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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En campaña

Con el mes de septiembre, y como es tradicional, la campaña estadounidense a la presidencia deja de ser un ensayo general y se pone seria. Hace poco más de un mes, el aspirante republicano George Bush reinaba en los sondeos de opinión mientras su rival demócrata, Al Gore, parecía incapaz de zafarse de la dominante sombra de Bill Clinton. La situación ha cambiado tras el discurso populista de Gore a la convención de su partido en Los Ángeles y la elección como compañero de candidatura del senador Lieberman, un judío practicante con reputación de honestidad. Las encuestras muestran que el vicepresidente comienza a abrirse camino entre los votantes, que perfila su mensaje y va adquiriendo identidad propia. Los últimos sondeos le dan una ventaja media de tres puntos.El gobernador de Tejas, para gran decepción de los suyos, aparece vacilante, cuando no irritable o distraído. La actitud defensiva de Bush se ha reflejado no sólo en anécdotas menores, sino en errores como la autorización de un anuncio televisivo que cuestiona la integridad de Gore (a pesar de haber prometido no descender a ataques personales) o su intento para reducir y degradar los debates televisivos con su rival, uno de los grandes momentos rituales de la lucha por la Casa Blanca: dos encuentros sumaron en 1996 una audiencia de más de 80 millones.

En los temas cruciales de la campaña, los que más preocupan a la decisiva clase media estadounidense -desde la economía al futuro de la Seguridad Social, pasando por la salud o la educación-, los demócratas se han colocado más cerca del ánimo ciudadano. En medio de una explosión de bienestar desconocida, la carrera presidencial se irá centrando inevitablemente en cómo manejar el dinero. Gore, que acaba de publicar un detallado plan económico, cree que, tras ocho años de crecimiento, es momento de anticipar la liquidación de la deuda, de afianzar la Seguridad Social y de privilegiar la educación; es decir, dar más a quienes más lo necesitan. Los proyectos de Bush, menos precisos, tienden a profundizar en todas las vetas del exultante mercado. Su gran desafío es convencer a los votantes de que hay que cambiar de timonel en tiempos de bonanza.

Pero los encontronazos no han pasado todavía de las escaramuzas. La volatilidad del electorado es proverbial, y Gore y Bush tendrán que afinar mucho más su mensaje en las semanas venideras, hasta comprometerse en los grandes asuntos. Y, sobre todo, enfrentarse ante el gran Moloch televisivo. A dos meses de las elecciones más decisivas del planeta, y salvo escándalo personal que haga diana en alguno de los aspirantes, todo sugiere un ajustado cuerpo a cuerpo en noviembre.

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