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Gobernar sin Parlamento

ETA mata, o lo intenta, y EH ha abandonado un Parlamento al que desprecia llamándole vascongado; si esto no es el fracaso de una política, que venga Dios y lo vea. Ni en el peor de los "escenarios" imaginables podían prever los dirigentes del PNV la soledad a que le arrastraría su pacto secreto con ETA y su pacto de legislatura con EH. Esta semana, el escenario será el de su desnudez parlamentaria: un lehendakari en minoría, abandonado por los votos que le permitieron formar Gobierno, pero tan obediente a su partido que intentará adoptar el aire, compungido, eso sí, del aquí no ha pasado nada y seguir malviviendo de las rentas de aquel martes, 18 de mayo de 1999, cuando dijo que la firma del pacto de Gobierno con EH había puesto fin a un ciclo de 20 años marcados por la violencia de ETA y por la cobertura política prestada por su nuevo socio.Ante el fracaso de su política, el PNV tenía al menos tres opciones: rectificar a fondo la dirección emprendida en 1998, cambiando también de directores; emprender con inteligencia el camino que les llevará al encuentro con los socialistas, o mantenerla y no enmendarla, lanzando ataques a diestro y siniestro, acusando a socialistas y populares de ser enemigos de Euskadi y culpables de la actual situación. El primer supuesto es pura lucubración: pocos partidos rectifican arriesgando una escisión en su cima; el segundo era plausible, porque algunas voces en el PSOE, deseosas de retornar al poder o de marcar distancias con el PP, se habrían fortalecido si el PNV hubiera dado algunos pasos en su dirección; el tercero les permitía seguir manejando en solitario las redes de poder trenzadas con tanto esmero desde las instituciones autonómicas.

Es lo que han decidido en los últimos días: la finura no es la marca de Arzalluz. A las voces que en su partido pedían una rectificación las ha insultado y humillado; a los socialistas que escriben en Deia o que presentan libros arropados por nacionalistas moderados les ha dado en las narices con la puerta que pretendían mantener entreabierta. Si no fuera porque a eso se llama política del cuanto peor, mejor, se diría que a Arzalluz le interesa que entre PSOE y PP no exista la más mínima diferencia. A ambos les ha acusado esta semana de oposición histérica, impotente y mendicante, de poner en ridículo a Euskadi, de haber llevado la vergüenza y el descrédito al Parlamento. Al PSE, sobre todo, que algunos del PNV pretendían cortejar, lo acusa de seguidismo, de estar sometido a las órdenes de Aznar y Mayor.

La andanada contra PP y PSOE se completa con el desplante a los críticos de dentro: en el PNV "nadie tiene que asumir responsabilidades", dice Arzalluz, lo cual no deja de tener su gracia, pues si nadie asume responsabilidades será porque en ese partido no hay más que irresponsables. "No nos achantaremos", enfatiza, como si se tratara de un pugilato entre matones. Conclusión: Ibarretxe está firme y tiene las ideas muy claras; seguirá al frente del Gobierno de Euskadi, aunque sólo cuente con 27 diputados, tal vez dos más, si IU se traga sapos y culebras y acude solícita a hacer compañía a quien despreció su apoyo, de tan importante como era, para formar Gobierno.

¿Puede un Gobierno en minoría mantenerse en el poder? En un sistema parlamentario normal, no podría: si perdiera un debate de política general, su presidente estaría obligado a dimitir o presentar una cuestión de confianza. Pero la Constitución y los estatutos son, en este punto, lo menos parlamentario que se despacha y apuestan con firmeza por el Ejecutivo, que no está nunca obligado a presentar la cuestión de confianza, aunque sea tan claro como el agua que carece de ella. La oposición, por su parte, para plantear una moción de censura, está obligada a proponer un candidato a la presidencia. Todo esto permitirá a Ibarretxe gobernar sin Parlamento, pero con aferrarse al cargo, perdida sin remedio la dignidad política, sólo demuestra que es un mandado del PNV, no el lehendakari de los vascos.

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