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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

UNA REPRODUCCIÓN EXACTA DEVUELVE AL GRAN PÚBLICO LAS CUEVAS DE ALTAMIRA

La réplica de la cueva de los bisontes en Santillana del Mar, Cantabria, recibirá a los primeros visitantes en octubre. El complejo incluye a partir de ahora un museo proyectado por Juan Navarro Baldeweg.

Catorce mil años después de que los hombres del paleolítico superior dejaran en las cuevas de Altamira una magnífica herencia pictórica que habla sobre sus usos y modos de vida, el hombre del siglo XX ha imitado fielmente ese espacio sirviéndose de las más modernas técnicas. El trabajo ha durado tres años.La reproducción de la denominada Capilla Sixtina del arte cuaternario, excepcional por la estética y la técnica de las pinturas, emerge pegada a la otra, a unos 100 metros de distancia de la original. Aprovecha la caída de un terreno rico en eucaliptos y tierra ferruginosa (tiñe de ocre los zapatos del viajero), que al estar situada en un alto dio el nombre a Altamira. La cueva de los bisontes ha sido imitada con precisión milimétrica en lo que sus creadores denominan neocueva. La primitiva fue descubierta en el siglo XIX y ha sufrido sucesivos derrumbes antes de llegar a su estado actual.

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La réplica de las famosas pinturas, pertenecientes en su mayoría al periodo magdaleniense, ocupa uno de los laterales, apenas 270 metros de longitud, de un gran museo de 3.000 metros cuadrados, firmado por Juan Navarro Baldeweg. Ofrece salas de exposiciones y de audiovisuales, una biblioteca especializada, un almacén dedicado a conservar, restaurar e investigar el patrimonio histórico del paleolítico, cafetería, restaurante y tienda. Este edificio bajo y discreto sólo se percibe cuando se está enfrente. El arquitecto quiso que acompañara a la cueva original con la mayor delicadeza: "Es como si hubiera recortado la corteza del suelo y se hubiera asentado allí el museo. Y en su interior tuve mucho cuidado en tratar las graduaciones de la luz para conseguir reflejar lo que fue un mundo subterráneo", explicó. El complejo incluye las dos cuevas originales de Altamira, la del techo polícromo, de acceso muy restringido al público, y la de estalagtitas, una cueva de menor interés prehistórico pero muy espectacular. Ahora está cerrada porque hay peligro de desprendimiento.

A la neocueva, la primera parada de este largo paseo por la prehistoria, se llega por un pequeño acceso lateral y no por la entrada principal del museo; la intención es provocar el efecto inmediato de pasar de una arquitectura contemporánea al ámbito de la prehistoria.

Para conseguir el mayor realismo han sido recreadas todas las condiciones ambientales de la cueva original: los sonidos, la temperatura (18 grados), las imágenes... Cuando el visitante inicia la expedición a través de una delicada pasarela de acero y hierro, lo primero que descubre al fondo es la gran boca oscura de la cueva de las pinturas que han dado fama mundial a Altamira. Pero es aconsejable que tenga paciencia, aún falta tiempo para llegar. Antes será testigo, a través de un complejo sistema de imágenes virtuales, de un instante de la vida cotidiana de la prehistoria, cuando la humanidad obtenía el sustento de la caza y la recolección. Más adelante, otra proyección, esta vez de una excavación contemporánea, muestra cómo ha sido la evolución de los objetos del paleolítico: los fabricados con pieles y madera no han resistido el paso del tiempo, se han descompuesto y nos han llegado los fabricados con carbón y hueso que han dejado su huella en puntas de piedra y diversos instrumentos que se contemplan allí.

