasta el punto de que hay pocos problemas sociales mejor conocidos, la política y los políticos están paralizados, no sólo en la acción sino incluso en la decisión. Lo que una y otra vez falla no son los discursos sino las políticas. Carecemos por completo -véase Tarifa- de una política de acogida. Carecemos de unas políticas de integración residencial para evitar la segregación. Carecemos de políticas de inserción laboral. Hay colegios de Madrid y Barcelona con más de 30 minorías lingüísticas pero no sabemos si la educación debe ser multicultural o al menos multilingüística (como, por ejemplo, en Nueva York, con más de 200 minorías). El reagrupamiento familiar está aumentando la presencia femenina y la integración de la madre es condición imprescindible de la familiar. Finalmente, empezamos a tener población adolescente, sin duda la más difícil, pero tampoco tenemos políticas hacia ella. Sospecho que no son leyes lo que necesitamos sino políticas; y para ser ser abordadas no por el Estado sino por los municipios, el espacio donde se juega la convivencia.

Pues más allá del regusto positivo o negativo que pueda producirnos el vocablo multiculturalismo, y mas allá de aburridas discusiones filosóficas sobre el relativismo o los valores occidentales, el multiculturalismo es un hecho, una realidad que se juega cotidianamente en la coexistencia de personas con adscripciones culturales variadas conviviendo en andamios, invernaderos, supermercados, bares, plazas, discotecas o simples rellanos de la escalera. En Madrid hay un 3% de población extranjera y el 10% en El Ejido, pero son el 16% en París, el 20% de Londres o el 56% de Nueva York. Ésta es la verdadera globalización.

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