Censura con valor demostrativo
Aunque parece que en el País Vasco el escenario político está diseñado por un dramaturgo muy retorcido, sus protagonistas siempre tienden a enrevesarlo todavía más. Esta fatalidad se confirma con el debate de las mociones de censura presentadas por el PSE y el PP y recibidas por el lehendakari Ibarretxe y su partido como una atroz agresión. Tiene razón el PNV al criticar que este mecanismo parlamentario se está utilizando de forma impropia. Las mismas formaciones que censuran lo reconocen y sostienen que no pretenden sustituir en el poder a la coalición PNV-EA -lo que impide la matemática parlamentaria-, sino propiciar unas nuevas elecciones autonómicas.Las mociones tienen ante todo un valor demostrativo: poner de manifiesto lo que es evidente, que al ausentarse EH de un Parlamento que desprecia, los partidos del Gobierno, PNV y EA, suman menos votos que la oposición y no pueden seguir gobernando como si nada hubiera pasado. Absortos en la contemplación de las ruinas de su apuesta soberanista, el lehendakari y su partido se han resistido a aceptar más allá de lo imaginable que ETA ha volado las bases sobre las que se articuló el Gobierno nacionalista, e incluso la legislatura ("la legislatura de la paz", la definió Ibarretxe). Aunque la inevitabilidad de unas elecciones anticipadas no proviene tanto de la ruptura de la tregua de ETA cuanto de la porfiada resistencia del PNV a admitir el fracaso de su apuesta y actuar en consecuencia. Este enroque -plasmado en la absurda afirmación de Egibar de que los principios de Lizarra "siguen siendo válidos", cuando suponían implícitamente la marginación de la mitad de la población vasca no nacionalista- obedece seguramente al deseo de la cúpula peneuvista de atajar improbables exigencias internas de responsabilidades. Pero hacia afuera ha tenido el efecto suicida de anular cualquier posibilidad de buscar soluciones alternativas.
Que Ibarretxe y su partido llegaran a imaginar que los socialistas podrían darles su respaldo para seguir gobernando sin apenas modificar los presupuestos ideológicos y programáticos con que enfocaron la legislatura revela un preocupante ensimismamiento. Además, cuando dirigieron su mirada al PSE era demasiado tarde: entre los históricos socios se interponían ya demasiados muertos, agravios y desconfianzas. Hubo, sí, la oportunidad de negociar con los socialistas un calendario electoral y establecer los cimientos de una futura colaboración tras los comicios. Ello habría permitido ganar tiempo para reajustar estrategias, restaurar confianzas rotas y acudir a las urnas en un ambiente menos crispado del que se avecina. Sin embargo, fue desdeñada, al igual que la opción de someterse a una moción de confianza. Ibarretxe no supo calibrar el vuelo que le quedaba a su Gobierno o no ha querido, quizá, compartir uno de los pocos atributos que le quedan: el de decidir, con el margen de muy pocos meses, la fecha del insoslayable adelanto electoral.
A nadie le agrada recibir el dudoso honor de ser el primer lehendakari sometido a una moción de censura, por muy testimonial que sea, pero Ibarretxe debería reconocer que no ha dejado otra salida a la oposición. Del mismo modo, el PNV está en su derecho de exagerar la ofensa del PSE, para acudir a las urnas como víctima de una supuesta estrategia de acoso y derribo. No obstante, la prudencia política aconseja no cavar fosos infranqueables ante quien puedes necesitar mañana como socio necesario.
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