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INFANCIA

Una decisión salomónica

Francisco Peregil

A Margarita Bernal nadie la tomó en serio cuando anunció que quería tener un hijo. Frisaba los 43 años y desde hacía treinta padecía trastornos psiquiátricos. Los vecinos la habían visto varias veces desnudarse a pleno día en la plaza Mayor de Ciudad Rodrigo (Salamanca, 14.900 habitantes), habían presenciado cómo arrojaba desde su balcón cubos de agua a los jóvenes trasnochadores, cómo acudía a la Iglesia y le arrebataba el libro de lectura a quien lo estuviera leyendo en esos momentos para leerlo ella, cómo los municipales la sacaban en volandas del Ayuntamiento una y otra vez tras sus intentonas de hablar con el alcalde. Todo eso, traducido en términos psiquiátricos, se denomina fase maniaca del trastorno bipolar I, o bien psicosis maniacodepresiva. Se trata de una enfermedad que a veces se transmite por herencia, que no puede curarse al completo, pero permite alcanzar cierta estabilidad si el enfermo sigue el tratamiento de fármacos estabilizadores del humor.Y los muchachos del barrio, como en la canción, le llamaban loca. Y a su compañero sentimental, Lucas. Él, en realidad, se llama Luis Lucas y tiene 48 años. Pero como se conocieron en el psiquiátrico de Salamanca, ella se acostumbró a llamarle por su apellido. Y después de vivir varios años juntos, con las pensiones de ambos en las casas heredadas de sus padres, encontraron al fin lo que tanto tiempo llevaban buscando: un niño al que bautizaron con el nombre de Diego.

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Pero un juez les quitó la patria potestad de Diego a los siete días de nacer. Sólo se les permitió verlo en régimen de visitas en un centro de acogida en Salamanca. A las pocas semanas las visitas se las prohibieron porque se daban, según fuentes de la Junta de Castilla y León, "situaciones muy tensas" que podrían perjudicar al niño. A los cinco meses del parto, la Junta de Castilla y León, tras atender los informes de los médicos encargados de cuidar a Diego, decidieron que sería mejor cederlo a una familia en régimen de acogimiento preadoptivo.

"Hasta ahora", comenta Margarita Sánchez, tía de Margarita Bernal, "sólo se ha hablado en los medios de la otra familia. Nadie ha contado cómo le quitaron a mi sobrina al bebé cuando apenas había cumplido una semana. Llegaron cuatro señores con bata blanca y sin prepararla, ni mentalizarla, ni nada, se lo llevaron. Y después, otro día, cuando ella y Lucas iban a visitarlo al centro de acogida, les comunicaron de sopetón que el niño había sido preadoptado por una familia"

"Era el 2 de junio. Jamás se me olvidará ese día", relata la propia Margarita Bernal. "Le dije a uno de los responsables: 'Pero todavía es mi hijo, ¿no?'. Y me contestó: 'De momento, sí'. Escuchar eso es muy duro para cualquier madre".

En los brazos de Raquel Gómez, empleada de una residencia de ancianos, y su esposo, Carlos de Francisco, funcionario de Hacienda de 39 años, el niño ha pasado 15 meses; ahora tiene 20. Cuando llegó a la espléndida casa de Raquel en el pueblo de El Royo (Soria, 200 habitantes), alguien le regaló a Diego un enorme oso de peluche con las pezuñas verde y rojas. El oso, que antes era más grande que el niño y ahora mide casi lo mismo, ha sido su compañero de cama desde entonces. "Si me lo quitan y se lo llevan, ¿quién va a estar pendiente de él en un hospicio para que cada noche duerma con su oso?", se lamenta Raquel Gómez.

Margarita en ningún momento dejó de luchar por encontrar a su hijo. Luchó contra su propia enfermedad, contra las leyes y contra la Junta de Castilla y León. Hasta que un juez de Salamanca determinó que Diego no debería quedarse ni en los brazos de Raquel ni volver a los de Margarita, sino regresar al centro de acogida donde ya estuvo para aliviar así la enfermedad de su madre biológica.

Se da la paradoja de que el juez se basó en el informe de un psiquiatra de la Junta de Castilla y León, Olaf Martin Holm. Y ahora es la propia Junta de Castilla y León la que estudia recurrir la decisión ante la Audiencia Provincial de Salamanca. "El psiquiatra se limitó a señalar lo que él veía conveniente para la madre", señala Carlos Fernández, consejero de Sanidad. "Pero nosotros debemos anteponer, sobre todo, los derechos del niño. Y al niño le vendría mejor permanecer en una familia antes que en un centro, por muy buenos profesionales que haya en el centro".

Los jueces, sin embargo, no ven con tan malos ojos el paso de los años en un centro, según se desprende de la sentencia de la Audiencia Provincial: "(...) De tal forma que cuando el menor alcance los ocho o nueve años de edad haya desarrollado los mecanismos de defensa y tenga autonomía personal, pueda alcanzar la plena normalidad de las relaciones familiares".

"O sea", apostilla Raquel Gómez, "el niño va a estar en un hospicio como conejillo de indias".

"El niño", alega Margarita Sánchez, tía de la madre biológica, "deberá estar donde su madre, que es mi sobrina, pueda verlo. Durante muchos años ella me ha dicho hasta por carta que la gran ilusión de su vida es tener un niño. Ella cuidaba de los míos y lo hacía estupendamente".

El viernes, Margarita viajó desde Salamanca a El Royo para visitar a su hijo. Pero Raquel y Carlos de Francisco, asesorados por su abogado, huyeron del pueblo con el niño. "No veo por qué tuvieron que hacer eso", indica la tía de Margarita. "Ella sólo pretendía ver al niño".

Mientras los tribunales deciden, Diego continúa su aprendizaje día a día. Ya sabe pronunciar el nombre de todos los niños del barrio, sabe decir "hola, no está, se ha roto", ha conseguido unir frases y no se le van de la boca las palabras "mamá, ven".

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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