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El FMI se compromete a que la globalización "beneficie a la mayoría y no sólo a unos pocos"

Javier Moreno

Miles de manifestantes se apuntaron ayer un éxito en su batalla contra la globalización al encerrar cuatro horas a la élite del capitalismo internacional en Praga, donde ministros de Finanzas, banqueros y autoridades de 182 países asistían a la inauguración de la 55ª Asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Con el diluvio de adoquines y palos a una manzana del edificio, las autoridades de ambos organismos reconocieron la legitimidad de las protestas y prometieron trabajar para que "la globalización beneficie a la mayoría y no sólo a unos pocos".

ENVIADO ESPECIAL. Miles de manifestantes se apuntaron ayer un éxito en su batalla contra la globalización al encerrar cuatro horas a la élite del capitalismo internacional en Praga, donde ministros de Finanzas, banqueros y autoridades de 182 países asistían a la inauguración de la 55ª Asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Con el diluvio de adoquines y palos a una manzana del edificio, las autoridades de ambos organismos reconocieron la legitimidad de las protestas y prometieron trabajar para que "la globalización beneficie a la mayoría y no sólo a unos pocos". Los manifestantes bloquearon los accesos y un grupo de radicales intentó asaltar el edificio. El enfrentamiento se saldó con más de 70 heridos entre las fuerzas de seguridad (12 fueron hospitalizados) y 18 en el bando radical.

"Fuera de estas paredes hay jóvenes que protestan contra la globalización", dijo en su discurso James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, que en los últimos días ha hecho un esfuerzo para alcanzar un compromiso con las decenas de Organizaciones No Gubernamentales (ONG) que le acusan de devastar el Tercer Mundo y de favorecer a las multinacionales. "Muchos de ellos plantean cuestiones legítimas, y yo asumo el compromiso contra la pobreza de esta nueva generación". Y remató: "Comparto su pasión y sus preguntas; sí, todos tenemos todavía mucho que aprender".

Wolfensohn comprendió que en las calles de Praga las cosas comenzaban a complicarse, decidió dejar a un lado los papeles y se implicó a fondo. Quiso hacer un guiño al movimiento antiglobalización, seducir a los indecisos, y no irritar a sus accionistas, presentes en la sala, pues muchos han mostrado su malestar por lo que consideran una complacencia excesiva con los críticos. Pero no renegó de sus principios: quiso hacerlos más humanos. "No podemos dar marcha atrás en la globalización", dijo. "El desafío es convertirla en un instrumento de inclusión y de oportunidad, no de inseguridad y miedo". Eso sí, recalcó que las medidas económicas de mercado son la mejor arma para reducir la pobreza.

El director del FMI, el alemán Horst Köhler, hizo un discurso más técnico. Aplaudió la intervención concertada a favor del euro "para situar la moneda única en una línea más acorde con los fundamentos de la economía europea" y criticó el precio "excesivamente alto" del crudo con la confianza de que "el diálogo de productores y consumidores traiga fruto".

Fuera las cosas iban mal. Los manifestantes, que por la mañana rondaban los 9.000, recibieron los últimos refuerzos durante la noche, especialmente de Italia, Grecia y España, según la policía checa. Arrancaron adoquines, montaron cócteles mólotov, acumularon todo tipo de objetos arrojadizos y se dirigieron, entre cánticos, hacia el gigantesco Centro de Convenciones, que a las once de la mañana estaba ya repleto de autoridades de los 182 países miembros del FMI y del Banco Mundial. Miembros de ONG, anarquistas, sindicalistas, punks, comunistas, radicales y jóvenes encantados de jugar a las revoluciones se unieron en una vaga coalición para la que el FMI y el Banco Mundial son siniestras organizaciones dedicadas a chupar la sangre en los países más pobres del planeta. Lograron arrebatar a la policía el control de los accesos, y durante cuatro horas nadie pudo abandonar o entrar a la Asamblea.

Sobre las 18.30, la policía decidió evacuar en metro, bajo fuerte escolta, a altas autoridades de varios países, entre las que se encontraba el ministro de Economía español, Rodrigo Rato. Otros delegados se acumulaban en las puertas del edificio, tras descubrir que la organización se vio obligada a suspender el transporte oficial. Cuando se reanudó, algunas furgonetas fueron rodeadas y zarandeadas por los manifestantes, y la policía volvió a suspender el servicio.

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