_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo malo del terrorismo

Lo peor del terrorismo de ETA es, naturalmente, que mata, hiere, mutila, quema y destruye, que amenaza, ataca, atemoriza y chantajea; a todos: al político y al empresario, al castellanohablante y al euskaldún, al viandante y al guardia civil, al burgués de Neguri y al vagabundo de Preciados. Pero sería una ingenuïdad creer que los daños provocados por la vesania etarra se circunscriben a las vidas humanas que siega o arruina, al dolor y el miedo que siembra, a los bienes materiales que destroza. No, los efectos deletéreos del fenómeno van mucho más allá, se extienden como una nube venenosa que acaba por intoxicar a casi todos, incluyendo a los que se consideran más firmes adversarios del fenómeno terrorista. Por debajo de lo peor, lo malo de la criminal actividad de ETA -este verano hemos podido comprobarlo hasta la náusea- es que hipoteca y sabotea el debate ideológico-político, que enrarece la convivencia social, que contamina los flujos informativos, que hacen aflorar reactivamente los peores instintos del ser humano -el odio, la sed de venganza...-; que, en definitiva, deteriora la siempre delicada y frágil salud del sistema democrático.La noticia de que cuatro presuntos miembros de ETA habían sido despedazados en Bilbao por la explosión de su propia bomba me sorprendió bastante lejos de España, mientras compartía vacaciones viajeras con varias decenas más de catalanes; buena gente, educada, sensible y discreta, un microcosmos muy representativo de los estratos centrales de nuestra sociedad. Pues bien, apenas supimos del hecho, la reacción en el seno de aquel pacífico y bienpensante colectivo fue de indisimulado gozo: "Menos mal que a veces les toca a ellos...", "a ver si así escarmientan...". Comprensible, desde luego; más aún cuando, de vuelta a casa, pude comprobar que personas con implicación y responsabilidad directas frente a ETA se habían expresado de manera tanto o más contundente. Por ejemplo el secretario general del PP vasco, Carmelo Barrio, cuando manifestó su "satisfacción" ante tal episodio de "justicia natural"; o don Carlos Fernando Vázquez, de la Unión Federal de Policía, según el cual "para cualquier ciudadano de bien la mayor satisfacción es ver a los terroristas dentro de una urna pequeñita". Lo malo del terrorismo es que no se contenta con agredirnos; encima, envilece nuestra calidad humana, nos vuelve peores.

También obnubila la capacidad de raciocinio político y adormece la sensibilidad democrática de muchos. De Xabier Arzalluz, por supuesto; pero, ya que de su caso se ocupan diariamente incontables exegetas, permítanme señalar otros ejemplos menos celebrados. Como el del alcalde conservador de Salamanca, Julián Lanzarote, que ha reclamado acabar con ETA según la receta que liquidó a la banda Baader-Meinhof en Alemania. Consideraciones éticas al margen, ¿sabe el edil helmántico cuántos votos, cuántas alcaldías, cuántos concejales había detrás de la Baader-Meinhof? Yo se lo diré: ninguno. Y aunque esto no infunde ni un ápice de legitimidad a la violencia de ETA, sí invalida las fórmulas alemanas con vistas a ponerle fin. ¿Y qué decir de la tesis de Jaime Blanco, secretario general de los socialistas de Cantabria, según el cual "el Estado debe acabar con los terroristas, y que no nos explique cómo"? ¿Tan frágil es la memoria del señor Blanco que ha olvidado ya el desastroso balance de los GAL y otras formas de guerra sucia?

Lo malo del terrorismo con sus aborrecibles crímenes y de Euskal Herritarrok con su cínica cachaza ante ellos es que nutren y justifican la exasperación intelectual y la repugnancia moral de personas que, aun conociendo bien la complejidad del escenario vasco, han decidido tirar por la calle de enmedio: presentan nacionalismo y totalitarismo como conceptos casi sinónimos (Enrique Múgica en Le Figaro) y sostienen que, para combatir la patología (es decir, a ETA), lo mejor es extirpar el órgano entero (o sea, deslegitimar la cultura nacionalista vasca en su conjunto, desde las ikastolas hasta los nombres de pila en euskera). No puedo explicarme de otro modo que un historiador tan riguroso y solvente como Antonio Elorza describiese la cuestión nacional vasca, en EL PAÍS del pasado 11 de agosto, como "el imaginario contencioso montado en cartón piedra por Sabino Arana". Sí, Sabino Arana tenía mucha imaginación, a veces incluso una imaginación delirante. Pero, ¿basta con la fantasía del fundador para explicar el arraigo y la continuidad centenaria de un nacionalismo perseguido las más de las veces?

Lo malo del terrorismo, en fin, es que en la corriente de indignación y de condena que suscita suelen echar la red los pescadores de río revuelto. Sin ir más lejos, el general Sabino Fernández Campo, orgulloso libertador de Barcelona en 1939, que ha aprovechado la coyuntura de este agosto sangriento para cargar contra "las aspiraciones aldeanas de nacionalismos pequeñitos" y augurar intervenciones regias si partidos "minoritarios y separatistas" (sic) arrancasen de un gobierno central concesiones excesivas. O Alberto Fernández Díaz, que ha querido descalificar el homenaje iruñés a Lluís Companys presentándolo poco menos que como una iniciativa del entorno etarra. No lo era, y trágica prueba de ello ha sido el nuevo asesinato con que la banda decidió mancillar la fecha del recuerdo a una ilustre víctima del fascismo. No, los terroristas y sus corifeos no pueden estar con Companys, porque escogieron estar con el piquete de ejecución.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_