Siguiendo el recorrido sorprende al visitante un esqueleto de una osa de Altamira, que murió durante el periodo de hibernación junto a un osezno. Así se comprende el conflicto de intereses que mantenían el oso de la caverna y los hombres, porque ambos perseguían la propiedad de las cuevas para protegerse del frío. Después, la moderna pasarela que destaca sobre esta recreación de la prehistoria, conduce al taller de pintura, una reproducción exacta del ambiente en el que trabajaban aquellos geniales pintores (pinceles, gamuzas de piel, colorantes, conchas) y muestra, además, el excepcional proceso de ejecución de la pintura prehistórica. Un procedimiento que suma todas las técnicas del paleolítico: grabado, pintura y dibujo. El pintor definía primero las figuras con trazos grabados simultaneados con dibujos. Luego aplicaba masivamente, seguramente con la mano, el colorante natural con el óxido de la tierra, limonita y carbón; una vez cubierto el fondo con la pintura, lo raspaba para conseguir el volumen y los relieves. Es el ejemplo de cómo aquellos pintores utilizaban las formas naturales de la roca para conseguir que las figuras tuvieran un efecto casi escultórico, el mismo sistema que han seguido "los neoartistas de la neocueva", cuenta el director del Museo de Altamira, José Antonio Lasheras.

Con todo ese bagaje informativo, el visitante llega por fin al lugar más deseado, a la cueva de las pinturas, un conjunto de 70 grabados sobre roca y casi 100 figuras de bisontes, caballos y ciervos, que sorprenden por su vigor y movimiento, y que sus imitadores han plagiado utilizando también pigmentos naturales. No falta detalle: se han reproducido todos los caprichos de la roca, como una enorme grieta que atraviesa la cavidad, y una señal a media altura del contorno de la pared recuerda que los primitivos pintores hacían su trabajo tumbados. El suelo se ha rebajado para que los visitantes puedan contemplar las pinturas de pie. Falta aún aplicar un barniz a la pared para simular la humedad que produce la roca natural.

Antes de abandonar la neocueva se puede ver una reproducción del último tramo de la cueva original, inaccesible al público, que contiene signos abstractos y máscaras muy originales. Al final de ese deambular por la prehistoria, el visitante retorna al punto de partida: al vestíbulo del museo. Allí le esperan dos grandes espacios de mil metros cuadrados dedicados a exposiciones con objetos de uso, de arte y muebles de los hombres prehistóricos, y también dos salas audiovisuales.

La idea de reproducir la cueva de Altamira surgió nada menos que en 1928. Hubo un arqueólogo, el "padre" Carballo, que, ante el riesgo de que la cueva original (el mejor ejemplo de arte paleolítico) se hundiera, sugirió hacer la reproducción. La cueva no se ha caído, pero su adecuada conservación sólo permite la entrada a 35 visitantes al día y hay una lista de espera de tres años y medio. Por eso, y porque ha sido necesario cerrarla en ocasiones, se volvió a la idea de la réplica en 1992. Pasaron cinco años y en 1997 se empezó a construir el edificio, y en 1999, la neocueva.

Para que sea inaugurado este gran museo que aspira a convertirse en una referencia del paleolítico superior en Europa, falta rematar algunos detalles, como son los accesos. En octubre se harán pruebas con visitantes para medir el ritmo adecuado de la visita y poder prever el número de asistencia diaria; según algunas cifras, rondaría las 1.000 personas al día, que en verano se multiplicaría por tres. Pero no hay ninguna fecha prevista para su apertura al público. De momento, la exposición permanente no estará lista antes de mediados de 2001. Esto no quiere decir que antes se permita el acceso a la zona de la neocueva.

No es ni la primera ni la última vez que se plagia la cueva de las pinturas de Altamira. Se han adelantado antes el Museo Alemán de la Ciencia y la Técnica de Múnich, que cuenta con una pequeña réplica, y el Museo Nacional de Arqueología de Madrid, en el que también hay una pequeña reproducción; en un parque temático en Shima (Japón), que se inauguró en 1994, hay otro fragmento de las pinturas en un museo dedicado a España, y en Francia han seguido sus pasos las cuevas de Lascaux y Niaux.

Está en marcha otro proyecto similar al de la réplica de Altamira, en la localidad francesa de Chauvet, incluso una de las empresas finalistas en el concurso de adjudicación del proyecto, Ingenia-Qued (asociada con Empty), es la misma que ha desarrollado en Altamira esta nueva oferta de ocio y cultura de masas.

El objetivo de la copia de Altamira es trasladar al gran público la información que guardan las pinturas originales. En el aire queda si las copias lograrán transmitir la misma emoción.

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