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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otro fondo

Lo más relevante de las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial no se ha producido en esos foros, sino en la periferia de las instituciones. El Grupo de los Siete (G-7), por un lado, y las organizaciones no gubernamentales (ONG), por otro, han polarizado mayor atención que los órdenes del día de las dos viejas instituciones. Del G-7 partió la iniciativa de intervenir en los dos mercados que causan mayores quebraderos de cabeza, el de divisas y el del petróleo; las ONG han mantenido la tradición iniciada en Seattle de absorber el protagonismo de cualquier cónclave económico internacional.El mundo se ha transformado a un ritmo muy superior al que lo han hecho las instituciones supuestamente destinadas a garantizar una cierta gobernabilidad económica. La extensión de los sistemas de organización basados en el mercado, la creciente liberalización de los movimientos de capital, el abandono de regímenes cambiarios rígidos o la unificación monetaria europea son algunas de las radicales transformaciones estructurales de las dos últimas décadas. La gestión de la crisis de la deuda externa latinoamericana, el apoyo a la transición de las antiguas economías basadas en la planificación central o la participación en la gestión de la crisis del sureste asiático son ejemplo de las nuevas tareas abordadas por el FMI, con muy desiguales resultados.

A la contestación técnica se añade ahora la encabezada por quienes protestan por las consecuencias que está teniendo la globalización sobre las economías más pobres. Algunos de sus métodos de protesta son rechazables, pero ello no salva al FMI de las críticas acerca de su capacidad para responder a las nuevas situaciones. Las propuestas de una nueva arquitectura financiera internacional han sido sustituidas por proclamas más genéricas para reducir la pobreza mundial, destinadas a rebajar el tono de las protestas. El FMI se sube así al carro que hasta ahora había empujado el Banco Mundial, una decisión que no favorece la división de trabajo entre ambos.

La reforma del FMI y del Banco Mundial, de sus cometidos y de sus mecanismos de funcionamiento son exigencias tan importantes como la agenda que marca la contestación. La pobreza y la deuda externa de los más miserables son, por supuesto, prioridades inexcusables; pero también lo es hacer habitable el entorno económico mundial. Para ello hay que redefinir la construcción que diseñaron Keynes y White hace más de medio siglo y avanzar hacia un sistema de gobierno de las relaciones económicas y financieras internacionales, tan democrático en su funcionamiento y ecuménico en su extensión como el primero de ellos defendía entonces.

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