Contra el decoro
Hoy la utopía suena a refresco de frutas y el paraíso tiene nombre de discoteca como el infierno, las palabras más nobles, o terribles, han sido centrifugadas y amasadas por el poder y sus poderosos mediadores, los medios de comunicación, formación y seducción de masas.En La seducción de las palabras, Álex Grijelmo da cuenta de hasta dónde hemos llegado, han llegado, los manipuladores de vocablos para cambiar la percepción de la realidad con sus estratagemas a través de numerosos y bien espigados ejemplos.
Ejemplos de libro que Grijelmo expurgó durante su horario laboral de las páginas de los periódicos. Urgido por la incesante actualidad y la implacable periodicidad, el periodista no tiene tiempo para analizar los detalles y desentrañar los intríngulis de la verborrea que se gastan los políticos y manejan los propagandistas, y poco a poco se va contagiando de sus expresiones y fabulaciones, fiel a su papel de intermediario presuntamente inocente.
Es fácil y resulta recomendable compaginar la lectura de La seducción de las palabras con la de la prensa diaria para ir acumulando más y más ejemplos de lo que el libro analiza y denuncia.
Sin ir más lejos, sin salir de estas páginas, con fecha del lunes pasado, nos topamos, en los titulares que encabezan el cuadernillo de Madrid, con una información digna de figurar en cualquier antología de este género, en la que los jueces del Tribunal Superior recurren a las autoridades del Diccionario de la Real Academia para aclarar qué significa decoro, un decoro presuntamente vulnerado por un joven madrileño multado por orinar en sitio público.
"Los jueces anulan una multa municipal de 25.000 pesetas por orinar en un parque", reza el encabezamiento, un encabezamiento tranquilizador, pues reconforta saber que, a juicio de los informadores, tan mínima anécdota ha sido lo más relevante ocurrido en la jornada anterior en la populosa urbe capital y en los contornos de su autonomía.
En principio parece un titular sacado del túnel del tiempo y de la cabecera de un diario provinciano y decimonónico.
Y algo hay de eso, de retorno al pasado, como se subraya en el antetítulo: "El Tribunal Superior cuestiona una ordenanza franquista que permite sancionar a las prostitutas", aunque no hayan sido sorprendidas haciendo aguas menores, se supone.
El interés de la noticia se basa en el cuestionamiento por parte de los jueces de una ordenanza franquista exhumada por un Ayuntamiento que a menudo destila nostalgia por pasados y bien pasados ordenamientos.
La misma ordenanza invocada para multar al miccionador subrepticio es la que pensaba invocar la concejal de policía, María Tardón, para castigar por exhibicionismo a las prostitutas de la Casa de Campo hasta que el fiscal jefe de Madrid rechazó la idea.
El concepto de decoro, subraya el escrito del Tribunal Superior, ha cambiado sustancialmente desde 1948, fecha de la ordenanza. Una férrea aplicación de aquel severo código como la que predica la concejal Tardón obligaría a los agentes de la Policía Municipal a detener por indecorosas a la mayor parte de las modelos de la pasarela Cibeles y a sus diseñadores por inducción al exhibicionismo y causaría estragos entre la población adolescente femenina en calles, plazas y discotecas
Los jueces del Tribunal Superior aprovechan el escrito para ironizar un rato sobre las pretensiones del Ayuntamiento y, en tono festivo y en sentido figurado, mandan a nuestros munícipes a la mismísima mierda, a recoger cacas de perro que, "si bien no afectan al decoro, sí lo hacen a la salud pública".
Los jueces no se dejaron seducir por el uso que de las palabras decoro e indecoroso hacen los funcionarios del Ayuntamiento, y, con el diccionario en la mano, anularon la multa al joven incontinente, que, además, estaba en tratamiento con diuréticos, y pusieron en su sitio a los denunciantes, en su sitio y en su tiempo, en 1948.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.