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Tribuna:LA TRANSICIÓN EN YUGOSLAVIAUNA DIFÍCIL TRANSICIÓN
Tribuna
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Tras el justo final de villanos y malandrines

Francisco Veiga

El autor analiza las principales incógnitas abiertas en la Federación Yugoslava tras la insurrección contra el régimen de Milosevic.

La magia televisiva ha vuelto a funcionar, y ante nuestros ojos se ha desarrollado la última gran coreografía de masas de los últimos doce años, si contamos a partir de Tiannanmen, 1988. Pero precisamente por ello, la experiencia cuenta ya lo suyo, y aconseja recurrir a la palabra escrita lo antes posible, para atisbar entre las rendijas de lo ocurrido y adelantar lo que nos traerá la resaca mediática.Lo primero que llama la atención es la precariedad institucional del cargo que ha conquistado Vojislav Kostunica: presidente de Yugoslavia, es decir, de una federación que ahora mismo está en coma porque los montenegrinos no quieren saber nada de ella. Como decía el ministro Branko Lutovac a este mismo periódico en vísperas de la revuelta del jueves, los montenegrinos no van a volver al redil federal ni siquiera aunque en Serbia se opere una transición democrática completa y profunda. Viene a ser como si en 1991 Gorbachov hubiera tomado el poder en la Unión Soviética pasando por encima de Yeltsin. Por tanto, aparece una importante incógnita en el horizonte cercano: qué harán los nacionalistas montenegrinos y qué papel jugará la presidencia serbia.

El régimen de Podgorica liderado por el presidente Milo Djukanovic debe de estar pasando por momentos de incertidumbre. No quiso colaborar en la "batalla final" contra Milosevic y de paso contradijo a los amigos americanos que en agosto le aconsejaron participar en las elecciones. Si se produce una evolución democrática en Serbia, Montenegro dejará de ser importante a ojos de las potencias occidentales, dado que habrán perdido el papel de principales hostigadores de un régimen, el de Milosevic, que ya no existe. Si persisten en sus posturas secesionistas y con ello dejan a Kostunica en una situación precaria, incluso podrían ser un estorbo.

Con respecto a la presidencia serbia, hay que recordar que formalmente sigue en manos de Milan Milutinovic, antiguo ministro de Asuntos Exteriores y uno de los fieles de Milosevic. Parece que hasta el momento ese otro presidente está colaborando en facilitar la transmisión de poderes, pero el asunto trae a colación el destino del aparato institucional del régimen de Milosevic y, sobre todo, qué ocurrirá con el Partido Socialista Serbio. Con o sin el eclipsado Slobo, el PSS es un tinglado importante, tiene sus militantes y en teoría jugará un papel político en los inmediatos acontecimientos. No estamos en la Rumania de 1989, el PSS no es el PCR y no parece posible que nadie tenga la autoridad para disolverlo y declararlo fuera de la ley. Por otra parte, aunque quede muy anulado y disminuido, y a pesar de que éste y otros estamentos fieles a Milosevic estén fuera de juego o paralizados, no se van a disolver como terrones de azúcar. Hace pocos días, el presidente croata Stjepan Mesic anunció que había conjurado en el último momento un golpe de Estado militar, saldado con la destitución de un par de generales. Tudjman murió y el HDZ entró en crisis, pero ahora llegan las facturas de los entonces "vencidos", que ya no lo son tanto. Es de prever que sustos así ocurran en Serbia durante los próximos meses.

Hay más actores que dan la falsa sensación de haber desaparecido por el fregadero. Los espectadores atentos habrán observado que en el asalto al Parlamento del jueves 5 de octubre aparecieron banderas negras con la calavera y las tibias y con la leyenda Sloboda ili smrt (Libertad o muerte). Eran banderas chetniks, seguramente de militantes del Partido Radical de Vojislav Seselj. Dicho de otra manera, en la toma de la Skupstina participaron militantes de la ultraderecha. Esto parece consecuente con la postura de Seselj, que poco antes de las elecciones se declaró opositor activo contra Milosevic, olvidando largos años de estrecha colaboración para los trabajos más sucios en guerras y purgas. Si los radicales han logrado cambiar de chaqueta y aparecen en las nuevas instituciones de la Serbia Libre como si tal cosa, mal empezamos. Si hay alguien que debe comparecer en el Tribunal Penal Internacional de La Haya, ése es Vojislav Seselj, por implicación directa y activa en los crímenes de guerra. Pero veremos quién lo saca de en medio y cómo.

