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El flamenco sin medida

Hace dos años, cuando acabó la X Bienal de Flamenco, escribimos en estas mismas páginas: "La Bienal crece y crece. Cuidado. No se nos salga de madre, que tenemos que acabar de conquistar el mundo". Queríamos expresar con esta paradoja nuestro particular temor a que la desmesura pudiera dañar un día seriamente a la muestra. Pues no por mucho extenderse se llega más lejos, aunque parezca ilógico. En arte por lo menos es norma de mayor garantía la intensidad, el crecimiento interior.Ya casi concluida la undécima edición, debemos ratificarnos en aquellos temores. Sesenta espectáculos, a lo largo de treinta y tres días, han resultado a la postre demasiados espectáculos y demasiados días. Es difícil, incluso para el buen aficionado -y su bolsillo-, hacerse con la aguja de marear -y no marearse-, ante tamaña oferta. No digamos mantener la tensión informativa, sin correr grave riesgo de saturación en los medios, y sin poder evitar efectos contrarios al pretendido, como por ejemplo, alejar aún más del fenómeno al que no se siente muy atraído por él. No hay que olvidar que el flamenco, por mucho que nos duela reconocerlo, no se halla instalado en el corazón de todos los andaluces como quisiéramos. Incluso ese cierto desdén, que viene de muy atrás, con el que buena parte de nuestras clases medias ha mirado siempre a este arte inigualable, podría sentirse justificado. Arte incomprensible de gente rara y marginal, encima me lo encuentro hasta en la sopa. Algo así podría ser el pensamiento secreto de bastantes más de lo que parece, por desgracia.

Pero no es esto, con ser mucho, lo más peligroso de un crecimiento sin medida. Sino lo que sufre el propio arte en su mismo ser. Materialmente es imposible que se mantenga una media de calidad, cuando se quiere llegar a todo y abarcarlo todo. En esta bienal hemos visto mucha improvisación, mucho relleno, mucha aventura innecesaria. Y algún divismo insolente. Todo ello bajo un común denominador inquietante: la escasez de buenos coreógrafos. Entre lo que alcanzó a ver este simple aficionado y lo que aseguran diversas fuentes de confianza, apenas sobrepasan la media docena los espectáculos verdaderamente dignos que aquí se vieron y gozaron, ésos que se te quedan temblando en la memoria: el Cruce de caminos, de Gerardo Núñez y Esperanza Fernández (excelente aportación de la Consejería de Cultura), las 5 mujeres 5 de Eva la Yerbabuena, la Juana la loca de Sara Baras, la guitarra rebelde de Tomatito, el baile total de Manuela Carrasco, la Huelva insondable de los fandangos ... Y muchos momentos estelares, eso sí, salpicados aquí y allá por los maestros de siempre: Mercé, Chano, Moraíto, Serranito, José de la Tomasa, el Pipa, Pepa Montes...

Mucho nos tememos que el modelo haya sido apurado en exceso, aun con las mejores intenciones. Pero es el momento de ponerse a pensar. Tal vez menos espectáculos y más selectos, con más días en cartel, para que pueda verlos más gente. Tal vez escenarios mayores y más cómodos, el Auditorio de la Cartuja, que para algo se hizo. Tal vez...

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