Vacaciones en la prehistoria JACINTO ANTÓN
De entrada, nadie asociaría a esta joven cuidadosamente arreglada y maquillada con la prehistoria. Ni se la imaginaría sudando y lacerándose las delicadas manos en un pedregal portugués en una pugna por arrancar sus secretos a una tierra inhóspita y cruel en medio de la enloquecedora letanía de las cigarras. Pero Estefanía Navarro adora el remoto pasado y venera como reliquias lo que a cualquier mortal le parecerían, seguramente, restos insignificantes. "Un núcleo de sílex negro, una cuenta de collar de piedra o hueso, un cráneo de zorro", enumera; "todo eso te sobrecoge". Hecha esta afirmación, Estefanía se ensimisma y un fuego interno parece encenderse bajo su apariencia sosegada y algo frágil. Curioso espectáculo el de la juventud apasionada por la más remota antigüedad, la piel suave erizándose al recordar el tacto viejo y áspero de los restos arqueológicos.Estefanía Navarro tiene 23 años y se ha licenciado este curso en Historia, en la Universidad de Barcelona (UB). El verano pasado vivió la experiencia de trabajar en una excavación junto a uno de los lugares mayores de la prehistoria mundial: Foz Coa, en el norte de Portugal. En Foz Coa se descubrió hace unos años el mayor conjunto de arte prehistórico al aire libre que se conoce, literalmente millares de grabados sobre piedra. Unas creaciones rupestres enigmáticas y cuyo destino estuvo pendiente de un hilo a causa del proyecto de creación de una presa que las hubiera anegado. "Fui a Portugal por casualidad", rememora con modestia Estefanía; "falló gente que estaba previsto que fueran porque hubo que hacer una excavación de urgencia en Can Roquetes, un yacimiento de la cultura de los Campos de Urnas, y cuando excavas de urgencia cobras. La gente, como es lógico, prefiere ir adonde se cobra. Así que a Portugal fui yo, que era suplente".
La excavación en Portugal, su primera experiencia internacional, no reportaría ni un duro a Estefanía, que hasta tuvo que pagarse parte de sus gastos -le pagaron el viaje, por carretera, y la comida-, pero "era una oportunidad importante", indica. "El lugar era diferente de todo lo que yo había visto, el contexto y el material", apunta revistiendo el rostro con una expresión de profesionalidad que se sobrepone al leve maquillaje, concentrado especialmente en un pómulo para disimular un pequño rastro de acné. "Estuve tres semanas, los resultados fueron buenos y este año habrá más, se prevé".
El proyecto, en el marco de la colaboración del departamento de Prehistoria de la UB con sus colegas portugueses, consiste en la excavación de un hábitat prehistórico al aire libre, un yacimiento denominado Candima. "No es muy grande, abrimos un sector de unos cuatro o cinco metros de ancho por diez de largo. No sabemos qué era exactamente, pero allí habitó gente; encontramos grandes placas de esquisto con piedras alrededor que quizá fueran estructuras de fogatas o mesas de descuartizamiento de animales", explica Estefanía. La joven y el resto de quienes trabajaban en el sitio, ocho personas, entre ellos los directores de la excavación, un francés instalado en Portugal y un catalán, y otras dos jóvenes en la misma situación que Estefanía -Adriana y Vanessa-, residían en Poziño, un poblamiento a diez minutos de coche de Foz Coa. Y dormían en unos viejos pabellones construidos para los obreros que construyeron antaño la vecina línea férrea."¿Cuál era nuestro trabajo?". Estefanía ríe suavemente. "Nosotras éramos los peones, teníamos que excavar y que lavar el material. Casi todo lo que salía era industria lítica, objetos hechos de piedra". La joven evoca con cariño el lugar: "Muy árido, muy seco, muy abierto. Un sitio precioso, la verdad, con valles y colinas. El clima era muy variado, al principio insoportablemente caluroso y después, tan fresco que todo el mundo me pedía cosas porque yo había llevado mucha ropa. El sedimento que encuentras es muy compacto", añade observando a su interlocutor, temerosa de resultar demasiado técnica; "teníamos que echar mucha agua para que chupara la tierra y pudiéramos extraer las piedras. Nuestra jornada era dura: nos levantábamos temprano y en el yacimiento cada uno se ocupaba de un cuadro de un metro de terreno. Cada pieza que salía, cuarcitas, trocitos de sílex, lascas, turmalita, esquisto, se lavaba y dibujaba. Parábamos para comer, allí mismo, bajo un árbol, y luego seguíamos. El material es muy importante porque se le puede seguir el rastro en ocasiones y revela un tráfico, un comercio. ¿Que si me imagino a la gente que vivía allí? Continuamente. Te paras a pensar que alguien hizo eso, esa pieza que tienes en la mano, hace miles de años, y es muy emocionante. Teníamos un día libre a la semana. La zona estaba muy poco habitada, había un par de pueblecitos, en los que éramos la atracción cuando bajábamos a tomar café". Estefanía se ríe muy bajito; por un momento todo el cúmulo de experiencias parece pasar ante su vista de golpe. Se pone seria: "Para mí y para todos los que estuvimos allí fue algo muy especial. Difícilmente podré olvidarlo. Había la responsabilidad: eso nos preocupaba mucho, estar a la altura, pero parece que quedaron contentos y que quieren el mismo equipo este año. Iríamos en septiembre, y abriríamos más extensión del yacimiento".
De momento, Estefanía está aquí, soñando, pero con los pies en el suelo. "Trabajo en la perfumería Loewe de El Corte Inglés, tengo un contrato por seis meses. Hay que espabilarse, trabajo para pagarme el doctorado, en análisis estratigráfico". No suena muy romántico. "Pero es muy importante, y muy útil", ataja con una mirada compasiva. La joven se anima cuando se le pregunta por los grabados de Foz Coa. "Son impresionantes, es increíble. Es un sueño, ver todo aquello. Lo asombroso es la cantidad, el tamaño y la diversidad de técnicas, piquetado, rayado... No sabemos si los grabados tienen que ver con nuestro yacimiento, puede ser que los hicieran gente que vivió en los hábitats que excavamos. ¿Lo de la presa que iban a construir en Foz Coa? Eso era un crimen. No sé ni cómo se les pudo ocurrir, de verdad".
Estefanía lo añora todo de aquel verano mágico, en el cigarral, entre las piedras: "Añoro la relación que se estableció entre el grupo, lo maravilloso del lugar y del momento, la responsabilidad, el proyecto común y la oportunidad que tuve de ver cosas diferentes".
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