Volver a empezar
"Hola. Me llamo Milkof. Soy búlgaro. Hace tres meses que estoy en España y vivo en la calle". El que lo dice forma parte de un grupo de unas 20 personas, la mayoría búlgaros pero también rusos, que está en un pequeño despacho en el que se han instalado sillas y una pizarra de plástico. Todos los miércoles, jueves y viernes hay clases de español. Se trata de un castellano muy básico, el imprescindible para presentarse a un trabajo. El profesor es el padre Julián, responsable de la Fundación Prahu (Proyectos y Ayuda Humanitaria), que lleva más de un año ayudando a los inmigrantes que se encuentran en situación irregular en el país, pero sobre todo procedentes de Bulgaria, Ucrania y América Central.En la misma sala, de apenas 20 metros, en una esquina, otro colaborador de la fundación recopila los datos que le facilitan los inmigrantes, que llegan hasta ellos cada vez en mayor número. "Una empresa necesita 200 albañiles. ¿Quién tiene este oficio entre vosotros?", dirige la pregunta al grupo, que sigue atentamente la clase de español. En otro cuartito, más pequeño todavía, una abogada -también colaboradora con la fundación- maneja documentación de permisos de residencia y propuestas de contrato de trabajo. Se encarga de ayudar a los inmigrantes a efectuar todas las gestiones necesarias para regularizar su estancia en España. La fundación también dirige -cuando puede- a los inmigrantes en situación más precaria a albergues, tiene tres pisos de acogida y actúa como avalista para formalizar contratos de alquiler de pisos que son negados a los inmigrantes "sin garantías".
La Fundación Prahu tenía como único objetivo la ayuda y la puesta en marcha de iniciativas para la reinserción laboral de mayores de 40 años que estaban en las listas de desempleados. Poco a poco, empezaron a llegarles inmigrantes con problemas. Algunos llegan derivados de la Cruz Roja, pero la mayoría acaba en los pequeños despachos de la calle de Sant Elias de Barcelona por información de viva voz. Éste es el caso de los cientos de ecuatorianos y peruanos que cuando llegan a Barcelona acuden a sus contactos -familias o amigos que ya están establecidos- y también a la Fundación Prahu. "Unos 2.000", contabiliza el padre Julián, que reconoce que se trata de inmigrantes que, a pesar de que se encuentran en situación ilegal "tienen dos grandes ventajas: el idioma y una colonia de compatriotas muy numerosa".
Las caras de la veintena de búlgaros que esa tarde han acudido a la clase de español pero, sobre todo, a intentar trabajar y dejar de dormir en la calle, dejan bien claro que están en inferioridad de condiciones respecto a los inmigrantes de habla española. Paradójicamente, muchos tienen titulación universitaria y en Bulgaria ejercían como médicos, profesores o contables. Eso sí, a cambio de un salario que no superaba las 25.000 pesetas al mes. "Pero el nivel de vida en nuestro país, los precios de las cosas básicas y la vivienda son muy altos y con estos salarios no se puede vivir", explica una mujer de 35 años que hace un año que llegó a Barcelona con un visado de turista tras pagar una mordida de cerca de 185.000 pesetas. Dice que tuvo suerte y que no le tocó dormir en los jardines de la Espanya Industrial, como les ocurre a muchos de sus compatriotas.
Critica la doble moral de las autoridades diplomáticas en su país: "Para tener un visado de salida como turista desde mi país debes demostrar que tienes piso de propiedad y tus documentos de trabajo. Si no los tienes, no te lo dan. Sin embargo, los mismos que te lo niegan, acaban dándotelo previo pago de una cantidad de dinero que fijan unas empresas que se han creado para sacar partido del estado de necesidad de muchos búlgaros que no tienen otra forma de salir a los países del espacio Schengen", explica. No quiere que se revele su nombre porque tiene familia en su país. "Y quiero que vengan", puntualiza esa mujer, economista de profesión y ahora contable en una empresa con contrato indefinido. Muestra, orgullosa, su permiso de residencia, pero no olvida el calvario pasado. Cuando llegó no sabía ni palabra de español: "Fui a la Cruz Roja y estuve tres días en una pensión. Me puse en contacto con la fundación y a través de ellos fui la acompañante de una mujer que necesitaba ayuda. Así, yo tenía un techo".
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