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Fox, en Madrid

Joaquín Estefanía

Dos meses antes de su toma de posesión, el presidente electo de México, Vicente Fox, hace una gira europea pasando por Madrid. Es buen momento para señalar las extraordinarias diferencias entre la actual transición mexicana (supone el abandono del poder del PRI después de 70 años de ejercerlo ininterrumpidamente) y otros periodos de cambio de presidente, sobre todo el que tuvo lugar hace seis años entre Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo.Recordemos. En 1994, una vez celebradas las elecciones presidenciales que ganó Zedillo, dos elementos -uno económico, otro político- convulsionaron al país y le hicieron pasar de modelo de apertura entre las naciones emergentes a nación en ruinas. La devaluación del peso y la profunda recesión a que dio lugar la salida de capitales generaron el efecto tequila que se extendió al resto de América Latina y a casi todo el planeta, atizando una crisis financiera mundial. Lo que alguien llamó primera crisis financiera de la globalización. Además, el movimiento zapatista que apareció en Chiapas apuntaló la sensación de que México desparecía de la normalidad.

Un sexenio después, las cosas han cambiado mucho. El país que se encuentra Fox es muy distinto, aunque persistan enormes déficit sociales y políticos que el nuevo mandatario habrá de corregir si no quiere que la transición se le escape de las manos. Lo principal es que se ha roto con el ciclo de desconfianza y de desastres económicos que atoraron las otras transiciones presidenciales. La economía está en auge: México creció al 7,6% en el primer semestre de 2000; tiene reservas de divisas (más de 30.000 millones de dólares después de haberse quedado a cero en enero de 1995); la moneda -que puede fluctuar libremente- permenece estable respecto al dólar desde hace bastantes meses; la inflación, aunque alta, sigue una tendencia descendente; las exportaciones crecen; las autoridades monetarias devuelven los créditos pendientes al FMI (3.000 millones de dólares a finales de agosto), etcétera. Los nuevos gobernantes podrán disponer, incluso, de un colchón de créditos potenciales de más de 20.000 millones de dólares que firmó el anterior equipo por si acaso...

Con esta herencia llega cómodo Fox a Madrid, donde podrá ver a algunos de los inversores extranjeros más importantes que tiene México. Los equilibrios macroeconómicos le funcionan, pero tiene que hacer frente a algunos de los problemas que más directamente se relacionan con los ciudadanos. En primer lugar, los vinculados a la pobreza, el paro y las debilidades del desarrollo social. En México hay un porcentaje de personas -que oscila entre el 30% y el 40%- que no tiene trabajo, o rentas regulares, o sólo dispone de dos dólares o menos cada día para sobrevivir. Es decir, son pobres. A ello se suman las comparaciones; por la cercanía de su principal socio comercial, Estados Unidos, los ejecutivos mexicanos cobran enormes cantidades de dinero, lo que potencia la progresión geométrica de la desigualdad. Ello se manifiesta no sólo en los salarios, sino en la disponibilidad de una buena educación y de una cobertura sanitaria que no es universal.

Para corregir el déficit social, Fox habría de acudir al déficit presupuestario, pero sin salirse de la ortodoxia si quiere que la inversión extranjera continúe acudiendo. Máxime cuando pretende aumentar el capítulo de las privatizaciones de las empresas públicas (el punto de no retorno sería Petróleos Mexicanos, tan enraizada como bien público en la cultura popular). Por ello, ha de disponer de otras armas: el aumento de las exportaciones, con el precio del petróleo al alza, y sobre todo la multiplicación de los ingresos fiscales sin aumentar la presión fiscal de los que pagan; es decir, iniciando una verdadera cruzada contra el enorme fraude fiscal. Para sí hubiera querido sólo estos problemas Zedillo, que circuló de color gris en su sexenio pero que puede pasar a la historia como protagonista de una transición que no ha hecho más que comenzar.

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