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Hombres y girasoles

Las cosas se acaban, y cuando se acaban lo hacen para siempre; se terminan y al terminarse se desintegran, se vuelven primero remotas y luego increíbles, como si en realidad nunca hubieran existido. La Antártida y los dinosaurios son remotos y en unos años lo serán los koalas, los visones o la selva amazónica. Y con lo que está más cerca ocurre lo mismo. Dicen que lo próximo que va a desaparecer son los girasoles, porque nadie ayuda a la gente que cultiva en tierras de secano, y que muy poco después se van a terminar los hombres, porque cada vez nacen menos, aunque eso no se sabe muy bien por qué pasa; existen ciertas sospechas y algunas teorías, pero ninguna explicación que no se pueda combatir o desacreditar con una explicación distinta. Sencillamente, es algo que ocurre, un hecho claro, demostrable: cada vez nacen menos hombres y más mujeres. En España, el tanteo ha pasado de 522 a 478 en el año 1981, a un 515-485 en 1999. Y la cosa va a seguir por ese camino. De entrada puede parecer poco, sólo son siete hombres menos y siete mujeres más. Pero piénsenlo de otra forma: recortando las diferencias de siete en siete cada año, en 2005 ya nacerán más niñas que niños, y alrededor de 2076 ya no quedarán más que unos cuantos machos en el planeta, si es que para entonces aún hay planeta. ¿Serán necesarios esos pocos ejemplares? ¿Harán aún falta para asegurar la conservación de la especie o para entonces, al ritmo que va la ciencia, los laboratorios ya habrán descubierto una fórmula para que las mujeres se queden embarazadas con un par de viejos espermatozoides desleídos en un zumo de un pomelo, o algo así? La cosa es para que más de uno se lo piense muy en serio. ¿Ya lo han pensado? ¿Qué preferirán sus esposas, a ustedes o un buen zumo de pomelo? Los pomelos no se pasan el domingo en chándal, no se quedan calvos, no te gritan a la hora de la cena...Los girasoles eran bonitos, tan bonitos que parecían mentira. Salías de Madrid por cualquier carretera o en dirección a cualquier sitio y, de pronto, como caídos del cielo, allí estaban, arrogantes y amarillos, convirtiendo en algo de otro mundo una explanada, una cuneta, un campo que sin ellos había sido un desierto, llenándolos de luz y de misterio. Tú los mirabas con ojos como platos desde el asiento trasero y en la parte del delantero siempre había alguien que te contaba que los girasoles siempre miran al sol, que se giran para buscarlo, y tú ya lo sabías, pero no importaba, a nadie con dos dedos de frente le importa ver una vez más o que le expliquen de nuevo una de esas historias, uno de esos fenómenos tan evidentes y a la vez tan increíbles, tan modestos y tan prodigiosos. Ahora, los girasoles van a desaparecer y lo único que uno verá al salir de Madrid será más Madrid. Eso es lo que verá, de uno u otro modo.

¿Y los hombres? ¿Qué vamos a echar más de menos, a los girasoles o a los hombres? A fin de cuentas, los hombres van a desaparecer como consecuencia de ellos mismos, van a morir envenenados por sus pesticidas y sus combustibles, por las dioxinas, los residuos tóxicos y los gases nocivos que ellos mismos han inventado, van a morir devorados por sus propios perros. ¿Las mujeres lo harán mejor? ¿Cómo será la España de las mujeres, el Madrid de las mujeres? ¿Se volverán igual de irresponsables e igual de bestias en cuanto tengan el poder en su mano? ¿Empezarán a tirarse unas a otras por el balcón, a pegarse de cuchilladas, a quemarse vivas, a violarse en los descampados, a aplastarle a sus víctimas la cabeza con una piedra? ¿Tendrán harenes con los pocos hombres que sobrevivan, castrarán a los niños para que no cometan el pecado del placer, se quemarán la cara con ácido cuando una le sea infiel a otra? Quién lo sabe. Sabemos que todo eso ha ocurrido, que ocurre ahora mismo en este mundo de 105 niños por cada 100 niñas. Eso sí que lo sabemos, pero lo otro aún no. Me voy a poner a pensar en todo eso. Voy a imaginar el Madrid del año 2076, quizá sin túneles, sin atascos, con árboles, sin estatuas horteras, sin un Burger King cada dos manzanas, con flores, con bicicletas, sin concejales zarzueleros, sin automovilistas obscenos, con girasoles... Ahora tengo que dejarles, nuestro bebé me llama desde otra habitación. Tiene siete meses y se llama Dylan. Suena bien, ¿verdad? Dylan Prado, Dylan Prado, Dylan Prado. Por cierto, es una niña.

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