Australia
Cuando el mundo había agotado su oferta de paraísos sociales, sobreviene la oferta australiana. Durante siglos Australia se hallaba tan sólo presente como un dibujo neutro en el mapa mundi, sin palpitación ni densidad alguna. Más que un exótico lugar se trataba de un garabato mudo. Los últimos años del siglo XX han contribuido, sin embargo, a producir una fragmentaria realidad mediante algunas partículas venidas desde allí: desde el turismo hasta los Juegos Olímpicos, desde una top model a un galán, desde una marca a un libro, desde una irisación étnica con miles de waanyis hasta los finalistas de la Copa Davis.Pero Australia sigue siendo, en lo fundamental, materia ignorada. La materia básica de la suposición. No sólo es inabarcable por la imaginación occidental, escasa de pistas, sino inaccesible para los mismos australianos: unos 19 millones en una superficie vastísima, quince veces mayor que España. Australia es el otro mundo: el lugar donde las Navidades coinciden con la virgen de la Asunción, la noche con el día, el derecho con el revés, la izquierda con la derecha, lo de arriba con lo de abajo. Perdida la esperanza política de un paraíso rojo, Australia es el paraíso blanco, el lugar idóneo para dejar de existir y de creer en cualquier cosa. África es el infierno de este mundo mientras Australia es un limbo, compuesto incluso por desiertos absolutos, ornitorrincos y ciclones, 40 millones de canguros, 350 millones de conejos.
Para llegar a Australia son precisas 24 horas de viaje, el tiempo exacto en que se cumple el ciclo vital o la circunferencia por la que se cruza de una realidad a una quimera, de una vigilia al sueño. Todas las ciudades importantes del planeta se encuentran a interminables distancias de Sidney: 15.980 kilómetros hasta Nueva York, 14.480 hasta Moscú, 13.500 hasta Río de Janeiro, 14.400 hasta El Cairo, 17.700 hasta Madrid. Todo está en otro sitio como si Australia perteneciera a una especial naturaleza terrenal, el punto de paso entre lo conocido y lo inefable, el presente y la longitud del porvenir. El siglo XXI empieza con los Juegos emergiendo desde Australia y tal como si comenzara una nueva temporalidad irreal, virtual, porque ninguna parte del mundo es susceptible de producir tanta abstracción y tan sosegante capacidad de ausencia.
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