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La tierra para el que la compra

"¡Y tres. Adjudicado al número 9 por 310.709 dólares!". El martillo de madera del subastador pegó con fuerza contra el atril instalado en una sala del hotel Soviético de Moscú. La compraventa estaba cerrada. Apenas si habían transcurrido cinco minutos desde su inicio, pero bastaron para escribir una nueva línea en la historia de la transición del comunismo al capitalismo. Por primera vez desde la revolución bolchevique de 1917, un lote de suelo urbano de Moscú pasaba a ser propiedad privada, y sus dueños podían disponer libremente de él.Si se cumplen los planes del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, la subasta de terreno municipal será seguida pronto de muchas más. En una primera fase, el experimento se centrará en Zelenogrado (Ciudad Verde), un boscoso barrio de esta megaúrbe de 10 millones de habitantes en el que ya hay otras 12 parcelas pendientes tan sólo de que se formalicen las ofertas. El terreno vendido ayer tiene 7.300 metros cuadrados y en él se construirá un hipermercado de dos pisos y 1.742 metros cuadrados.

El precio de salida era de 261.000 dólares (unos 50 millones de pesetas) y las pujas se efectuaban en la moneda norteamericana, aunque el pago deberá hacerse en rublos al cambio del día del Banco Central. Se iba subiendo de uno en uno por ciento, hasta llegar a esos 310.709 dólares que convirtieron en ganadora a una compañía limitada llamada Guil Guen, ubicada supuestamente en el propio Zelenogrado. Su agente esquivaba a los periodistas o se limitaba a decir "sin comentarios" cuando se le preguntaba a quién representaba o cuáles eran sus planes. Una nota entregada a la prensa informaba de que se podía filmar al subastador, pero no a los participantes, bajo amenaza de expulsión.

La compraventa de la tierra es la patata caliente con la que siempre se quemó el primer presidente de Rusia, Borís Yeltsin, incapaz de vencer en la Duma la oposición comunista a acabar con el principal rescoldo de la época soviética. Un decreto presidencial hizo posible la privatización en la práctica (aunque con limitaciones de uso y transferencia) de millones de pequeñas parcelas familiares, las típicas dachas con una casita y un huerto en el que se cultivan provisiones imprescindibles para pasar el invierno. Más de la mitad de las patatas que se consumen en Rusia proceden de esas minúsculas explotaciones, en las que la productividad multiplica la de las granjas colectivas.

Los rojos se oponen a la libre compraventa de la tierra, especialmente la agrícola, más de una cuarta parte de la cual se explota de forma prácticamente privada, aunque no legalmente a todos los efectos. El temor de las huestes de Guennadi Ziugánov es que, si se abre la veda, surja una oligarquía terrateniente que se quede con la tierra, igual que surgió otra industrial y financiera que esquilmó al Estado cuando se privatizaron las empresas estatales soviéticas.

El actual presidente, Vladímir Putin, aún no ha aclarado por completo su posición al respecto, pero todo indica que, como Yeltsin, impulsará un Código de la Tierra en línea con la economía de mercado dominante en Rusia. La composición de la actual Cámara baja, más propicia al Kremlin, hace pronosticar que no habrá oposición cerrada a la reforma. Los expertos aseguran que, sólo si se cruza esta última frontera, habrá oportunidad de regenerar la maltrecha agricultura rusa; sin embargo, no es fácil superar el recelo que suscita la palabra "privatización", en cuyo sacrosanto nombre se han cometido toda clase de excesos y se ha empobrecido a buena parte de la población.

Era la primera privatización de suelo urbano en Moscú, pero no en Rusia, donde el fenómeno sigue siendo muy raro. A falta de una ley federal, y amparándose en que la Constitución lo prevé, ha habido ya subastas en algunas otras regiones. La misma empresa que dirigió ayer la de Moscú se ocupó, por ejemplo, de la de hace un año en Sarátov, con bajísimos precios de salida (incluso de 50 dólares por hectárea) que, en ocasiones, se multiplicaron por más de 100. Lo más parecido que había en Moscú a compraventas de suelo eran las cesiones durante 50 años, un proceso marcado con frecuencia por acusaciones de favoritismo, fraude y abuso de información privilegiada, males que Luzhkov promete ahora conjurar.

El experimento es seguido también con interés por los inversores extranjeros que, según el subastador de ayer, Mijaíl Pérchenko, de momento se limitan a observar hasta comprobar si se juega limpio. En la subasta de la parcela de Zelenogrado había, por ejemplo, representantes de las embajadas francesa y británica.

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