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Generación NómadaMireia Artigot, de 24 años, dio clases sobre la Comunidad Europea en Ciudad del Cabo

Enseñar y aprender en Suráfrica IGNACIO VIDAL-FOLCH

Al poco rato de hablar con Mireia Artigot se comprende que es una de esas personas que eligen su futuro, no se adaptan a lo que la suerte decida. Tiene 24 años, es licenciada en Económicas, ha estudiado 10 años de piano y está terminando los estudios de Derecho. Mientras acaba las últimas asignaturas imparte algunas clases como profesora en la Facultad de Económicas de una universidad de Barcelona.El verano pasado, empujada por el deseo de ir al lugar más remoto y diferente que pudiera, y por una beca universitaria, lo pasó en Ciudad del Cabo, Suráfrica, desde donde emprendió viajes por Namibia, Zimbabue, Mozambique, Malaui. La experiencia fue formidable: las ciudades presentaban contrastes fabulosos, una vitalidad que enamora y desafíos insolubles; la naturaleza, una variedad, belleza y grandeza asombrosas:

"¿Quieres ir a la playa? Encontrarás kilómetros de playas solitarias. ¿Un periplo por la montaña? Tienes un Gran Cañón del Colorado para ti sola. Si encuentras a algún turista de aquí lo identificarás desde lejos por su impecable uniforme de general Tapioca".

El extrañamiento y el hecho de que para aquellas gentes España y, en general, los países del Mediterráneo son entidades remotas y extrañas le ayudaron a ver su propia vida y su propio país con ojos nuevos. "No sé cuándo, ni cómo, pero por supuesto que volveré", dice.

Suráfrica es un país socialmente tan dispar que resulta muy difícil de articular; 40 millones de habitantes, de los que un elevado porcentaje está infectado por el sida; un alto índice de paro; 11 lenguas oficiales, y todas ellas se usan en el Parlamento. Perduran muchos recelos y rencores entre blancos y negros heredados del antiguo régimen, desmontado hace sólo cinco años. Su modelo de transición es el opuesto al español: se depuran las responsabilidades del régimen anterior en el tribunal del Truth and Reconciliation Comission. Como jurista, Mireia se interesó por estas sesiones: "Hay una gran tensión. La víctima está en la sala, frente al acusado; en la calle estos casos son objeto de apasionado debate. El pasado está vigente, y por eso es tan difícil tirar adelante".

El índice de asesinatos y violaciones es muy alto, el país sufre un problema serio de seguridad; un cartel a la entrada de la universidad avisa de que está prohibido entrar en el recinto con armas, y en los barrios de la clase media los carteles en las puertas de las casas proclaman que están protegidas por algún cuerpo de seguridad privada que responderá con fuego a toda agresión. Mireia se mantuvo alejada de barrios demasiado peligrosos para una joven blanca -Soweto en Johanesburgo, con cinco millones de ciudadanos alojados en barracas, o el centro de Ciudad del Cabo al anochecer- y sólo pasó miedo la noche en que un ladrón intentaba colarse en la cocina desde el patio trasero de la casa.

Mireia y su compañera de viaje, Ana, supuestamente tenían que impartir lecciones de Estructura local española en la University of Western Cape (UWC), en Bellville, en las afueras de Ciudad del Cabo; pero ya el primer día se dieron cuenta de que a los alumnos no les interesaba en absoluto la compleja organización española de poderes y contrapoderes locales y cambiaron la asignatura por un curso sobre la Comunidad Europea.

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En contrapartida, ellas tomaron clases de Economía surafricana y sobre la Southern African Development Community, una entidad económica a espejo de la Comunidad Europea, creada para facilitar intercambios económicos y culturales entre los diferentes países del Sur africano. Pero esta estructura no funciona demasiado bien porque Suráfrica es el único de los países que lo integran con una economía estructurada, y porque entre ellos tampoco se ha podido construir el clima de confianza política para trabajar en equipo.

La Universidad resultó ser un observatorio excepcional sobre la complicada vida surafricana cinco años después del fin del apartheid, el régimen racista. La UWC ha sido tradicionalmente la universidad de la gente de color y Mireia aprendió rápidamente que para ser aceptada había que hacer algún esfuerzo.

"Los profesores desayunan y cenan, pero no les alcanza para almorzar. Este simple detalle ya es elocuente; una mujer blanca que ha llegado hasta allí siempre será para ellos una persona adinerada. Tienes que ser muy simpática, excusarte un poco por ser blanca, explicar que eres estudiante, que no eres rica aunque a ellos se lo parezcas... Antes de caerles bien tienes que explicarles muchas cosas y vencer muchos recelos".

Le sorprendía a Mireia que, a pesar de la liquidación del régimen racista, las diferentes comunidades viven separadas. Los blancos (el 10% de la población total), los negros y los coloureds -los miembros de las diferentes etnias y religiones musulmanas, indios- "se respetan pero no se mezclan".

Perviven, por un lado, los privilegios extraordinarios y, por otro, el acomodamiento en una cultura de la queja y el recurso al pasado como excusa para exigir compensaciones. Pero, por encima de todo eso, a Mireia le parecía que la gran ilusión en la viabilidad del país y una explosiva alegría de vivir, de tocar al vecino, de reír, difusa por todas las capas sociales y que en los círculos más intelectuales se refleja en la efervescencia de las iniciativas musicales, escénicas, artísticas, políticas, lo empapa todo.

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