El imperio de la ley
Prolongar la Avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar era y sigue siendo uno de los entorchados que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, quiere sumar a su hoja de servicios. En el empeño está poniendo todo su genio y hasta mal genio, pues no acaba de asumir que acaso sea un objetivo inalcanzable, no obstante sus reiterados mandatos al frente de la corporación municipal y las mayorías electorales absolutas que le avalan. Por un lamentable error o un alarde de prepotencia, no reparó en que entre su ensueño y la realidad se interponía una ley. La edil se sintió émula de Hausmann y creyó poder trazar líneas y abrir bulevares a su antojo, por más que el que nos ocupa, tan chapucero, nunca hubiera sido amparado por el citado urbanista francés.Su enfado, el de la alcaldesa, viene acrecido además por los obstáculos que le ponen sus cofrades, los responsables de la Consejería de Cultura, cofrades del mismo partido y, por lo tanto, sus teóricos aliados. Y en eso lleva parte de razón, porque es evidente que el titular de dicho departamento, Manuel Tarancón, tiene declarado que personalmente comparte el proyecto, al que se avino cuando ejerció de concejal. Incluso ahora le gustaría encontrar la fórmula prodigiosa para darle luz verde y, en cualquier caso, la manera de no pechar con el muerto de una negativa. El pobre se siente atrapado por la contradicción entre sus deseos y sus deberes.
Por el momento, sin embargo, ambas partes se han concedido una pausa de tres meses, que ya están contando, para hallar una salida que soslaye la ley sin forzarla. La oposición municipal ha descrito este aplazamiento como un balón de oxígeno, que bien puede transformarse en un vaso de cicuta, según el signo de la resolución final. Por fortuna para el consejero, la directora general de Patrimonio, Consuelo Ciscar, ha sido relevada del trámite debido a la denuncia por prevaricación especial que interpusieron los vecinos afectados, asesorados por un letrado tronado. Sin Ciscar en liza siempre ha de resultar más factible arbitrar una martingala, pues la mentada directora no patrocinaba más opción que la legalmente prevista. Por fortuna para ella no habrá de coger el toro por los cuernos, como hizo con el solar de los jesuitas, ese otro regalo envenenado que le ha costado otra demanda. Ahora serán el consejero, o su subsecretaria, tal como parece, quienes den el do de pecho.
A partir de este momento sólo nos queda esperar y ver cómo se cuecen el enredo, apremiados como están por el paso de los días y el indefectible cumplimiento del plazo. Mantenerla y no enmendarla parece una opción inviable, si bien el concejal de Urbanismo, Miguel Domínguez opina lo contrario. Después de todo, no será él quien resulte empapelado ante los tribunales y tampoco se sentiría mermado en su leve dimensión política. Por su gusto, la piqueta ya estaría escombrando y en jesuitas se elevaría un rascacielos de cien pisos.
¿Otras alternativas? Pues sí que las hay. La primera y más elemental, aceptar el imperio de la ley, dejar las cosas como están y restaurar aquel espacio urbano. A la larga, será el mercado, motor totémico del progreso, el que diseñe el desenlace poniéndole precio al metro cuadrado de solar, que si hoy se defiende es más por su dimensión humana que por el mérito artístico añadido. Otra posibilidad consiste en reconsiderar el plan y prologar la avenida mediante un sobrevuelo, a modo de escaletrix, lo que otorgaría a El Cabanyal un toque futurista de lo más novedoso. Tampoco parece desdeñable llegar al mar por el subsuelo, lo que asimismo respetaría la trama urbana, liberándola del tráfico rodado. Es cuestión de estrujarse las meninges y echarle valor.
Aún estando todo claro como una vaso de agua clara, es seguro que nos amenizarán con un espectáculo de alta esgrima política, con abundosas filtraciones informativas de funcionarios desleales y también de altos jefes que no lo son menos. Confiemos en que la alcaldesa se administre comedidamente los ataráxicos.
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