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Tribuna
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Taxistas

El pasado martes 3 de octubre fue una jornada negra para el taxi en Madrid. Ese día todo el sector, sin exclusión alguna, respondió al llamamiento a la huelga que realizaron las organizaciones profesionales en protesta por el precio de los carburantes. Un éxito de convocatoria y una exhibición de unidad casi insólita que sin embargo se volvió contra ellos como un boomerang. Y es que aquel día en que la inmensa mayoría de los taxistas estaban de acuerdo en que había que parar, y los que no lo estaban lo aceptaron por miedo o para evitar que les acusaran de insolidarios, la ciudad encajó la huelga sin el menor problema. Es más, no sólo se mantuvo el pulso de la capital en sus constantes vitales sino que funcionó mejor que nunca. Para asombro general la ausencia en las calles de los casi dieciséis mil vehículos que componen la flota de taxis de Madrid alivió sobremanera el tráfico de la ciudad, haciendo caer en un 8% la intensidad circulatoria y recortando los tiempos de hora punta en sus calles más conflictivas.Fue un auténtico fiasco que no supieron calcular ni prever los caudillos del sector tradicionalmente más ocupados en el mantenimiento de sus intereses personales y de su cuota de poder que en la elaboración de estrategias imaginativas e inteligentes que favorezcan a los taxistas. La imagen que proyectaron ante la ciudadanía es que Madrid está mejor sin taxis que con ellos y que si todos los días del año fueran a la huelga nadie sufriría. Esto no es cierto, el taxi cumple una función imprescindible para la ciudad que va mucho mas allá del servicio a quienes lo usan por rapidez o comodidad. De hecho aquel día los taxistas atendieron cerca de doscientos traslados de urgencia especialmente destinados a personas discapacitadas o con necesidad de acudir a algún centro hospitalario y sin cobrar un duro. Una actitud ejemplar que les honra y que no merece los malos resultados que en términos prácticos obtuvo la movilización que protagonizaron.

Lo sucedido le puso en bandeja al concejal de Movilidad Urbana, Sigfrido Herráez, el afirmar públicamente que la primera consecuencia de la huelga había sido la mayor fluídez del trafico. Ello no evitó el que los líderes de las organizaciones convocantes sacaran pecho ensalzando su capacidad de movilización y obviando los efectos contraproducentes que lo acontecido tenía para los intereses del taxi. Lejos de ello el especialista en agitaciones estériles y presidente de la Federación del Taxi, Juan Sánchez destacó que el seguimiento masivo demostraba que los taxistas estaban muy sensibilizados con el encarecimiento del gasóleo. Es decir, un día entero de trabajo perdido para mostrar lo que todos los ciudadanos sabemos, que el precio de los carburantes se come los ajustados beneficios de los taxistas. No contento con ello Sánchez habla ahora de movilizaciones con marchas lentas, concentraciones y manifestaciones. Acciones todas que, conociendo la metodología del personaje, terminarán desprestigiando a los taxistas ante la opinión pública. El presidente de la Federación del Taxi es el mismo que no se dignó ni regañar a los manifestantes que lanzaron petardos contra los periodistas en una concentración que el encabezaba.

Lo cierto es que el sector se merece representantes menos demagógicos y mas presentables que hagan valer sus derechos de forma honesta y eficaz. Personas capaces de defender, con rigor, talento y autoridad moral a un colectivo cargado de problemas y que nunca tuvo el menor apoyo por parte de las autoridades municipales ni provinciales. La huelga no siempre funciona y tampoco es fácil enamorar a la ciudadanía , bloqueando las calles o bombardeando a los transeúntes y los informadores. El del taxi siempre fue un sector con agravios y reivindicaciones pendientes pero nunca acumuló como ahora tantos motivos y tan razonables para alzar su voz . El elevado número de licencias les obliga a trabajar doce y catorce horas al día para sacar un sueldo digno , la presión impositiva es sencillamente agobiante, y las compañías de seguros son implacables con ellos.

Con ese panorama de fondo han visto como el precio de los hidrocarburos se disparaba en los últimos meses hasta recortar sus magros beneficios en un 30%. Lo que piden no son ventajas ni un trato de privilegio frente al restos de los ciudadanos, sino medidas de compensación que les permitan al menos sobrevivir. La suya es una causa justa. Lástima que tengan tan malos abogados.

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