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Pastillas de Platón

Confieso que mis vacaciones han sido algo confusas. Y buena parte de esa confusión se debe a que un día, después de una mala digestión literaria, consulté una enciclopedia médica sobre el funcionamiento del Prozac y me fui a una farmacia a pedir una caja de pastillas de Platón. De la consulta sobre el Prozac, un conocido fármaco para la producción de diversos tipos de felicidad, conseguí sacar poca cosa, salvo que era un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina en el cerebro, y ya me dirán que hago yo con esa frase. En cuanto a las pastillas de Platón, me dijeron en la farmacia que no tenían o, al menos, que no estaban en la Seguridad Social. Mal comienzo para un caluroso agosto.Ya sé que la culpa es mía por no haber entendido bien el título de un libro de moda, que se llama Más Platón y menos Prozac. Critica el exceso de enfermedades y patologías construidas por la psiquiatría actual o por la misma psicología, y que nos impiden vivir tranquilamente con nuestros pequeños problemas. Tenemos miedo a ser adictos al sexo, a las gafas, al trabajo o a la religión, o nos medicamos porque nos gusta la soledad. Menos Prozac, una tesis atractiva.

La confusión comienza cuando se defiende "más Platón". Algo así como soltarle a Hegel a una pareja en conflicto cuando te pide ayuda, hablar de Wittgenstein a un fumador compulsivo o explicarle Kant a un toxicómano. A lo largo de todo el libro, aparecen sin transición docenas de pensadores aplicados a los problemas cotidianos. Perder el trabajo, divorciarse o sufrir estrés sirve de disculpa para que el autor te obsequie con una cita del Dalai Lama, de Schopenhauer o de Santo Tomás de Aquino.

Después del grito de aquel político que hace unos años nos recomendaba la conveniencia de viajar más y leer menos, cualquier proposición alfabética merece todos nuestros respetos. Aquel bramido fue tan profético, que si viajamos más cualquier día sentiremos nuestro propio aliento en la nuca y si leemos menos, vamos a terminar contando los puntitos que componen la imagen en pantalla de una sola letra. Pero la oferta de más Platón es otra cosa, se proponen píldoras filosóficas a cambio de las farmacológicas y eso es más discutible.

En una época liberal como ésta, todo el mundo tiene derecho a montar su propio negocio. Pero los consumidores también tenemos derecho a desconfiar del producto, y esto de la filosofía aplicada a la clínica -como le pasa a la psicología práctica y a otras modas prácticas de la actualidad- suena más a un intento de buscar salidas profesionales a los filósofos que a un regreso auténtico al mundo de la cultura.

Dicen que el Prozac puede producir náuseas, vómitos, diarrea, fiebre, ansiedad, insomnio, erupciones cutáneas y convulsiones. Conozco a mucha gente que lo toma y no le pasa nada de todo eso. Sin embargo, durante este agosto, tuve algunos de esos efectos secundarios, menos las convulsiones que todavía no se han presentado, y no tomaba Prozac. Digo yo que me sentaron mal los miligramos de Platón que tuve que digerir. Y es que está claro que no es bueno comprar pastillas fuera de la farmacia.

jseoane@attica.es

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