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Reportaje:VIAJE POR LOS MUSEOS VASCOS

La memoria de un manantial salado

Un futuro abierto

La fábrica de sal de Leintz-Gatzaga (Salinas de Léniz) cerró sus puertas en 1972. Desde entonces, aquellas edificaciones ubicadas a la salida de esta villa guipuzcoana han vivido en ese sueño de los justos en el que reposan la mayor parte de las ruinas industriales del país, a la espera de que alguien repare en ellas. Y el pasado 19 de julio, los vecinos de esta localidad de gran renombre y forasteros invitados pudieron asistir a la recuperación del molino y el resto de maquinaria con la que Producciones Léniz estuvo sacando sal desde 1843.La importancia de este manantial que surgía a la sombra de la ermita de la Virgen de Dorleta está reconocida por lo menos desde 1331, cuando se funda la villa con el nombre de Salinas. Después de una temporada de tensiones a cuenta de las pretensiones del señorío de Oñate, la entonces Salinas de Léniz se tranquiliza y parte de sus habitantes se puede dedicar sin sobresaltos a la producción de sal. Hacia 1543, la propiedad se dividía en ocho dorlas, una especie de casetas con un gran fogón en el que se calentaba el agua salada día y noche, sin que llegara a hervir, para conseguir el preciado producto por evaporación.

Las inundaciones de 1834 arrasaron estas ocho construcciones y llevaron a la edificación de un complejo hidráulico que, aprovechando la fuerza del agua de un regato cercano, industrializó la producción de sal, que hasta ese momento era artesanal.

El Museo de Leintz-Gatzaga ha querido combinar ambos usos de un manantial que en verano (la época en la que se realizaba la explotación) trae unos 270 gramos de sal por cada 300 litros de agua. De este modo, en el edificio donde se ubicaba la rueda que movía todo el mecanismo se ha reproducido una síntesis de ambas producciones. El molino mueve una rueda de 32 cangilones por la que se subía el agua salada a un canal que desembocaba en dos grandes calderas. En la actualidad ese canal acaba en una dorla, a imitación (no han quedado más restos que los documentales) de las que utilizaron aquellos ocho vecinos de Leintz-Gatzaga.

Junto a la dorla, el maniquí de una mujer acarreando leña. Porque el trabajo de la sal era particularmente femenino. Las salineras se ocupaban de todo el proceso para conseguir un producto que luego se distribuía principalmente por el valle alavés de Zuia y que hizo de la localidad una parada indispensable en el camino real que cruzaba Guipúzcoa en dirección a Castilla. Tan indispensable que las crónicas recogen las numerosas paradas que hicieron las caravanas reales en Salinas de Léniz.

Pero la llegada de la sal marina con la mejora de los transportes dio al traste con toda la industria, aunque ya antes se había visto la decadencia con el abandono de esta ruta como camino real. La producción fue languideciendo, aunque los vecinos más viejos todavía recordaban ayer, día grande de las fiestas patronales, cuando subían con el burro hasta Producciones Léniz en busca de sal para adobar el cerdo.

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Todo aquello se perdió, como también ha ocurrido con otras salinas de interior, pero en Leintz-Gatzaga se quiere conservar esa memoria de la explotación de un producto que ha sido y es fundamental en la vida de la Humanidad y alrededor de la cual se han tejido guerras, se han forjado fortunas y han ascendido y caído ciudades y villas.El museo, inaugurado hace menos de dos meses, todavía está en mantillas. Está basado en los restos que dejó Producciones Léniz, completados por una cuidada recuperación de los distintos modos de conseguir la sal. Esta obra ha sido respaldada económicamente por el Ayuntamiento, y en ella han participado activamente vecinos del pueblo.

Pero ahora hay que dotar al centro de contenidos referentes a la producción e historia de la sal, además de los complementos didácticos para las visitas guiadas. De ahí que ya se hayan puesto en marcha conversaciones con la Universidad del País Vasco, docentes de Enseñanza Secundaria e historiadores, además del inevitable rastreo de información por Internet.

Son los pasos indispensables para que el museo de la sal de Leintz-Gatzaga se convierta en el referente de todo el País Vasco sobre las industrias relacionadas con la sal, objetivo último en la creación de este centro.

LO QUE HAY QUE VER

En el Museo de la Sal de Leintz-Gatzaga faltan los complementos, pero la sustancia se muestra a la perfección. Afortunadamente, se han conservado buena parte de las construcciones de la última fábrica y sólo ha habido que recrear el molino hidráulico y la rueda de cangilones, verdadera estrella de este lugar. Hoy son de plástico, pero el funcionamiento es el mismo que cuando eran de madera: el molino, movido por el arroyo cercano, pone en funcionamiento la otra rueda que está conectada al manantial. Por un sencillo mecanismo en el que toma parte un tronco hueco en posición vertical, por el que pasan los cangilones, el agua salada asciende hasta depositarse en un canal que desemboca en la caldera donde se conseguirá la sal por evaporación.DATOS PRÁCTICOS

Dirección: Leintz-Gatzaga (Guipúzcoa). En el camino al santuario de la Virgen de Dorleta. Teléfono: 943 714792.

Horario: todas las visitas son guiadas. Todos los días, a las 17.00 y a las 18.00. Fines de semana y festivos, también por la mañana, a las 11.30 y a las 12.30. A partir del 17 de septiembre, de lunes a viernes, visitas concertadas y el resto de los días, por la mañana el mismo horario que en verano, y, en invierno, se adelantará una hora.

Entrada: 300 pesetas; grupos de más de 20 personas, 250.

Fecha de inauguración: 19 de julio de 2000.

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