No se pasa página, no se olvida
Me quito las gafas a propósito, y hago esfuerzos por atenerme al tono de voz del lehendakari y de los portavoces de los distintos grupos parlamentarios. Escucho el pizzicato del lehendakari Ibarretxe cuando anuncia que quiere abrir una nueva etapa y que no se trata de mirar al pasado, y el silencio que circunda el golpeteo de su voz me hace ver que es éste el punto crucial en torno al que va a girar todo el debate. Un tira y afloja entre palabras que huyen hacia un futuro virtual y palabras que se le contraponen para hacer hincapié en la memoria, tal y como lo exigen el dolor y la responsabilidad.Se preguntaba W.H. Auden en un poema breve por qué es aburrida la pornografía. Respondía que era debido a que nunca podía sorprendernos porque todos sabemos las dos o tres cosas que el ser humano puede hacer como mamífero. También sabemos que como parlante puede decir más de dos o tres cosas, pero el debate de hoy parecía ajustarse de entrada a la pregunta de Auden. Las expectativas limitadas se alargan en la primera voz, y de golpe parece surgir la sorpresa cuando el Estatuto pasa a primer plano y la palabra parece que vaya a tomar un vuelo que supere los márgenes en que se ha venido moviendo estos últimos años. Un vuelo en el que puedan confluir los proyectos de los partidos democráticos y se pueda reinstaurar el único diálogo posible mientras el dolor y la muerte sigan bloqueando el ánimo y las posibilidades de este desdichado país. El adalid de la ilusión, el lehendakari ilusionante parece apresar el hilo del único ovillo en el que se puede plantear el futuro dentro de unos parámetros viables. Pero ya la voz se acerca a su término con sus altos esforzados y adquiere un tono amonestador de maestro que dice a sus pupilos de qué deben hablarle y cómo. La ilusión se hace ilusoria y se le invita al ser racional a ser un mamífero que parlotea.
Pero es evidente que ese futuro ideal de progreso que nos entona una voz sin memoria, va a chocar tarde o temprano con esta realidad nuestra que no puede ser eludida con estratagemas para la permanencia. Y así dice una voz, miedo, y le espeta a la otra voz que no puede obviar sus responsabilidades y pasar de página como si su gestión, y sus palabras, pudiera llevarlas el viento y hacerlas sobrevolar un sufrimiento que afecta a tantas víctimas, y amenazados; sufrimiento que pide y exige la centralidad en un futuro que en ningún caso ha de ser hipotético. Esa voz no salta, sino que encierra volutas de humo en su voz espesa y rodada. Y escuchamos como retoma la perspectiva la voz primera y le coge el reto y le dice: iniciaremos una nueva etapa, y es mediante unas eleciones como se hacen esas cosas. Y vemos como el campo acotado previamente por el lehendakari se abre de nuevo, porque esa nueva etapa no va a ser privada de la palabra, una palabra que no renuncie a reflexionar sobre los errores cometidos ni a buscar la concordia entre posturas a las que ese error ha distanciado hacia abismos en los que los ciudadadanos naufragamos en el desconcierto, el miedo.
En esta tensión entre pasado y futuro, es decir, entre memoria y desmemoria, la ilusión a la que tanto invoca el lehendakari como un talismán capaz de saltar sobre el olvido, parece rechazar el efecto narcótico que se le atribuye y recuperar su esencial humanidad: no puede haber ilusión sin devolverles la voz a todos aquellos a los que les ha sido robada. A las víctimas de tanto horror y a las víctimas potenciales de un proyecto político demoledor que aún no ha renunciado a imponer su rastro de dolor y sangre. Romper con él y recomponer la concordia es el único objetivo político defendible en estos momentos en Euskadi. Y eso pide elecciones ya. Ya.
Luis Daniel Izpizua es escritor.
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