Otra incógnita explosiva se sitúa en Kosovo. Una vez más, este mismo periódico recogía hace unos días la inquietud de los líderes albanokosavares, incluyendo la de un Ibrahim Rugova otrora moderado y que ahora abogaba por la pronta independencia de Kosovo. Lógicamente, la democratización de Serbia replantea nuevamente el problema de su antigua provincia meridional y trae de nuevo a primera plana la resolución 1244 de las Naciones Unidas, que sigue reconociéndole tal status. Milosevic sabía lo que se hacía convocando elecciones para finales de septiembre, poco antes de las presidenciales norteamericanas y las que habrán de celebrarse en Kosovo. La jugada le salió mal a él, pero sus efectos permanecen y las potencias occidentales habrán de hacer mangas con capirotes para encajar la nueva cuadratura del círculo. Si Kosovo no vuelve a Yugoslavia de alguna forma, o no hay algún gesto al respecto -por ejemplo, hacia la minoría serbia-, la posición de Kostunica se debilitará y los occidentales tirarán piedras sobre su tejado. Pero, por otra parte, es imposible que eso pueda suceder al margen de la voluntad de los albaneses. Como remate, las potencias implicadas están deseando hacer mutis por el foro de un pudridero como Kosovo, que además les cuesta sumas astronómicas en concepto de mantenimiento de la KFOR.

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Y para terminar, las piezas principales: Milosevic, Rusia y las potencias occidentales. Pase lo que pase con el marginado presidente, parece obvio que su tiempo se terminó. Si no pierde la vida en los avatares del laberinto yugoslavo, podría retornar dentro de algún tiempo, como tantas veces ha ocurrido en la política latinoamericana con autócratas y mandatarios defenestrados y luego recuperados. Pero hoy por hoy parece claro que el tiempo de Milosevic se terminó: es un hombre sin un proyecto político convincente y, por tanto, sin futuro. Habla por sí mismo el patinazo de poner patas arriba la legalidad constitucional para convocar unas elecciones en las que fue batido por Kostunica, perdiendo además la oportunidad de retirarse honrosamente por un puente de plata cediendo ante el vencedor. Otrora experto en la manipulación de conferencias, asambleas, parlamentos y coaliciones, habilidad que le aupó al poder, Milosevic es ya un hombre prematuramente envejecido y falto de reflejos al que no le salen los viejos trucos.

En medio de ese paisaje crepuscular, el ministro ruso de Asuntos Exteriores ha comparecido en Belgrado para facilitar la transición final de poderes y conjurar la posibilidad de algún desaguisado. Aunque el apoyo dado por Moscú a Serbia en anteriores ocasiones convierten ahora a Igor Ivanov en el hombre adecuado para el momento justo, hay que reconocer de nuevo la capacidad de iniciativa de la diplomacia rusa, que actuó con tenacidad y eficacia durante la campaña aérea de la OTAN y, anteriormente, durante la guerra de Bosnia. Pero no hay que engañarse sobre los límites e intenciones de esa actividad. Después del trágico culebrón del submarino Kursk y de la subsiguiente campaña contra el presidente Putin, no parece que éste vaya a poner mucho entusiasmo en ayudar a los occidentales. Éstos, una vez más, han demostrado que no preveyeron lo que iba a ocurrir. Enfrascados los norteamericanos en sus presidenciales y atónitos todos por el descalabro del plan de paz entre israelíes y palestinos, se conformaron con largar algunas de las habituales y bombásticas declaraciones. Ahora queda una larga, callada y ardua tarea para encauzar la transición serbia sin sobresaltos y demostrar que Slobo era el único causante de todas las desgracias balcánicas habidas y por haber. A finales de 1996, cuando el presidente rumano Ion Iliescu perdió las presidenciales, un importante intelectual y político rumano dijo: "A partir de ahora se nos acabó la excusa de que todo va mal por causa del régimen". Tenía razón: tres años más tarde lo más probable es que Ion Iliescu vuelva a ganar las presidenciales tras la desastrosa gestión del centroderecha.

Francisco Veiga es profesor de Historia de la Europa Oriental en la UAB y autor de La trampa balcánica.

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