Mujeres en política
Mujeres en política y en todas partes, incluido el hogar. El siglo XXI será de las mujeres, se dice. Aunque quienes lo dicen son, en su mayor parte, hombres. Y la mayor parte de esa mayor parte, no creen lo que dicen; es una opinión sobre la que volveré después.Vaya por delante otra opinión: en política, las mujeres tendrían que estar ya ocupando su cuota. Tampoco se trata de aplicar férreamente la aritmética, pero la actitud social debe tender a mitad y mitad. En ocasiones los hombres superarán ligeramente ese porcentaje, en otras ocasiones, las mujeres. Si se aplica el criterio de valía por encima de cualquier otro, el resultado se dará por añadidura. No puede ser otro que pequeñas diferencias circunstanciales, hoy a favor del sexo masculino, mañana del femenino. Esto, por otra parte, no es una glorificación de la mujer, no es situarlas en la misma cumbre que a los hombres, pues en política las cumbres llaman la atención por su escasa presencia. Ellas son tan mediocres como el macho de la especie, pero no más. Celia Villalobos podría acabar haciendo bueno a Romay Beccaria, pero sólo porque Romay ya no está. Hay que contar con la acumulación de errores así como contamos con la acumulación de conocimientos.
Dice el señor Aznar, y comparte sin fisuras su partido -que yo sepa y que me imagine- que la participación de la mujer en política debe producirse con naturalidad. Poner cuotas es forzar la mano, es correr el riesgo de tener que dejar fuera a un señor altamente cualificado para cederle el asiento a una señora menos cualificada. Discrepo cortésmente. El argumento sólo es válido en algunos casos concretos, casos que requieren conocimientos muy específicos y que pocas mujeres poseen porque éstas, por idiosincrasia o por el peso de la tradición social, no frecuentan ciertas áreas del conocimiento. En la mayor parte de los casos, sin embargo, hay candidatas para parar un tren y no son mejores ni peores que los hombres. Compénsese entonces por una parte lo que se pierde por la otra.
Es hora de proceder a un sistema un tanto flexible de cuotas. La razón es bien sencilla. Unos porque no creen en la capacidad de las mujeres, otros por miedo a resbalar del asiento y unos terceros por ambas cosas a la vez, si no hay cuotas no habrá reparto equitativo de los cargos. Graciosamente, nadie cede una poltrona de ministro o diputado. En otras esferas que la política, el mero sentido común y los sondeos dicen que los hombres se sienten amenazados por sus colegas del otro sexo. Muchos las consideran como a usurpadoras y quisieran verlas en la cocina.
Dicho lo anterior, no comulguemos con ruedas de molino. Hoy está de moda la alabanza desaforada a la mujer por parte de intelectuales que no sé bien qué pretenden con eso. ¿Ganarse el corazón y algo más de las damas? ¿Acallar su mala conciencia? ¿Acaso crear un clima favorable a la mujer? Esto no se consigue poniéndola por encima del hombre, antes al contrario, el "feminismo" masculino de hoy no es más que una variante del machismo declarado de antaño. Ambos coinciden en inventarse a la mujer, uno por punto de más, otro por punto de menos. Tengo la convicción absoluta de que a las mujeres inteligentes las desorbitadas loas con que hoy las asaltan cráneos privilegiados les sonarán a farsante paternalismo. Freud decía que "naturaleza es destino", con lo que limitaba a la mujer; pero de ahí a proclamar que ellas son lógicamente superiores a los hombres, sin pruebas biológicas que así lo determinen, es simplemente ridículo. ¿Qué se consigue con tanto ditirambo sino irritar a esos machos que en su fuero interno -y tantos en su fuero externo, cuando no hay mujeres presentes- se aferran al mito de la inferioridad de la mujer?
En cuanto a las mujeres en política. "Si las mujeres mandasen/en vez de mandar los hombres/serían balsas de aceite/los pueblos y las naciones", cantaba el coro de mujeres de una zarzuela y nuestros padres o abuelos reían alborozados y tranquilos, pues ni remotamente vislumbraban la posibilidad de que un día mandasen las hembras. Pues bien, ahora el feminismo masculino se lo toma en serio. La mujer es menos agresiva, más dialogante, más flexible, más humana. Tan temeraria afirmación, que la historia desmiente, sólo puede hacer daño. La mujer, en realidad, se siente "acusada" de tibia y para demostrar lo contrario puede pecar de intransigente en cualquier negociación; pues ningún hombre la gana a redaños. Podría citar algún caso de nuestra escena actual, pero tratándose sólo de una fuerte sospecha prefiero silenciar los nombres. Estados Unidos queda más lejos y sí me atrevo a decir, después de todo lo leído, que Clinton en la presidencia es un sentimental (no leer semental, que también) comparado con su señora.
Eduardo Gologorsky nos ha recordado la ferocidad de algunas figuras históricas femeninas, "desde Cleopatra hasta Catalina la Grande, pasando por Mesalina y Lucrecia Borgia... El balance parece reforzar, más que cualquier discurso feminista, la tesis de igualdad entre los sexos, pero en un sentido descorazonador". Aún vive y colea Margaret Thatcher, la amiga íntima de Pinochet.
No hay razón alguna para discriminar a las mujeres, para obstaculizarles el paso a la política o a las trincheras, mientras por desgracia las haya. Las mismas oportunidades en todos los campos. Ellas se han desmitificado, ellas han hecho añicos la imagen que les dio el cristianismo y las ventajas de la cual estaban ampliamente superadas por los inconvenientes. Los hombres hemos perdido un asidero (la esposa virginal, descanso del guerrero, la madre pura, trasunto de la Virgen, la sin pecado concebida) pero hemos ganado en conocimiento y por ende, en posibilidad de ser justos. ¿Quién quiere edificar su vida sobre un fraude?
Aunque a algunos románticos les asalte la duda de si el mercado y sus medios de comunicación, que necesitan imperativamente a una "mujer nueva", no han instrumentalizado a la antigua. Arguyen que hasta los instintos son manipulables. Es la exaltación de la nostalgia. Cierto es que hasta los instintos son manipulables. Hoy más que nunca, pues no hay apenas nada que la acción del mercado y sus medios de comunicación, combinados, no puedan conseguir. Con todo, sería temerario afirmar que han falsificado a la mujer. Más bien parece que, aunque sin intención altruista alguna, han "recreado" al otro sexo a imagen y semejanza de como realmente es.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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